"La golondrina en el cabrio", de mi querido amigo Jacinto Herrero Esteban (Langa, Ávila, 1931 - Ávila, 2011), sacerdote, profesor, poeta, recoge los poemas de una etapa de madurez del autor en los que viven los temas de su poesía de siempre, como la soledad, la libertad interior, el mundo clásico, la literatura, la fortaleza de espíritu, el diálogo con Dios, con formas depuradas. El libro fue Premio de la Editorial Anthropos en 1992.
Confieso que este hermoso libro me ha buscado en el día de hoy. Se ha asomado desde el anaquel de la biblioteca de casa y me ha dicho, "se que llevas unos días buscando libros de Jacinto Herrero, pues quieres escribir, al igual que los has hecho sobre José Jiménez Lozano, sobre este autor al que admiras y con el que has mantenido amistad". Y así ha sido, aunque en la cabeza me rondaba reseñar otro libro de Jacinto, "La trampa del cazador", que guarda admirables poemas, o el "Solejar de las aves", hermoso también, pero he encontrado de primeras el poemario que hoy traigo a colación. Para los que no lo sepan, ambos escritores nacieron en Langa y mantuvieron una larga y profunda amistad.
En casa tengo la primera edición del libro, dedicado por el autor de su puño y letra, y lo conservo como un tesoro. El título está sacado de los versos de la Odisea "Y, tomando el aspecto de una golondrina, cogió el vuelo/ y fue a posarse en unas de las vigas de la espléndida sala", XXII, 239 - 240.
En muchos de los poemas del libro, con un fuerte lirismo, pero desnudos de todo artificio, hay un retorno a la memoria de lo vivido, desde la propia existencia, o desde la literatura,
como ocurre con este que lleva por título "Arturo", en referencia a la tercera estrella más brillante en el firmamento:
"Si regreso a la nieve; si aterida
por la escarcha, la hierba no señala
el camino de Langa hacia Rehoyo;
si es memoria diciembre; si soy chico,
y un mortecino sol muerde la niebla,
y el vaho de mi boca en la mañana
me calienta las manos con que busco
figurillas de barro mutiladas
para el belén; si todavía viven
la tristeza y el gozo emparejados
-como del leopardo y el cabrito
dejó dicho Isaías-, y aún me hiere
la muerte de un gorrión; si algún amigo
me queda y yo le escribo... Deja todo
Jacinto, y siéntate a la puerta; mira
ha de brillar en esta noche Arturo
más que el húmedo sol del corto día".
Este fue uno de los muchos poemas que Jacinto enviaba a los amigos por Navidad. En este instante son muchos los gratos recuerdos que me asaltan desde la memoria.
Y aunque no es Navidad, y aún falta mucho para que lo sea, hoy así le recuerdo, con su sonrisa, escuchándole en las clases de literatura o en los momentos de tertulia. Ahora que se acerca el otoño, no me resisto a dejar en el blog otro de sus poemas, incluido también en el libro, como el titulado "Dionisos":
"Años hacía que el otoño
no llameaba en violento
fulgor de ocres y de rojos.
¡Oh, álamos gualdos, febles sauces,
castaños como ascuas, rotos
sarmientos, libres ya del peso
de los racimos! ¿Serán sólo
mis ojos, vagos, o es Dionisos
que muere en estertores, loco,
pródigo en frutos? ¿Nos engaña
entre las ramas de los chopos
la flauta de Sileno? Lluvias
caerán con roce melancólico
que apaguen lentas las hogueras
de muertas hojas y rastrojos.
Pero los dioses naufragaron
y nadie aclara este retorno
al fondo oscuro del misterio".
Con lo dicho por el poeta, basta.
Como ilustración dejo en el blog la portada del libro, de la editorial Anthropos, Barcelona, enero de 1993.
Fernando Alda Sánchez
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