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jueves, 5 de septiembre de 2019

"Poesías completas", Yorgos Seferis

Yorgos Seferis fue el primer escritor griego en obtener el Premio Nobel de Literatura. La Academia sueca se lo concedió en el año 1963. Nació en la todavía por entonces ciudad griega de Esmirna, en Asia Menor, en el año 1900. Falleció en 1971 en Atenas.

Diplomático de carrera y ensayista, su peripecia vital le llevó a París, ciudad en la que tomó contacto con la poesía francesa de la década de los 20. Posteriormente, en Londres, conocería a Ezra Ponund, Yeats y Eliot.

Fue fundador de la revista "Las nuevas letras", con título traducido en este caso al español, junto a Odysseas Elitys, también Premio Nobel año 1979, del que por supuesto ya hablaremos, y otros poetas helenos de la llamada generación de 1930. Fue conocedor de la obra de Kavafis, del que en sus inicios bebe.

En Seferis se funde el modernismo europeo con la tradición helenística de la poesía moderna griega. En sus versos utiliza la lengua hablada del pueblo, ofreciéndonos un conjunto poético de extraordinaria belleza y de intenso lirismo. Así, en su "Diario de A Bordo, II"

"Ha salido en  Alejandría la luna nueva
con la luna vieja entre los brazos
y nosotros, tres amigos, pasando bajo la Puerta del Sol
dentro de la tiniebla".

O en el poema "Nuestro sol"

"Este sol era tuyo y mío: lo hemos compartido.
¿Quién sufre tras la seda dorada? ¿Quién se muere?"


y en "Una palabra sobre el verano"

"Hemos vuelto al otoño. El verano
como un cuaderno que nos cansamos de escribir
queda lleno de tachones, de trazos abstractos
en el margen, de interrogantes.
Hemos vuelto a la estación de los ojos que miran
al espejo a la luz de una bombilla,
labios apretados, gentes extrañas
en las alcobas, en las calles bajo los turbintos
mientras los faros de los coches atropellan
millares de máscaras pálidas".

Ahora que estamos a las puertas del otoño, despidiendo al verano, siento un escalofrío. Es una poesía luminosa, vital, que busca la raíz del ser humano y su esencia.

Hay una edición de Alianza Editorial, en Alianza Tres, de las obras completas de Yorgos Seferis, Madrid, 1986, con traducción de Pedro Bádenas de la Peña que tengo en casa y es la que he utilizado para esta breve reseña que, por supuesto, es la que os dejo.

Fernando Alda Sánchez


martes, 3 de septiembre de 2019

Muros de Ávila

En estos muros tu lamento

anida, cuando el otoño
entrado hay presagios
funestos en los cielos, y el aire
huele a muerte y a sementera.
Alcanzarás libertad interior,
mira las aves, y desde las almenas
la vida imagina: destierro
tu existir entre estas torres, pues
peligroso fue tu rondar en teologías.

Fernando Alda Sánchez


"La golondrina en el cabrio"

"La golondrina en el cabrio", de mi querido amigo Jacinto Herrero Esteban (Langa, Ávila, 1931 - Ávila, 2011), sacerdote, profesor, poeta, recoge los poemas de una etapa de madurez del autor en los que viven los temas de su poesía de siempre, como la soledad, la libertad interior, el mundo clásico, la literatura, la fortaleza de espíritu, el diálogo con Dios, con formas depuradas. El libro fue Premio de la Editorial Anthropos en 1992.

Confieso que este hermoso libro me ha buscado en el día de hoy. Se ha asomado desde el anaquel de la biblioteca de casa y me ha dicho, "se que llevas unos días buscando libros de Jacinto Herrero, pues quieres escribir, al igual que los has hecho sobre José Jiménez Lozano,  sobre este autor al que admiras y con el que has mantenido amistad". Y así ha sido, aunque en la cabeza me rondaba reseñar otro libro de Jacinto, "La trampa del cazador", que guarda admirables poemas, o el "Solejar de las aves",  hermoso también, pero he encontrado de primeras el poemario que hoy traigo a colación. Para los que no lo sepan, ambos escritores nacieron en Langa y mantuvieron una larga y profunda amistad.

En casa tengo la primera edición del libro, dedicado por el autor de su puño y letra, y lo conservo como un tesoro. El título está  sacado de los versos de la Odisea "Y, tomando el aspecto de una golondrina, cogió el vuelo/ y fue a posarse en unas de las vigas de la espléndida sala", XXII, 239 - 240.

En muchos de los poemas del libro, con un fuerte lirismo, pero desnudos de todo artificio, hay un retorno a la memoria de lo vivido, desde la propia existencia, o desde la literatura,
como ocurre con este que lleva por título "Arturo", en referencia a la tercera estrella más brillante en el firmamento:

"Si regreso a la nieve; si aterida
por la escarcha, la hierba no señala
el camino de Langa hacia Rehoyo;
si es memoria diciembre; si soy chico,
y un mortecino sol muerde la niebla,
y el vaho de mi boca en la mañana
me calienta las manos con que busco
figurillas de barro mutiladas
para el belén; si todavía viven
la tristeza y el gozo emparejados
-como del leopardo y el cabrito
dejó dicho Isaías-, y aún me hiere
la muerte de un gorrión; si algún amigo
me queda y yo le escribo... Deja todo
Jacinto, y siéntate a la puerta; mira
ha de brillar en esta noche Arturo
más que el húmedo sol del corto día".

Este fue uno de los muchos poemas que Jacinto enviaba a los amigos por Navidad. En este instante son muchos los gratos recuerdos que me asaltan desde la memoria.

Y aunque no es Navidad, y aún falta mucho para que lo sea, hoy así le recuerdo, con su sonrisa, escuchándole en las clases de literatura o en los momentos de tertulia. Ahora que se acerca el otoño, no me resisto a dejar en el blog otro de sus poemas, incluido también en el libro, como el titulado "Dionisos":

"Años hacía que el otoño
no llameaba en violento
fulgor de ocres y de rojos.
¡Oh, álamos gualdos, febles sauces,
castaños como ascuas, rotos
sarmientos, libres ya del peso
de los racimos! ¿Serán sólo
mis ojos, vagos, o es Dionisos
que muere en estertores, loco,
pródigo en frutos? ¿Nos engaña
entre las ramas de los chopos
la flauta de Sileno? Lluvias
caerán con roce melancólico
que apaguen lentas las hogueras
de muertas hojas y rastrojos.
Pero los dioses naufragaron
y nadie aclara este retorno
al fondo oscuro del misterio".

Con lo dicho por el poeta, basta.
Como ilustración dejo en el blog la portada del libro, de la editorial Anthropos, Barcelona, enero de 1993.

Fernando Alda Sánchez






lunes, 2 de septiembre de 2019

Mirar la vida

Murió la noche en pavesas

y aún perdura un aroma de luceros,
cuando asomada al balcón
el alba deja en tu mirada la sombra del otoño,
y queda en ti el pesar
oculto de la soledad: ayer, entre los mirtos,
el aire oscuro y la tarde agua,
encendiste una oración,
acaso Dios abriera los cielos; y hoy miras
la vida que fluye y se detiene,
y anhelas una pasión
que te incendie las entrañas.

Fernando Alda Sánchez



"Platero y yo"

"Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro". Así comienza "Platero y yo", de Juan Ramón Jiménez (Moguer, Huelva, 1881 - San Juan, Puerto Rico, 1958), definido como el mejor conjunto de poemas en prosa en lengua española.

Como el propio poeta indica, "Platero" es una elegía andaluza; es, también, un libro escrito para los niños que los adultos debemos ver con ojos infantiles para encontrar su esencia. En el prólogo de 1914 Juan Ramón señala que "este breve libro, en donde la alegría y la pena son gemelas, cual las orejas de Platero, estaba escrito para ... ¡qué se yo para quién! ... para quien escribimos los poetas líricos ... Ahora que va a los niños, no le quito ni le pongo una coma. ¡Qué bien!".

Los poemas que integran el libro fueron escritos entre los años 1907 y 1916. En Moguer escribe Juan Ramón esta obra, que aparece publicada, por primera vez, de forma incompleta, en 1914, llevándose a cabo la edición completa de la misma en 1917, con los 138 capítulos breves con que cuenta.

Se trata de un libro hermoso, muy hermoso, lleno de lirismo, de la primera poesía modernista del poeta, un libro que ha sido traducido a todos los idiomas cultos del mundo. En él encontramos las confidencias de Juan Ramón con el asnillo "Platero", en medio de la luminosidad de las tierras del sur. Todo un canto a la vida, a la belleza, a la sencillez de la existencia en un pueblo andaluz. Allí arde la poesía con una llama limpia y transparente que llevará al poeta, que recibió el Premio Nobel en 1956, a sus nuevas etapas, especialmente a la de la poesía pura.

Así vamos descubriendo no solo a Platero y toda la inocencia que representa, además de sus aventuras, sino a Moguer, las gentes que viven en él, la naturaleza que lo desborda todo, en un ambiente transido de bondad y de amor por los seres más humildes. No en vano el libro está dedicado a la memoria de "Aguedilla, la pobre loca de la calle del Sol que me mandaba moras y claveles", como el poeta indica. Los mejores regales que se pueden recibir, sin duda. Y todo ello a través del alma del autor, sensible hasta el extremo, que se recrea en tanta belleza. Prosa y poesía enlazadas en un baile mágico.

Dejo al lector con el libro en la mano. Como ilustración para esta reseña, la portada del libro en la edición de Cátedra, a cargo de Michel P. Predmore, que considero muy acertada.

Fernando Alda Sánchez



domingo, 1 de septiembre de 2019

Dies irae

La ardiente arena sepultó ciudades

y fue el mar de la noche
o augurio que predijera el fin de los tiempos:
aguardan los sellos a Aquel que vendrá
a saltarlos, y fulgirán
trompetas al amanecer por encima de las torres.
No de oro los vasos que derramarán
la ira encendida, las ascuas
de la extinción, violentos
carbones que en la tiniebla sangrarán.
Verás en Harmagedón a las aves
saciarse en la carne de los tribunos,
de los reyes, de los siervos...

Sueña el eremita en silencio
mientras dibuja el dragón
o la gran ramera, y el viento
sosegado en los árboles, y el páramo
lejano al que bajan las estrellas,
presienten ya en sus huesos
la caída del alba.


Fernando Alda Sánchez


"Diario de Ana Frank"

"Espero poder confiártelo todo como aún no lo he podido hacer con nadie, y espero que seas para mí un gran apoyo". Así comienza Annelis Marie Frank, conocida como Ana Frank, el diario que escribió entre el 12 de junio de 1942 y el 1 de agosto de 1944, en Amsterdam, bajo la ocupación nazi y en pleno apogeo del Holocausto. Ana Frank nació en Francfort del Meno, Alemania, en 1929, y murió de tifus en el campo de concentración de Bergen-Belsen, también en Alemania, en 1945.

Tras la invasión por los nazis de Holanda, sus padres, comerciantes judíos que habían emigrado desde Alemania a dicho país, se ocultaron con Ana y otras personas en una buhardilla, para huir de la persecución que llevaba a cabo la Gestapo. En agosto de 1944 fueron descubiertos y llevados a campos de concentración. En el lugar de su encierro Ana escribió, con tan solo 13 años, su diario, que había proyectado como base para escribir un libro cuando finalizase la guerra.

El "Diario" de Ana Frank es, quizá, uno de los más hermosos y estremecedores que se han escrito nunca. Desde luego supone un testimonio en primera persona de todo el horror y toda la barbarie que asolaron Europa durante el nazismo y la II Guerra Mundial. Al igual que decía ayer que "Crimen y castigo" es un libro imprescindible, el "Diario" de Ana Frank también lo es, por motivos diferentes y similares, pues es una voz que se alza para recordarnos siempre lo que no debe volver a ocurrir, como descenso a los infiernos que es el relato que encierra el mismo, y porque es una búsqueda en el alma humana llevada a límites que quizá ahora no somos capaces de sospechar.

Siempre tendré en los ojos la imagen en blanco y negro de Ana, con su sonrisa ya inmortal. Siempre tendré conmigo, en mi espíritu, en mi alma, su voz, serena, lúcida, como un alimento necesario para seguir creciendo como persona.

Para los que queráis profundizar en el testimonio de las víctimas del nazismo os recomiendo el libro "El hombre en busca de sentido", de Viktor Frankl, del que ya he hablado en el blog no hace mucho tiempo. El fue un superviviente de uno de esos campos de concentración. La reseña está publicada el día 1 de agosto de 2019. El libro es también del máximo interés.

En la biblioteca tengo la edición de Plaza y Janés, con traducción de Diego Puls, Barcelona, 1998. No obstante, os dejo la portada de la edición de "Debolsillo".

Fernando Alda Sánchez