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lunes, 2 de septiembre de 2019

"Platero y yo"

"Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro". Así comienza "Platero y yo", de Juan Ramón Jiménez (Moguer, Huelva, 1881 - San Juan, Puerto Rico, 1958), definido como el mejor conjunto de poemas en prosa en lengua española.

Como el propio poeta indica, "Platero" es una elegía andaluza; es, también, un libro escrito para los niños que los adultos debemos ver con ojos infantiles para encontrar su esencia. En el prólogo de 1914 Juan Ramón señala que "este breve libro, en donde la alegría y la pena son gemelas, cual las orejas de Platero, estaba escrito para ... ¡qué se yo para quién! ... para quien escribimos los poetas líricos ... Ahora que va a los niños, no le quito ni le pongo una coma. ¡Qué bien!".

Los poemas que integran el libro fueron escritos entre los años 1907 y 1916. En Moguer escribe Juan Ramón esta obra, que aparece publicada, por primera vez, de forma incompleta, en 1914, llevándose a cabo la edición completa de la misma en 1917, con los 138 capítulos breves con que cuenta.

Se trata de un libro hermoso, muy hermoso, lleno de lirismo, de la primera poesía modernista del poeta, un libro que ha sido traducido a todos los idiomas cultos del mundo. En él encontramos las confidencias de Juan Ramón con el asnillo "Platero", en medio de la luminosidad de las tierras del sur. Todo un canto a la vida, a la belleza, a la sencillez de la existencia en un pueblo andaluz. Allí arde la poesía con una llama limpia y transparente que llevará al poeta, que recibió el Premio Nobel en 1956, a sus nuevas etapas, especialmente a la de la poesía pura.

Así vamos descubriendo no solo a Platero y toda la inocencia que representa, además de sus aventuras, sino a Moguer, las gentes que viven en él, la naturaleza que lo desborda todo, en un ambiente transido de bondad y de amor por los seres más humildes. No en vano el libro está dedicado a la memoria de "Aguedilla, la pobre loca de la calle del Sol que me mandaba moras y claveles", como el poeta indica. Los mejores regales que se pueden recibir, sin duda. Y todo ello a través del alma del autor, sensible hasta el extremo, que se recrea en tanta belleza. Prosa y poesía enlazadas en un baile mágico.

Dejo al lector con el libro en la mano. Como ilustración para esta reseña, la portada del libro en la edición de Cátedra, a cargo de Michel P. Predmore, que considero muy acertada.

Fernando Alda Sánchez



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