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lunes, 13 de julio de 2020

De los sueños


         Uno de los rosales del jardín ha vuelto a florecer, entregándonos unas rosas de verano muy hermosas, plenas de color y aroma, y lo cierto es que casi parece un milagro, cuando en estos extraños días que seguimos viviendo, escondidos tras una mascarilla y con el miedo aún a flor de piel, nada parece igual. El día nos regala una luminosidad sorprendente, como solo se puede conocer en estas alturas de Ávila, tan lejos del mar, pero tan cerca de los cielos.

          Miro el mundo con el mismo asombro de siempre, pero nada parece querer manifestarse como en realidad es, por más que estemos empeñados en pensar que todo sigue igual. Incluso los libros te hablan de otra forma, diciéndote que todo tiene fecha de caducidad, incluida la luz de la mañana, que irá tornándose en cenizas y rescoldos hasta desaparecer en brazos de la noche, pues hasta eso se nos había olvidado.

         No obstante, hoy no vengo al blog con las melancolías de siempre, aunque eso sea lo que me pide el corazón, pues en este caso la que manda es la cabeza, que tiene sus razones para no dejarse avasallar, acaso por aquello de mandar sobre los sentimientos, que afloran confusos, para no variar, y se ofrecen como una promesa que se irá quedando en los caminos.

        Hasta este mundo cerrado del jardín no llega el rugido del mundo, que parece un león, queriendo devorarnos, acechándonos desde las esquinas con sus celadas y su mirada torva, pero, pese a todo, no es amparo suficiente estar tras los setos de leylandi, pasando lo mejor posible los rigores del verano, que son muy recios en esta ocasión. Al menos, es posible soñar, y al hacerlo nos redimimos un tanto, pues también estamos hechos de sueños. Sería hermoso poder guardarlos, los que nos resultan buenos, en algún lugar, como los recuerdos en el "rescoldero", para volverlos a soñar siempre que nos apeteciese, aunque por el momento no se me ocurre palabra alguna para denominar ese lugar en el que ir dejando estos sueños en cuestión.

     Ya lo dijo Francisco de Goya y Lucientes, que el sueño de la razón produce monstruos, y no estaba desacertado el genial pintor de Fuendetodos, pues la Historia está llena de esos sueños que más bien son pesadillas ideológicas que tanta sangre han derramado entre nosotros. Por tanto, considero más acertado soñar con los sentimientos, es decir, soñar con el corazón, para que los monstruos de la razón no se apoderen de nuestra vida y la acaben convirtiendo en un infierno. Aunque acaso hoy más que en sueños, uno vive en una ensoñación permanente, entre el corazón y la cabeza, como en una duermevela de la que no se consigue despertar, pero que no resulta amenazante, por lo que se está bien en ella, acaso abrazando la realidad y lo irreal, en una especie de ataraxia en la que seguimos respirando pero sin deseo alguno. Acaso como los místicos, cuando alcanzan la unión con Dios, y todo es serenidad, como si el tiempo no reinase y no existe el temor.

     En fin, le dejo al lector que elija como quiere soñar ahora, más tarde o esta noche, a qué reinos quiere abandonarse o en qué transparentes regiones habitará su imaginación. Sin duda, mañana será otro día, por aquello de la caducidad, una jornada que tendrá también la suya. Miro las rosas del jardín, el rosal que ha revivido de forma tan hermosa, y pienso que he de tomarlas ahora y ponerlas en algún búcaro, sobre una mesa, pues mañana tal vez sea tarde...



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