En el filo de la navaja
está el helor de un verso
que amanece, la dudosa
luz que alumbra las alcobas
ciegas de una mañana
recién estrenada,
con las manos
en los bolsillos del pantalón,
rebuscando,
acaso,
un viejo papel
en el que escribiste
el número de teléfono
del destino,
para llamar en caso de urgencia,
y solicitar una aurora
boreal o bien un abrazo.
Y así, la tarde, luego,
cómo esperando.
Fernando Alda
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