XXIII
Una caja metálica
con treinta y seis lápices de colores,
la estilográfica vencida
entre tus dedos, quizá
un dormir desasosegado
junto a ventanas
con los cristales rotos,
el aire que no acaba
de encontrar su camino,
de tan cansado,
y las luminosas
tardes de la infancia
muriendo en un ocaso
interminable.
Volver a asomarse al mundo,
creer y ser creído,
de forma esencial,
como la escritura
o el paisaje de tu memoria.
Fernando Alda
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