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martes, 8 de octubre de 2019

Vulnerable esplendor

Clarín que anuncia

estridente el juramento de la luz
al derramarse desde las constelaciones
más lejanas, desde el Cisne
o el Dragón, la luz al alcance
de la mano, como si la modelases
a cada instante y fuere
esculpida como mármol
travertino, el Moisés de Miguel Ángel,
un leopardo de jade
oculto entre las sombras que acechase
la ceremonia de la altura,
el vulnerable esplendor
de los funerales de la aurora.

Fernando Alda Sánchez

lunes, 7 de octubre de 2019

La trompeta del ángel

Vuelve la tormenta,

tempestad entre las flores,
el relámpago que alumbra
la destrucción, ozono que amanece
y mantiene la tensión, la fuga
infinita del agua, el más
desvalido llanto que imaginarse
pueda,  el más desértico de los espacios.
Aguacero tras aguacero
se construye la morada en la que habita
esa calle de nombre tan triste
y desvinculado, esa calle
en la que nunca ha vivido
nadie, ni siquiera la nada,
esa calle que hay en todas las ciudades
y nadie busca ni encuentra
en el callejero, patria
innombrable que no tiene
remite. Cayeron las murallas de Jericó
como han caído las primeras
hojas del otoño, las banderas
vencidas, los estandartes
abandonados que ya no tremolarán
más en el horizonte de las derrotas.
Es la tempestad,
la trompeta del ángel.

Fernando Alda Sánchez

El otoño que no llega

       

Foto: Pixabay


        Me siento hoy a escribir con cierto desasosiego en estos primeros días del otoño que se resiste a llegar: altas temperaturas, ausencia de lluvias y, me atrevo a decir, que hasta de nostalgias y melancolías, como si hubiésemos perdido la capacidad de imaginar y de soñar. No se dónde está el otoño, dónde ha escondido sus esplendores, sus galas, las ardientes llamaradas con las que nos obsequia en otras ocasiones.

          Fervorosamente lo busco en las riberas de los ríos, en los hayedos y robledales, en los chopos que se alzan al cielo como lanzas o lágrimas de fuego, en los castaños que son como seres humanos sin vida aparecidos entre la niebla. Trato de encender el corazón, junto al fuego en el que se asan unas humildes castañas, unas bellotas, mientras avanza octubre hacia noviembre y su fúnebre cortejo, sin encontrar el agua, las sementeras, los cielos turbios e indecisos de un tiempo en el que todo se prepara para morir, hasta el espíritu, que reclama atención y oraciones.

          El otoño es más que una estación, más que el cambio en el que los rayos del sol nos modelan, es más que el paso de los meses, que la recolección de frutos, pues es, además, un estado del alma, un sentir como seres humanos y sagrados que somos; el otoño es un mirar, un soñar, un amar, un alentarse, un avivarse como hoguera, un ser de otra forma, un vivir perpetuo que buscamos aquellos que en el transcurso del año anhelamos su llegada.

          Desde la ciudad amurallada miro los campos, los ríos secos, los sotos desangelados, miro el día desvanecerse en un inútil combate en el que no hay victoria, y el deseo de otra luz, de otro aire más enfurecido, de otras quimeras que buscar entre el cielo inmóvil, no llega con su pulsión de muerte y de abandono, ni en el ocaso se desata la lucha contra las sombras.

          El tiempo parece no llevar a ninguna parte, como si los relojes marcasen las horas que no corresponden al momento que debiera ser. Mientras llega el otoño seguiré esperando, seguiré tomando el pulso a la vida, para que esta convalecencia de hojas que no acaban de caerse invada el deseo que mantengo vivo, que no es otro que el de abrazar el otoño cierto, el de respirar su aliento, el de entornar los ojos y ver el fulgor con el que se viste la luz.

Fernando Alda Sánchez




viernes, 4 de octubre de 2019

Deshabitados "Campos de Castilla"



          Los machadianos y reales "Campos de Castilla" están hoy deshabitados, como otros muchos campos y tierras de España, sin que desde décadas y décadas nuestros dirigentes políticos hayan tomado conciencia del problema, de la lenta sangría en la que vivimos en muchas provincias del interior, de la terrible agonía de la que ya no parece salvarnos ninguna unidad de cuidados intensivos.

          Hoy, que es viernes, se ha convocado un paro de cinco minutos para que se tome conciencia de esta situación. Me sumo al paro, pero de 24 horas, pues estoy forzosamente parado, es decir, sin trabajo, y sin muchas perspectivas, por falta de ellas en estas tierras duras del interior, en mi Ávila querida. Quedamos cuatro, tirando por lo alto, para mantener el Patrimonio histórico-artístico, el legado de nuestros mayores, la altura ética y espiritual de estos campos, la belleza que arde en sus llanuras y montañas, el ocre otoñal con el que se visten los árboles en este octubre lleno de malos presagios.

            Alcemos la voz, los que aún creemos en estas soledades interiores, en tantas ciudades, villas, pueblos y aldeas que cada día amanecen con toda su belleza intacta para que el derribo del abandono y de la muerte no les de la puntilla. A ver si nos hacen caso los que nos han llevado a estos cuidados paliativos que nada remedian, de una vez, y no todo se quede en estériles promesas electorales (ahora tenemos unos comicios a la vuelta de la esquina, que nuestro voto de verdad valga). Alcemos la voz para que no seamos los últimos en tener que irse y no nos veamos obligados a apagar la luz en el desahucio al que parece nos vemos condenados, para que no seamos un parque temático que se visita los fines de semana.

            No se si esta purga tendrá ya remedio. Llevo años luchando contra ella, aportando mis conocimientos y mis ganas de vivir,  mi presencia, mas reconozco que en ocasiones me puede la tristeza del abandono, se me pudre la raíz de la desidia en los tuétanos, y vierto lágrimas de impotencia ante tanta devastación.

           Seguiré escribiendo, como siempre, sobre esta Castilla mía, sobre el que es mi paisaje espiritual, que llevo tan dentro de mis entrañas, en el alma, para seguir clamando por la vida, por las oportunidades para vivir, para que no tengamos que seguir marchándonos de aquí y de otros lugares a ciudades también deshabitadas y vacías de sentimiento, meros dormitorios, osarios de almas. Don Antonio Machado seguro que me comprende y me alienta.

          Seguiré mirando el horizonte, los cielos altos, las cumbres de las montañas que ya esperan las primeras nieves del otoño, el vuelo de las aves, seguiré rezando en las escondidas ermitas que pueblan los alcores y los arroyos, buscando el esplendor de una fuente, la sombra de un álamo en la que dejar abandonada la nostalgia, el soñar pastoril de estas tierras condenadas a la desmemoria y a la desolación. Le pido a Dios, en el que creo, que escuche mis oraciones.

Fernando Alda Sánchez

Nota.- La foto está realizada en las ruinas del que fuera convento de San Jerónimo, en Ávila


jueves, 3 de octubre de 2019

Memorias no escritas

Si en el mediodía el sol ha dejado

sus huevos de serpiente,
un áspid amenazante,
y son las horas que transcurren
imaginadas el desvelamiento
de las memorias no escritas,
en la calma existencial,
inalcanzable paraíso,
residirá el desasosiego que mueve
nuestros huesos, la patria
potestad de cuanto hemos sido.
No somos nosotros, solo
reflejos de la platónica
caverna, hijos de la soledad
que el resplandor hiere y tal vez
resucita en su provervial
ceguera, como topos
que siguen cavando galerías
hacia ninguna parte,
laberintos inconclusos
en los que se perderá
el asombro, la admiración
por la luz de todo cuanto
nos ha sido entregado.

Fernando Alda Sánchez

Teresa de Ávila

         
Foto: Wikipedia

          En el lienzo norte de la Muralla de Ávila hay un arco modesto, que pasa desapercibido cuando uno camina por la Ronda Vieja, a la sombra de los potentes torreones, al que es recomendable acceder intramuros, como desde dentro del corazón de la ciudad, para encontrarse de bruces con la vista que uno va buscando. Se trata del Arco del Mariscal, de referencia en los inviernos abulenses por el frío y el viento que se cuelan por su vano y desde el que se descubre, por la altura a la que se halla, una hermosa imagen del arrabal norte de Ávila, que en su día fuera barrio de canteros y huertas, con la Calle Ajates perfilando su espina dorsal.

         Desde esta atalaya, de frente, como una isla de silencio, el Monasterio de La Encarnación, en el que profesara Santa Teresa, y, además, la iglesia románica de San Andrés, las ruinas de San Francisco (hoy auditorio municipal), la esbelta torre mudéjar de la Ermita de San Martín, y hacia la izquierda, Santa María de la Cabeza,  todas por encima de la escasa altura de las edificaciones.

         Es como asomarse desde el Castillo Interior de Santa Teresa de Ávila y ver el mundo como lo vería ella, mas despoblado, más desabrido, cuando una mañana se marchó a La Encarnación para ser monja, para comenzar, contra la voluntad de su padre, la aventura espiritual y humana que hoy todavía nos fascina y nos deslumbra.

        En esa isla que es el monasterio se guarda con celo su huella, como ocurre en el Convento de San José, también en Ávila, la estrellita que alumbró las fundaciones teresianas por toda España, que luego se abrieron al mundo, y como ocurre en el Convento de La Santa, edificado sobre el solar de la que fuera su casa natal. Allí el huerto en el que jugaba con sus hermanos, la habitación en la que vino al mundo.

         La ciudad se remansa en ese paisaje, como arropando la estética carmelitana de Teresa. Celdas desnudas, encaladas, un camastro, una almohada de tabla, el hábito marrón y duro, para soportar los "tiempos recios" de los que la Santa de Ávila habla en sus escritos. Quizá un libro, un jarro con un poco de agua, unos papeles para escribir. El piso de baldosas de barro, la luz transparente de Ávila que ilumina la estancia desde una ventanita. Acaso una vela.

          Y evoco hoy sus libros, "Las moradas", "Las fundaciones", el de su Vida, o sus poemas,  "Nada te turbe", la sencilla pluma de una mujer que supo elevarse por encima de su tiempo y alcanzar las estancias de Dios, de su Amado, de ese Cristo "muy llagado" de sus amores, y en mi, que soy peregrino en el mundo y me gusta recorrer los caminos espirituales que me salen al paso como puertas abiertas de par en par, no siento nostalgia, sino una profunda alegría por leer y releer a Teresa, que sigue encendiendo en mi corazón una hoguera fuerte, con llamas luminosas, en este otoño soleado en el que ya por las noches baja la temperatura en Ávila y amanece frío, presagiando luego los eneros y febreros en los que los hielos curten el alma con sus rigores. No hay mejor remedio cuando parece que el mundo está ardiendo, como ella escribía.

         Dicen que Ávila es el Castillo Interior de Teresa, y no me extraña. Es el castillo más grande de Castilla, también, dicen otros, la Jerusalén castellana, la de estas tierras en las que los cielos alumbran alturas insospechadas y en las que el alma sueña, como suspendida del aire, los sueños de Dios. "Ávila la casa", de Miguel de Unamuno, que parece seguir paseando por las calles de la ciudad, meditando sobre el alma de España.

         Aquí también soñó otro abulense, de Fontiveros, San Juan de la Cruz, con "llama de amor viva", esos mismos sueños y mantuvo esos mismos amores divinos de Teresa, así que algo hay en el paisaje de esta Ciudad, de esta Ávila que ahora me abraza como si fuera una madre, un nido cálido de plumón y trinos sonoros, de alimento espiritual, para seguir el camino diario, sus zozobras y desasosiegos, con una lamparita en la mano y un breve retiñir de campanas que en el alma deja recuerdos de otras épocas y otros sentires, que parecen haberse llevado los vencejos y las cigüeñas hacia otras tierras y lugares, en busca de acomodo en los que pasar la invernada con menos rigor. Y termino diciendo, como mi paisana, en un susurro de alondras, que "solo Dios basta".

Fernando Alda Sánchez




miércoles, 2 de octubre de 2019

Caminar desacertado

Como el gladiador en el Coliseo

te vas desmembrando en fiero
combate, la ilusión es necedad
incruenta, mientras tú mismo
aclamas el logro imposible
de mirarte a los ojos y descubrir
lo que hay en ti de cierto.
Glauca atmósfera envuelve
el caminar desacertado
de las solas ideas, como queriendo
enmascarar su tibieza, la debilidad
flagrante que contienen:
primero la vida, después la filosofía,
tal vez hablaremos más tarde
de haber sentido el agua
escaparse entre los dedos,
después de haber amado
intensamente la luz y las tinieblas,
tras haber libado el arsénico
de la esperanza y haber bailado
un vals muy lento con ángeles
y demonios o haber visitado
al dolor en su domicilio.
Hablaremos en las ágoras
que aún nos restan por recorrer
y desde los púlpitos que nos han prestado,
hablaremos para no callar,
para eludir el helor curvo
que porta la muerte,
hablaremos para ser y para amar,
hablaremos para no enloquecer
igual que escribimos para seguir siendo la frágil
arcilla que un día abandonó su molde.

Fernando Alda Sánchez