XLV
El mirlo, otra vez,
en su visita inesperada,
con la bendición de los días,
su círculo apacible,
la luz y el tiempo derramándose
en silencio, nada que turbe
esta sensación de flotar en el día,
y es un jardín lo que te rodea,
un instante que no volverás
a vivir, tú vivo, y el mundo quieto,
en la paz que solo Dios sabe
dar, una plenitud de alondras
que alzan el vuelo desde el manzano
en el que se pone el sol
y la tarde se apaga.
Fernando Alda
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