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lunes, 19 de octubre de 2020

Me envuelve la tormenta

 




          Os dejo hoy en el blog un texto de mi hija, Elvira Alda Peñafiel, que ha elaborado con motivo de la celebración del Día de la Mujer Escritora. En algunos aspectos está inspirado en la novela o "nivola" de Miguel de Unamuno "Niebla". Espero que os guste. Os dejo con ella.


          En el fulgor del día me envuelve la tormenta. Enigmática desde el inicio de los tiempos, sobrenatural con el transcurso de los siglos, voraz por el paso de muchas almas antes que la mía. Se adentra entre mis frágiles huesos, y me sumerjo en un otoño emocional, confuso y excéntrico, que me convierte ante el mundo en la más terrible de las criaturas.

          Es esta tormenta la que llega como estruendo y en su niebla me lastima, la que llega como ángel de luz y entre verdes praderas me libera. Me ahoga la penumbra en la búsqueda de mi ser, en la que el "yo soy" es "yo soy la tormenta". ¿Cómo el mundo podrá comprender si yo no soy yo y soy solo ella? Vivo en la duda, muero en la tormenta. La amo como el poeta más trágico y la temo como el sueño espectral de mi esencia. Es el aire puro  que respiro y el desgarro que corrompe mis venas. ¿Cómo podrá verlo la tierra si mis ojos están ciegos, si ni siquiera soy capaz de entenderlo?

          La vorágine del alba se tiñe de tormenta y maldigo su mal, bendigo su presencia. Se alza mi desdicha al cielo, y con una súplica a la Corte Celestial, le replico a Dios por el deleite de un castigo tan fiero. Y en ese silencio se dice todo: en mí está la pregunta y en mí la respuesta. Mi condición, pobre y humana, jamás podrá ser sin el relámpago, pues bebo de esa miseria. Piensa poco, escribe mucho, y, sin embargo, ocurre del modo que más aflicción me causa.

          ¡Dios mío, Dios mío! ¡Acalla mi mente, acalla mi alma! Haz que descanse entre las níveas rosas y no sangren más mis palabras. O mejor, préndele fuego y que calcine mis entrañas hasta las cenizas; corta mi ser en escarpadas montañas y que broten fantásticas bestias de mis manos. Y yo correré por el balance de los acantilados, lloraré lágrimas marchitas y mi entera existencia será como los rayos de luna que se escabullen entre los árboles. Y mis versos viajarán por el viento, quedarán enterrados en el recuerdo de generaciones y en mi tormenta perdurarán para la eternidad.

          ¡Dios mío, Dios mío! ¡Que refulja mi sentir en el espejo de Tu belleza! Soy legado de todas aquellas que me precedieron, de todos aquellos sus truenos y vendavales, y lo serán también las hijas de esta tierra, y serán perpetuas sus tormentas.

         En el amanecer de una nueva era, me levanto para un nuevo comienzo.

Elvira Alda Peñafiel

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