Dibujos de fuego,
sombras de aire,
la eternidad en la palma
de la mano, un río de luz
entre las nubes del olvido.
Palabras como ascuas,
en la colisión del agua
con la arena de toda orilla,
y es entonces, en ese instante,
en el que sueñas con el amanecer
que se acerca, la noche en llamas
de estrellas, en el respirar
de estas soledades que te rodean,
cuando apreciarás
el sabor del agua
amarga de un invierno
muy largo, tan extremo
cómo el deseo que albergas
de llegar al centro de este desierto
de mariposas y esparto.
No es nada, dices,
cómo si no importase,
y escribes, entre estas brasas
de niebla, todos los nombres
que recuerdas haber pronunciado.
En el paisaje, una lágrima,
un adiós, un recuerdo
cautivo, la sola claridad
que nos bendice y rodea.
Fernando Alda
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