Asoma lluviosa la mañana,
tras una noche de estrellas
fugaces, como el deseo,
asomado a un balcón
sobre lo que pudo ser
escarcha y ahora no es más
que cenizas otoñales,
oros viejos, ocres
gastados que en las arboledas
encienden lágrimas
de esperanza y de júbilo.
Ese cantar antiguo
que sobrevuela los tejados
del día y es la voz de los héroes,
estandarte, una nube
que no vuela en bandada,
y libre acoge la soledad
en la que te despeinas.
Fernando Alda
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