Vuelve la tormenta,
tempestad entre las flores,
el relámpago que alumbra
la destrucción, ozono que amanece
y mantiene la tensión, la fuga
infinita del agua, el más
desvalido llanto que imaginarse
pueda, el más desértico de los espacios.
Aguacero tras aguacero
se construye la morada en la que habita
esa calle de nombre tan triste
y desvinculado, esa calle
en la que nunca ha vivido
nadie, ni siquiera la nada,
esa calle que hay en todas las ciudades
y nadie busca ni encuentra
en el callejero, patria
innombrable que no tiene
remite. Cayeron las murallas de Jericó
como han caído las primeras
hojas del otoño, las banderas
vencidas, los estandartes
abandonados que ya no tremolarán
más en el horizonte de las derrotas.
Es la tempestad,
la trompeta del ángel.
Fernando Alda Sánchez
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