La ardiente arena sepultó ciudades
y fue el mar de la noche
o augurio que predijera el fin de los tiempos:
aguardan los sellos a Aquel que vendrá
a saltarlos, y fulgirán
trompetas al amanecer por encima de las torres.
No de oro los vasos que derramarán
la ira encendida, las ascuas
de la extinción, violentos
carbones que en la tiniebla sangrarán.
Verás en Harmagedón a las aves
saciarse en la carne de los tribunos,
de los reyes, de los siervos...
Sueña el eremita en silencio
mientras dibuja el dragón
o la gran ramera, y el viento
sosegado en los árboles, y el páramo
lejano al que bajan las estrellas,
presienten ya en sus huesos
la caída del alba.
Fernando Alda Sánchez
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