XXIV
Un alba de cielos
transparentes,
casi cristal,
donde la luz no se quiebra,
ni conoce fuga,
y ejerce el poder
de perfilar el mundo.
Solo tus ojos,
la voz renacida
e inalterable,
el lento avanzar
de la raíz de la vida
buscando florecer.
Así amanece el deseo,
el largo despertar
de la conciencia
a estados críticos
de insomnio,
ese saberse herido
en lo eterno,
en lo tan sin nombre,
como unas rosas de terciopelo
intenso en un búcaro
sin agua.
Fernando Alda
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