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lunes, 7 de octubre de 2019

El otoño que no llega

       

Foto: Pixabay


        Me siento hoy a escribir con cierto desasosiego en estos primeros días del otoño que se resiste a llegar: altas temperaturas, ausencia de lluvias y, me atrevo a decir, que hasta de nostalgias y melancolías, como si hubiésemos perdido la capacidad de imaginar y de soñar. No se dónde está el otoño, dónde ha escondido sus esplendores, sus galas, las ardientes llamaradas con las que nos obsequia en otras ocasiones.

          Fervorosamente lo busco en las riberas de los ríos, en los hayedos y robledales, en los chopos que se alzan al cielo como lanzas o lágrimas de fuego, en los castaños que son como seres humanos sin vida aparecidos entre la niebla. Trato de encender el corazón, junto al fuego en el que se asan unas humildes castañas, unas bellotas, mientras avanza octubre hacia noviembre y su fúnebre cortejo, sin encontrar el agua, las sementeras, los cielos turbios e indecisos de un tiempo en el que todo se prepara para morir, hasta el espíritu, que reclama atención y oraciones.

          El otoño es más que una estación, más que el cambio en el que los rayos del sol nos modelan, es más que el paso de los meses, que la recolección de frutos, pues es, además, un estado del alma, un sentir como seres humanos y sagrados que somos; el otoño es un mirar, un soñar, un amar, un alentarse, un avivarse como hoguera, un ser de otra forma, un vivir perpetuo que buscamos aquellos que en el transcurso del año anhelamos su llegada.

          Desde la ciudad amurallada miro los campos, los ríos secos, los sotos desangelados, miro el día desvanecerse en un inútil combate en el que no hay victoria, y el deseo de otra luz, de otro aire más enfurecido, de otras quimeras que buscar entre el cielo inmóvil, no llega con su pulsión de muerte y de abandono, ni en el ocaso se desata la lucha contra las sombras.

          El tiempo parece no llevar a ninguna parte, como si los relojes marcasen las horas que no corresponden al momento que debiera ser. Mientras llega el otoño seguiré esperando, seguiré tomando el pulso a la vida, para que esta convalecencia de hojas que no acaban de caerse invada el deseo que mantengo vivo, que no es otro que el de abrazar el otoño cierto, el de respirar su aliento, el de entornar los ojos y ver el fulgor con el que se viste la luz.

Fernando Alda Sánchez




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