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viernes, 2 de abril de 2021

Carta de Cristo muerto

  


   A mis hermanos y hermanas del Real e Ilustre                                                                                                                    Patronato de Nuestra
   Señora de las Angustias y Santo Sepulcro de Ávila, con todo el cariño


      Esta carta, de autor anónimo, fue hallada dentro de una carpeta con otros manuscritos, también de autor desconocido, que contenía poemas y textos en prosa con reflexiones diversas, en la Biblioteca del Teresianum de Roma. No diré, pues no me está permitido efectuar tal revelación, ni el nombre ni la filiación de la persona que allí los halló, pues la misma quiere mantener el más estricto secreto. Solo diré que lo que a mi poder llegó fue una copia, una transcripción de este texto que el lector tendrá la ocasión de leer a continuación. Tanto el manuscrito como el resto de la carpeta seguirá durmiendo el sueño de los justos en algún plúteo de la biblioteca a la que pertenece, pues en ella fue depositado y en ella debe permanecer.

      Baste decir que puede tratarse de un autor de entorno al siglo III después de Cristo, por el estilo en el que está escrita, en Latín, y posteriormente traducida a lengua romance en Castellano, copiada, puede que varias veces, en algún monasterio en la Edad Media. Así se ha conservado, junto con los otros documentos, muchos de ellos pertenecientes al siglo XVI y posteriores, guardados allí a criterio del bibliotecario de turno juntos sin que se haya podido averiguar la razón utilizada para ello. Todos son de alta calidad literaria.

      Me he permitido la licencia de trasladar al lenguaje de nuestros días, tratando de no traicionar la belleza que encierra ni su sentido, el texto medieval que me fue entregado, para facilitar su comprensión. Quien quiera que fuesen su autor y traductor, sabrán perdonarme el atrevimiento. Nuestro Señor Jesucristo, en su infinita misericordia, espero tenga también compasión de mi por esta osadía con la que os dejo, entendiendo siempre que todo ello no es más que un juego literario, nunca una verdad teológica o doctrinal, pues nada está más lejos de mi ánimo y, supongo, en el del verdadero autor de la carta, que espero nos sirva de alivio en estos tiempos recios, como decía Santa Teresa, que nos está tocando vivir.

      Podéis leer:

      “Todo está cumplido. Me llevan, a hombros, en silencio, bajo el peso de la más profunda de las tristezas, al sepulcro que han elegido para mi, entre tinieblas, a la luz de los hachones, todos de luto. Se ha dispersado mi rebaño. Están heridos. Se han escondido por miedo. Están desolados. Dicen que Dios ha muerto, y para ellos es verdad. Las lágrimas ciegan sus ojos. No han entendido nada. No saben que voy a resucitar y que, desde entonces, si tienen fe, estarán salvados para siempre, como así lo ha querido mi Padre. Y serán libres.

      Siento una enorme compasión por ellos. No saben qué hacer. Es como si se les hubiese venido abajo la Torre de Siloé, las murallas de Jerusalén. Sus certezas son ahora un montón de cenizas. Lejos los tres últimos años de mi vida, en los que los fui buscando uno a uno, mirando a sus ojos, que también buscaban algo, sin saber bien el qué. Lejos esos atardeceres en Betania, en el mar de Galilea, en Cafarnaúm, en cualquier camino, con un plato de aceitunas por todo sustento. Ya no eran siervos, eran mis amigos. Y así lo serán a partir de ahora, cuando en la noche del sábado despierte y vuelva glorioso y sea la Luz eternamente. Ellos, como yo, podrán ir al Padre, que a todos nos espera con los brazos abiertos para gloria suya.

      No lo saben, pero ya les he dejado memoria mía, mi sacrificio, mi carne y mi sangre, el pan y el vino. Les he dejado el único mandamiento que resume a todos, amaos los unos a los otros como yo os he amado, hasta el extremo. Allí hasta donde resulta tan difícil llegar.
Les dejo, por el momento, con mi Madre, que ama a todos como si fuesen sus hijos. Cuando llegue la hora crucial, cuando yo resucite, cuando haya vencido de forma definitiva a la muerte, tras esta larga vigilia tan llena de angustia para ellos, me verán, las mujeres, mi Madre, los apóstoles, mis discípulos, como los que me encontraré camino de Emaús, y me mostraré a todos, y estaré con ellos hasta el fin de los tiempos. El Espíritu Santo vendrá sobre sus cabezas y la Salvación brillará sobre el mundo. Será como el primer alba de la Creación. No habrá más noche ni más miedo.

      De este modo os lo digo:

      Ahora es tiempo de silencio, de llorar lágrimas amarillas y negras. Es tiempo de esperar. De probar la fe. De tensar el alma, de buscar apoyo, de sostenerse sobre el abismo, aunque cueste, aunque parezca imposible lo imposible. Es tiempo de creer, de vivir, pese a que parezca que la muerte ha vuelto a vencer. En verdad, en verdad os digo que ya no volverá a ser nunca así. Que los sudarios no son nada, que hay un lugar en el Cielo, junto a mi Padre.

      Rodará la piedra sobre este sepulcro en el que me han dejado y os preguntaréis, con vuestra poca y pobre fe, que titila como la llama de una vela ante una suave brisa, quién os abrirá esa lápida, dónde está la victoria de la muerte, cuál es el sentido de la vida. No tenéis sino que volver los ojos a mi, pues mi carga y mi yugo son ligeros, a mi, que sufro con vosotros, que os ayudaré a llevar la cruz, como hizo conmigo el Cirineo. Sobre Pedro, sobre las lágrimas que ahora llora con tanto desconsuelo, edificaré mi Iglesia.

      Aunque me veis así, como un despojo, no tengáis miedo. No temáis nada. Ni a la espada, ni al dolor, ni a la muerte, ni a la guerra, ni al hambre o la peste. Yo estoy con vosotros. Allí donde os encontréis dos o más en mi nombre, allí estoy. Estaré cuando entreguéis, como yo, el último aliento, estaré, también, en el momento mismo en el que seáis concebidos, estaré en vuestra infancia, en vuestra boda o en vuestra soledad, en vuestra vocación al sacerdocio o a la vida religiosa, estaré con vosotros en vuestros sueños, en la risa y en el llanto, en la celebración y el dolor, viviendo en vosotros como así lo hacéis desde ahora vosotros en mi.

      Aguardad, estad en vigilia. El Esposo ha de volver pronto. Ya falta menos. Tened vuestras lámparas llenas de aceite. El banquete abrirá sus puertas no tardando mucho. El corazón volverá a arderos de alegría”.

Fernando Alda Sánchez

Nota:- La fotografía que acompaña a este texto corresponde a la imagen del Cristo yacente, de autor anónino del siglo XVII, que procesiona el Real e Ilustre Patronato de Nuestra Señora de las Angustias y Santo Sepulcro de Ávila, el Viernes Santo. Ese Santo Sepulcro sale acompañado por la Virgen Dolorosa, una talla de 1946 realizada por el escultor Antonio Arenas.





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