Fernando Alda Sánchez
A Yolanda, Manuel, Elvira e Irene Ruth,
luz de mis ojos
I
ESA NOCHE DESCUBRIMOS LA VÍA LACTEA
Esa noche descubrimos la Vía Láctea.
Los niños, por primera vez;
otros, la volvimos a soñar.
Millones de estrellas
ardiendo a años luz de nuestros
sentimientos, como pavesas
o rescoldos a años de vida de nuestras
soledades y sentires, flotando,
como el origen de todas las esperanzas,
el fulgor de Dios, el esplendor
de su Creación que sigue iluminando
las huellas que dejamos en el barro,
efímero rastro en las cumbres
de las montañas. Sed de Ti, Señor mío,
Dios mío, Abba, pues en el imaginado
alumbrar de las estrellas sé que está tu aliento,
al igual que en la humilde paja
de los pesebres. Sed de Ti, Eterno,
tan inalcanzable y tan cercano,
que desde el fin del firmamento me buscas,
me hablas. Es ternura. ¡Oh! noche
profundísima, ¡oh! cedros que el aire
animan, ¡oh! luceros y estrellas
que mi nombre escriben en la quietud
del alma en estos páramos de sombra,
de sol y de nada.
II
PADRENUESTRO
Me gusta hablar contigo,
Dios mío, en el sol de la tarde,
cuando el crepúsculo
enciende las brasas del alma
y hay silencio entre las horas
que anuncian los primeros
brillos del firmamento.
El alma en paz, los sentidos,
mudos: es entonces
cuando te cuento los trabajos del día,
el instante en el que te doy
gracias por el pan, por la fe,
por la vida, por la esposa
y los hijos, por su sonrisa y sus abrazos.
Padre, perdona mi debilidad,
mi interminable flaqueza,
y haz de mí el fruto de tu voluntad,
memoria tuya, la caridad
que alivia el dolor, el agua y la luz,
hijo pródigo como soy
que siempre regresa a tu misericordia.
III
ORACIÓN
¡Crucifícale, crucifícale!
gritaban en aquélla Jerusalén
de sangre, y te seguimos crucificando,
cada día, en el Gólgota del egoísmo,
en la cruz cuyo madero
no deseamos, con clavos
de odio y coronas de espinas de soberbia,
con la misma indiferencia que siempre
nos hace mirar hacia otra parte
si hay un corazón que sufre,
un corazón desolado,
que en el abandono ha encendido
el fuego de su más triste hogar:
perdónanos, Señor,
pues ahora sí sabemos lo que hacemos.
IV
GETSEMANÍ
Qué solo estabas en Getsemaní
aquella violenta primavera,
entre los helados y endurecidos
troncos de los olivos,
cuando todos dormían, y esperabas
beber el cáliz más amargo
en la noche más oscura.
Todas las miserias de todos
sobre los hombros, como una clámide
ardiente, la Cruz más pesada.
Sólo el ángel,
la voluntad del Padre.
Un helor de sangre, sobre el abismo,
en la madrugada desnuda,
hacía presentir el tormento,
el abandono, la expiación.
Más ya estabas venciendo a la muerte,
y alumbrando una luz jamás soñada.
Qué solo estabas en Getsemaní...
V
ASCÉSIS
En las tinieblas te he buscado,
en la noche más honda
y más amarga,
desde lo profundo e insondable
he clamado.
Escribí tu nombre, Señor,
en las arenas más ardientes;
entre ásperas rocas y escorpiones
habité, mi voz se secó
al sol, de sal se llenaron
mis llagas y con el lagarto
y el áspid fui peregrino,
y siempre bendije
tu dulce Nombre.
VI
SÓLO SOY HIERBA
Sólo soy hierba que arde en un soplo
de fuego en el estío: como Job clamé
contra ti, cuando no era nada
mientras creabas órbitas y planetas.
El salmista lo recuerda: ¿qué soy
para que te acuerdes de mí?
Y sin embargo, no me has arrojado
a la fosa, no caí herido en la red
del cazador, y ofreces un magnífico
banquete para mí ante mis enemigos.
El salmista lo recuerda:
eres mi refugio, mi alcázar,
y serán siempre mi sueño
y mis desvelos la alabanza que proclama
la grandeza de tu heredad.
VII
EN UN LIENZO...
Qué tristeza en el paño de la Verónica,
todas las lágrimas
y toda la sangre,
cuánto duelo.
Aún restallan los latigazos
y las burlas,
camino del Calvario,
el fiero desprecio de los verdugos.
El dolor más intenso
en un lienzo, lino
purísimo, los ojos
hundidos... no hay pincel
en el mundo que pintar
pudiera tanta devastación.
VIII
SI YO PUDIERA...
Si yo pudiera, Cristo,
en vez de un clavo ser una flor
abierta en su belleza entre tus huesos
doloridos, si en vez de una lanzada
pudiera ser el aleteo
de una alondra en tu costado,
si en vez de un latigazo
pudiera ser el viento
amigo, el agua fresca
y profunda que sabe a vida
eterna, si en lugar de la corona
de espinas fuese los pétalos de la rosa...
Si yo pudiera ser el Cirineo
y no el desprecio,
Cristo, si yo pudiera
sostener tu cabeza un instante
antes de entregar el espíritu,
si yo pudiera ser más valiente
en la persecución,
y no haberte negado
tantas veces a la luz
incierta de las hogueras
de aquella noche y de todas las noches.
Si yo pudiera...
IX
UNA CANDELA
Una candela en la noche,
tanto negror y tan poca luz.
Sobre el páramo helado las estrellas.
Dios mío, mi Señor,
eres la llama,
la única llama,
Abba, en esta angustia
sin límites que siento
en las tinieblas
de vivir. Sólo tu presencia,
nada más anhelo.
Tu misericordia,
Padre, tu misericordia.
Una mirada tuya
que encienda el gozo del alma,
como el que siempre espera
tener esperanza y un día
alcanza la Gloria de la Resurrección.
X
A PESAR DE TODO...
Cómo pudiera decirte,
Cristo mío, cuánto te amo,
y cuántas veces he renunciado a ti...
Cómo en mi derrota has sostenido mi cabeza,
y negué hasta tres veces o trescientas tu nombre
antes de que cantaran los gallos en la aurora.
Cómo malgasté en los espejismos del mundo
la alegría y la vida, la gracia y el alma,
cómo únicamente te ofrezco tristeza
y tierra frente a tu amor hasta el extremo.
Se que volverías a morir por mí,
y a pesar de todo...
A pesar de mi angustia, de mi miseria,
sólo se decir, Cristo, Amor.
XI
EL OJO DE LA AGUJA
“Es pequeñito”... dice mi hija Irene Ruth,
entre sus dedos cualquier minucia,
pues casi a sus tres años
ya ha aprendido, magistralmente,
sin quitarse de la boca
el chupete que adora,
la esencia del mundo:
todo es pequeño y vulnerable,
y en las almas que parecen diminutas
se encierra la verdad y la profundidad
de la vida, la estatura más grande
para ser el camello que al pasar por el ojo
por el que se enhebran todas las agujas
demuestra que el Cielo
se alcanza despojado
de inútiles equipajes.
XII
DIOS ME LLAMA
Cuánto dolor en cada aurora,
en la luz que amanece
y abrasa la esperanza.
Es la vieja máquina de escribir
a la que le falta
una sola tecla
y ya duerme en el limbo,
o las fechas que se apuntan
en los cuadernos cuando se inician
y no tienen día de término,
acumulando lágrimas y destrozos
entre papeles desvanecidos.
Diarios moribundos, estertores de tinta,
en los que la letra
agoniza desangrándose
en trazos azules o negros,
como arterias abiertas o grifos
viejos que la herrumbre
ha malogrado. Quisiera
despertar ahora, despojarme
de este letargo, revivir
entre los mapas inéditos
de una vida por estrenar.
Quisiera volver a ascender
a una montaña entre la niebla
y coronar el sol y los cielos,
mientras dura el día
y las campanas guían el vuelo
sutilísimo de las águilas
hacia la inmensidad:
Dios me llama,
es el hombre nuevo que renace
y alcanza hermosuras y transparencias,
arboledas de aire,
plenitud de la mirada
infantil que se asoma
al círculo y la estancia,
allí donde habita el Amor
más grande que soñarse pudiera.
XIII
EN EL PRINCIPIO
En el principio, el Verbo. Siempre,
fuego y agua. El evangelista
sueña el Reino.
Luz nunca dibujada. Luz de Resurrección.
Cristo de nuevo entre nosotros,
estrenando la madrugada del mundo
que alumbra un resplandor que a todos
nos abraza.
Luz de amor en los algodones de las almas,
luz de hogueras
perpetuas, luz de Cristo
que diluye las tinieblas del orbe.
Vestida está mi alma
con fulgor de vida eterna,
Señor, resplandece entre las brasas
más hermosas, es rescoldo e inicio,
y como el agua que nació
tras la lanzada en tu costado,
así fluye y alimenta mis anhelos...
Bautismo y alianza,
la misericordia del Padre
que siempre espera,
redimida mi esclavitud
y roto el pecado. Llevo en los ojos
prendida la antorcha de la alegría,
y a mis labios regresan
cánticos antiguos, músicas nuevas,
la oración y la Verdad,
que presagian otras auroras.
XIV
ENCUENTRO
El alma sueña bajo la sombra
de los alisos que un torrente de agua
nutre, y en el frescor está el Paraíso,
la quietud de Dios que habla
en voz muy baja, susurrando
desde el cenit del día.
El tiempo ya no reina, la luz,
detenida, no sigue su curso,
solo amor es entonces
uno con el Amado.
Si es música o deleite,
no lo se, más el infinito
se ha llenado de eternidad,
así noches y días pudieran ser del estío,
embriagado de amistad tan grande
que las aves que en ese lugar
anidan son silencio y transparencia,
y el pulso late espaciado como si no quisiera
causar disturbio en el encuentro.
XV
SIEMPRE JUNTO AL AGUA
Noche, jazmines,
galanes abiertos asomando
al silencio: sólo tu presencia,
Abba, en este jardín de almas.
Se que estás
aquí, en la brisa
invariable del sur,
entre los mirtos, quieto,
como los labios que quisieran
abrirse y nombrarte y decir.
Mecen tus brazos con ternura
de madre mi sueño
inquieto, y al trasluz
imagino, en la duermevela
más dulce, que soy alondra
en tus manos, aire
nuevo, el respirar
pausado de un arcángel
que en el fondo de la memoria
habita. Tú o nada.
En mi patio, junto
a un plato de dátiles,
espero tu visita,
bajo el sosiego de la luna,
siempre junto al agua.
XVI
MÁS ALLÁ DE LA MUERTE Y DE LAS ESTRELLAS
Luz del Sur, un luminoso
balcón que se abre al día,
mientras el Ángelus
detiene el reloj escondido
que duerme en las penumbras
del espíritu. Sed de Ti,
amor tan grande.
El infinito paisaje
del archipiélago de la vida
se hilvana en el instante
que retienen mis ojos:
Presencia. Está aquí,
oculto en las entretelas
de la luz, respirando,
desde siempre.
Desea ser amado, es Amor.
Estás en Él, eres Él.
El agua eterna de su pozo
conduce a las moradas del cielo,
más allá de la muerte
y de las estrellas.
XVII
ARENA Y VANIDAD
Es la vanidad el resplandor
cinerario de sepulcros nunca vacíos,
siluetas de muertos
antiguos, de reinos
perdidos, de reyes
tristísimos que ardieron
en piras de olvido.
Todo lo arrancó de cuajo
la guadaña, hojarascas
sombrías, equipajes
de polvo, de nada.
Olmos secos, cipreses ajados,
túmulos en ruinas, almas
quebradas que no esperaron
la resurrección de Cristo.
Es melancolía, un llorar
perpetuo, lágrimas que nombran
un vacío espantoso,
el hueco de un cuerpo
inerte al rodar hasta el Leteo,
arena y vanidad.
XVIII
UN REINO QUE NO ES DE ESTE MUNDO
Árboles en llamas como aparecidos
en medio de la espesura del bosque:
nieblas, densidades,
el alma busca a tientas el abrazo
intenso del Amado.
Dios habla desde el esplendor
de las flores, en el murmullo
infinito del agua, en la nube
rota que desde el cielo se esponja.
Luz tan hermosa que viste
de transparencia el hogar
de la mirada y la ternura.
Es el origen del fuego,
es Amor, un dardo
ardiente que traspasa el corazón
y lo habita, dulce abandono
entre el rocío y las rosas,
un éxtasis de ángeles.
Eternidad presentida en la cárcel
del existir, cuando el cuerpo es prisión
y el deseo busca sereno las fronteras
de un Reino que no es de este mundo.
XIX
MORADA
El fuego y el hogar: luz de Cristo
que habita las estancias
mientras la noche
se adormece entre las colinas.
¡Tanto amor! Presiento tu rostro,
Abba, en el fulgor de los luceros
que presagian un sueño
de arcángeles y de Resurrección.
Como cuando hablabas con Abraham,
dos amigos, en su tienda:
así te escucho en el silencio
intenso de los desiertos,
en la soledad
dolorosa del vivir y de las auroras,
atento siempre al pan del cielo
que será morada y perfección.
XX
SALMO 1
El Señor es mi pastor,
en Él habito. Hacia las altas
cumbres del Monte Tabor me conduce
para encender la nieve
y la blancura del alma.
Nada temo, su mano es firme
y su voluntad misericordiosa:
me ama desde el seno materno
y no permite que caiga
en las cenizas de la fosa.
Para mí ha preparado
el Banquete de Cristo,
y en sus ojos hallo
la luz y el aire que me faltan.
Mi copa rebosa de bendición
y será grande mi heredad.
Nada me falta.
XXI
ORACIÓN ETERNA
Como un cañaveral
ardiendo está mi alma
al saber de tu amor, Cristo,
llamaradas de estrellas al nacer,
una noche de silencio y de oración
eterna, sólo Tú, Amado,
desvelando el camino y la Verdad.
Así siempre, en lo profundo
del corazón, pues amanece
al recordar la sal,
el humilde grano de mostaza,
los pozos en los que se esconde
la nieve, la vida, es el alba
perpetua de la Resurrección,
no el mundo, sino otro Reino,
la esencia que desde lo hondo
resuena y aflora en un manantial
de luz que como el sol abate las tinieblas
y alumbra el fulgor
del día y de la esperanza.
XXII
CONFESIÓN
Ilumina el mundo su crecer,
su engaño, la luz
dudosa de atardeceres
exiguos, brotes de sombra,
apenas brillos de miseria,
carbón oscuro.
Ese es el color de tus ojos,
que se han alimentado de tinieblas,
tantos años idos en pendencias
vanas, en enredos de zarza
seca y de alcoba, en tristes
presagios de amaneceres
tristes, en azumbres
de veneno y vanagloria.
Hoy regresas, ardido el pecho
en pasiones tenebrosas, inútiles
laberintos, duelos de nada,
pura iniquidad,
sólo el sabor de la arena
en labios desérticos.
Misericordia, misericordia,
clamas ante la llama
encendida del Sagrario,
y Cristo te mira
con esos ojos que no sabemos
cómo miran, en la mirada
del Padre, que todo mal
redime, y es la paz,
el alma florida de lirios
y alondras, el abrazo eterno:
ego te absolvo... todo comienza,
es nueva el agua,
la luz renace,
y el aire abraza y te perfuma.
XXIII
UNIÓN MÍSTICA
Zorzales y narcisos,
despierta el día
mientras dibujas jardines
y dédalos en el papel
ocre del cuaderno.
Dios ya te espera,
abierta la luz,
mientras amanecen los ojos
a un nuevo mirar:
todo se viste y el tiempo
se despereza en un último
bostezo. Es momento
de oración. Una campanita
retiñe lejos. Hay voces
suaves en el silencio,
susurros, y no es la brisa
en el tejado. El alma
se arrulla, crece
purísimo el azul del cielo:
no hay música que iguale
ese instante levísimo
de enamorado encuentro.
XXIV
EN LA TARDE
Sombra de río,
luz y árboles,
en la tarde de julio
que dora alisos
e incertidumbres.
Hay un frescor permanente
que al alma viste:
un retazo de cielo
que se asoma entre
la frondosidad de las orillas.
No quisieras salir de allí,
mas la muerte urge
en cada paso de reloj,
aunque sabes
que Cristo te abraza
y Él es tu victoria.
Las últimas brasas del día
siguen ardiendo
en la mirada, el aire
duerme, se desvanece
la urdimbre de la tarde
y esperas el nacer
de las estrellas
en la misma boca
de la noche, sobre el agua
undosa, latiente,
que fluye hacia el infinito,
hacia el olvido
y la inocencia.
XXV
PARAÍSO
Así debe ser el Paraíso,
o así lo sueñas.
Fluye un río, sombra
de árboles, la tarde
estival detenida,
susurros y conversaciones
en los racimos de sol
que crecen en el ramaje.
Sólo mirar, ver en silencio
la transparencia del espíritu,
sentir el sentido de Dios
que habla entre la brisa
y te traspasa.
XXVI
NOCHE
Inflamada está la noche
de amor divino,
tras la devastación del mundo.
Ahora, todo; luego, nada:
lucho con el ángel
en el sueño de Jacob,
y queda el alma
vulnerada, remecida
de pavesas, los ojos
abiertos bajo el agua,
luz sin sombras.
No cesa el dardo
en su empeño de buscar
el corazón, la pulpa de la vida,
el origen de los sueños.
Y así, detenido
el curso de la muerte,
resplandece el mirar de Dios,
el Espíritu que insufla
aliento, y es esencia y razón
de lo que existe.
No hay pesos que me retengan,
estoy sereno, es la lucidez
de saber que la Verdad
habita mis recuerdos,
es presente y deseo,
y en su abrirse
incendia el alma.
XXVII
DE PROFUNDIS
De profundis clamavi ad te, Dómine,
y mi voz se agosta en su viaje,
aunque pronuncia tu nombre:
desde esta sequedad te llamo,
desde este desierto te llamo,
no comprendo tus designios,
lo que deseas de mí,
no alcanzo a saber
de tu silencio, de tus noches
interminables, de la llama
secreta de tu fuego,
de las ascuas que consumen
mi ser hombre todos los días.
No se cual es el origen
de la hoguera, el manantial
de los rescoldos, la causa del incendio,
mas no me aparto de tu fidelidad,
del pozo de agua viva
que refresca tanta desmemoria.
Me traspasa tu misericordia,
siempre contigo,
como la sombra a la luz,
como la cima al valle,
como tu sueño al mío,
en un respirar
pausado de tórtolas
que en su nido alumbran
el más hermoso amanecer.
XXVIII
SÓLO TÚ SABES
Así, en el silencio
se hilvana el mundo,
el sueño del alma,
sed tan profunda que no
sacia el pozo. Abba,
sólo Tú sabes
de lo escrito en mis entrañas,
del sabor de la ceniza en mis labios,
de la vida que alumbra
cada día cuanto te encuentro.
Abba, sólo Tú sabes
cómo es el color de mi corazón,
y que quiero ser un niño
para jugar contigo,
en la plenitud de la mañana,
mientras me miras
y piensas en mi camino,
soñando que sueño.
Sólo Tú sabes del aroma
de las flores que te ofrezco
cada vez que amanece,
del rigor de la muerte
que decapita el pensamiento,
mas no la esperanza.
Abba, Abba, por ti me
levanto, por ti
crezco en el Espíritu,
por ti soy,
me entrego, amo y sufro.
Sólo Tú sabes estas cosas
secretas, terribles y hermosas,
que ahora escribo y que te leo
en la soledad nocturna,
como una oración,
un encontrarte,
sabiendo que estás,
en lo oscuro y en la luz,
muy, muy dentro.
XXIX
COMUNIÓN
La harina moldea el agua,
es fuego, y ahora tu cuerpo,
Señor, en comunión
íntima, que se deshace
en mi boca. No simple
trigo, es tu manera
de partir el pan,
la cena, la última cena,
mas no el último amor,
vencida la muerte,
amor extremo,
en el Reino en el que no hay
ocaso. La harina moldea
el agua, es luz sin tiniebla,
un continuo esplendor.
XXX
SÓLO QUIERO SER...
Sólo quiero ser una mota
de polvo en tus sandalias,
el primer gramo de aire
que sale de tus pulmones,
Señor, el rescoldo
más pequeño en la lumbre
que encendiste aquella noche
para espantar el frío,
una
miga de pan de la Última
Cena en el borde de tu túnica,
la luz final que ves
al cerrar los párpados
con el sueño,
la hoja seca que se cae del ramo
cuando te aclamaban al entrar
en Jerusalén,
la gota de vinagre más ínfima
que se posó en tus labios
en el martirio de la Cruz,
la arena que pisaste
en cualquier camino en Galilea
y ya es sagrada,
la sombra de la higuera que no cortaste,
el grano de mostaza, la sal de la tierra,
el trigo entre la cizaña,
el ruego del centurión,
la carne del leproso que sanaste,
sólo quisiera ser Zaqueo, Jairo,
María Magdalena,
¡Lázaro resucitado!
Mateo, Lucas, Santiago,
Juan y Pedro,
la samaritana en el pozo de Jacob,
red en el lago Tiberíades,
un pez, el cordero,
la llama de una hoguera
en el Pretorio aquella noche,
un olivo junto a tu Oración,
una astilla de tu madero,
el ladrón bueno, el Cirineo,
y estar, para siempre,
contigo, el más pobre entre los pobres,
el último para entrar en tu Reino.
XXXI
SALMO 2
No me abandonaste, Señor,
al borde de la fosa, ni la muerte
que presagia el cazador
ahogó mis sueños,
alcázar eres ante mi angustia
y en este salmo te entrego la vida:
sea tu voluntad.
Quiero ser la piedra desechada
por el arquitecto,
el lirio del campo,
la mirada del niño que asombrado
descubre el misterio de la fe.
Arde la zarza dentro del alma,
alimenta eternidades
en un brillo de pavesas,
busco tu regazo, un rescoldo
amable de amor, la mano
fuerte que sostiene mi pobre
armazón de arena: el Esposo
llega y salgo a buscarlo.
Precioso!
ResponderEliminarMuchas gracias, Elvira. Me alegra saber que te ha gustado
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