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lunes, 11 de diciembre de 2023

Navidad 2023

 


En el cristal de la noche
y la nieve, tu sombra
busca la luz entre los rescoldos
que te arden en las manos,
y recuerdas infancias y cielos,
mientras rescatas, de entre la niebla,
las figurillas del Belén,
que se dibujan en tu memoria,
y el Niño que viene a hacerlo
todo nuevo enciende,
en tus ojos, un resplandor de aves
como un eterno amanecer.



Fernando Alda


La mirada inactual, 6 / Emaús

 


      En esta luz de ceniza que viene con la lluvia se consumen los últimos rescoldos del día. Será la noche. La espera y la esperanza, como ahora, que es Adviento, y retornan la mirada  de la infancia y la inocencia, que son las que conocen la Verdad.


       Se abren en la noche ventanas como ojos, y mientras escribo me tiembla la mano, en la emoción que salvará las ausencias, y, tal vez, una lágrima rodará desde los párpados y será una ofrenda, acaso una premonición.

        Desde los caminos llaman las ánimas con voces destempladas, como para decirnos que no todo se ha perdido pues, pese a que los restos del naufragio flotan a nuestro alrededor, aún hay tablas de salvación, para sacar la cabeza por fuera del agua y respirar y seguir siendo, seguir teniendo fe en medio de la batalla.

      Desde los cruceros Cristo nos mira, con los ojos velados por el musgo, y sigue llamando a la puerta de nuestros adentros. Él no pude abrir si nosotros no le abrimos. En ocasiones, solo lo hacemos al atardecer, incluso anochecido. Y le conocemos al partir el pan, como los de Emaús. Allí vamos, sin saberlo, en conversación con Él. Luego, nos arderá el corazón.

      Un poema de Navidad, para felicitar a los amigos, se va pergeñando en el cuaderno, como música extraña, o como el viento en las veletas a las que hace danzar y soñar, tal el espíritu de Dios al crear al primer ser humano y darle el alma. ¡Effetá! ¡Talita kumi! ¡Lázaro, sal! Y esa es la voz  que espero cuando dejen mis despojos en el sepulcro y no sea nada, y espere la vida eterna como ahora la espero, la voz quebrada, el alma en ascuas, viene el Amado, el Esposo. ¡Levantad la cabeza, se acerca vuestra liberación! parece decirme el campo abierto, el rocío, el alba, el Sol que se levanta hasta lo alto, una tras otra,  cada mañana.


Fernando Alda

martes, 5 de diciembre de 2023

La mirada inactual, 5 / Velos de lluvia

 



          Entre la lluvia y el viento caen desoladas las hojas de los árboles en tus bolsillos, que huelen a otoño, como las manos con las que abrazas la melancolía, mientras miras el fuego en su danza, y la boca te sabe a luces extrañas, a los días que se van consumiendo en un ocaso perpetuo, hacia el oeste, allí donde el día pierde el pie, y en el reloj de arena se ha detenido la última hora.

         Junto al barro la lluvia se lleva tu nombre hacia la nada, al extrarradio del ser, tal vez solo te queda la ternura, la imprecisión del croquis que te dieron al nacer, para ir viviendo, sin instrucciones de uso, a contracorriente, como es tu deseo.

          Con esta mirada de hoy despiertan rescoldos viejos, acaso de la infancia, tal vez de más allá, de cuando Dios nos ha soñado y aún no éramos más que en su sueño, y entre los lienzos o velos de lluvia vislumbras un destello, un fulgor, la luz de una velita, unos labios que se abren y dicen y cuentan historias antiguas, relatos de la Creación, cuando el mundo y lo que contiene se estaba estrenando.

         Llueve, como si no hubiera otra alternativa en el mundo más que la lluvia, como lo hace en estos versos de Vicente Aleixandre

"En esta tarde llueve, y llueve pura
tu imagen. En mi recuerdo el día de abre. Entraste.
No oigo. La memoria me da tu imagen solo.
Sólo tu beso o lluvia cae en recuerdo.
Llueve tu voz, y llueve el beso triste,
el beso hondo,
beso mojado en lluvia"

y con las brumas del Atlántico, me llegan estos otros versos de Fernando Pessoa, que parecen un fado

"Llueve en silencio, que esta lluvia es muda
y no hace ruido sino con sosiego.
El cielo duerme. Cuando el alma es viuda
de algo que ignora, el sentimiento es ciego.
Llueve. De mi (de éste que soy)  reniego"

aunque habría que saber a cuál de todos sus heterónimos se refiere el poeta portugués. A todos estos versos vienen a sumarse los de Claudio Rodríguez, en su libro "Don de la ebriedad", en los que dice

"No porque llueva ser digno. ¿Y cuándo
lo seré, en qué momento? ¿Entre la pausa
que va de gota a gota? Si llegases
de súbito y al par de la mañana,
al par de este creciente mes, sabiendo,
como la lluvia sabe de mi infancia,
que una cosa es llegar y otra llegarme
desde la vez aquella para nada".

         En ocasiones, ahora que el día va acortándose, cesa la lluvia, y solo queda su esplendor entre la grisura de la tarde, que es como un espejo para la memoria y la soledad, y viene en sombras, pues dentro de muy poco habrá oscurecido, como el musgo en invierno, o como lo hacen las rosas cuando van a morir. 

         Con el sonido de la lluvia, estos otros versos, de Federico García Lorca, que resuenan en los claustros, perdidos, como siguiendo mis pasos que van apagándose en el atardecer

"La lluvia tiene un vago secreto de ternura,
algo de somnolencia resignada y amable,
una música humilde se despierta con ella
que hace vibrar el alma dormida del paisaje.
Es besar azul que recibe la Tierra,
el mito primitivo que vuelve a realizarse.
El contacto ya frío de cielo y tierra viejos
con una mansedumbre de atardecer constante".

          Así duerme, en brazos de la noche, esta lluvia que seguirá derramándose en el sueño, con la bendición y la gracia de los cielos abiertos y de las estrellas que encienden carbones entre las siluetas de otras manos que escribirán todas las tristezas. No olvidaré jamás la lluvia, ni su sonido, sobre el tejado mientras duermo. Es memoria.


Fernando Alda



miércoles, 29 de noviembre de 2023

La mirada inactual, 4 / La última hoja

 


          Desde la ventana has visto caer la última hoja de ese árbol de sueños que aún crees te ampara en estas noches de otoño en las que la vigilia te abre aún más los ojos, que quieren absorber la oscuridad, como para que vuelva a clarear y regrese el alba, la amanecida liberadora de las tinieblas y en ella encuentres consuelo.


           Esa primera luz es también el primer aire, como los que estrenaron e iluminaron el mundo en la Creación del mismo, y me hablan de Dios, y de vida y existencia, que aunque ya parece mas un canto rodado que una roca, pudiera ser que también la estrenase, con cada nuevo día, como si todo fuese nuevo en manos de Cristo, que me alza y levanta mi cabeza y me devuelve la dignidad que las sombras han tratado de arrebatarme, sin éxito, por cierto.

            Y con la amanecida, la alegría, el fuego que vuelve a humear en la chimenea, y todo se enciende, tal la primavera, y es signo de vida en el paisaje, de que otros habitan también estas soledades en las que parece perdido, buscando ínsulas en los archipiélagos del habla.

           Como una liebrecilla asustada en campo abierto, a merced del cazador, en ocasiones el alma, que evita el tiempo y sus redes y telarañas, para recrearse en lo que es eterno y sabe de honduras, de aguas profundas y manantiales, de pájaros solitarios que vuelan a lo Alto, más allá de la noche y de las estrellas, como nos cuenta San Juan de la Cruz

"En una noche oscura,
con ansias en amores inflamada
¡oh dichosa ventura!
salí sin ser notada,
estando ya mi casa sosegada"

o estos otros de Vicente Huidobro

"Días y noches te he buscado
Sin encontrar el sitio en donde cantas
Te he buscado por el tiempo arriba y por el río abajo
Te has perdido entre las lágrimas"

          Hay rescoldos en el reloj, en la noche, como lágrimas que no se vertieron, y siento que van cayendo en la desmemoria y el olvido, como vencejos que no regresarán o vientos que perdieron el camino junto a otros aires extraños, en la impaciencia de no encontrar el acomodo necesario en el retablo del mundo.


Fernando Alda


viernes, 24 de noviembre de 2023

La mirada inactual, 3 / El infinito y el fuego

   


           En la altura del día parece habitar el viento, que regresa, ahora que es otoño, a los caminos de siempre, como buscando su origen, la duermevela del deseo, la madre de la voluntad, y, en ocasiones, deja jirones de transparencia en las veletas herrumbrosas, descarnadas, a las que hace girar como si jugase con ellas, con rumbo indefinido, y entre el sol y la lluvia pinta lienzos ocres, llamaradas amarillas, con un fulgor de rescoldos últimos, los que se van extinguiendo sin remisión en el hogar metálico de casa.

            Y entre las lágrimas que va dejando el día, urentes y desabridas, estos versos de Calderón de la Barca

"¿Qué género de ardor es el que llego
hoy a sentir, que más parece encanto,
pues luciendo tampoco abrasa tanto
y abrasando tan mudo, arde tan ciego?

¿Qué género de llanto es sin sosiego
éste, que a tanto incendio no da espanto,
pues al fuego apagar no puede el llanto,
ni al llanto puede consumir el fuego?"

         En estos vaivenes se entretiene la imaginación, que suele tener tendencia a desbocarse, a no querer brida alguna, para así soñar, incluso, con lo improbable, y aún más con lo imposible, con ese enamoramiento extraño con el que en ocasiones nos regala y seduce, tal vez para que nunca perdamos la esperanza contra toda esperanza.

          Así el verso que Dante encontró a las puertas del Averno

"Lasciate ogne speranza, voi ch´entrate"

y me tiembla el alma solo al recordarlo y ver danzar las lenguas de fuego lamiendo los duros troncos de la encina, que tratan de resistir semejantes embates sin mucha fortuna, en vano, olvidados ellos también de cualquier misericordia.

         Pido fervientemente a la memoria que no desentierre más versos así, al menos por hoy, pues el corazón no está para determinados vasallajes, y prefiere dormir entre las nubes, o tratar de acariciar el horizonte que se ofrece, como a Leopardi se le ofreció el infinito en su poema del mismo titulo, poema éste que me lleva a otro del italiano

"D´in su setta della torre antica,
passero solitario, alla campagna
contendo vai finché non more il giorno"

que, por supuesto, no es menos hermoso que el anterior.

       Aunque parece que nada retorna, todo vuelve a su origen, como los caminos, que a Roma llevan, tal vez por ser ciudad eterna, o por la confusión de los laberintos, de los dédalos en los que se pierde, las más de las veces, la palabra, que no acierta a explicar determinados estados del alma, algunas melancolías, como las que sufrió Fray Luis de León cuando estaba preso. Al menos, tengo a Cristo, que me acompaña siempre.

       No es fácil retornar, por mucho que sigamos el filo de los círculos, el perímetro de las circunferencias, que en ocasiones nos parecen óvalos, o ceros, como la novela de Arthur Koestler, "El cero y el infinito", que de tan terribles cuestiones nos habla, cercanas en la memoria. La historia conviene recordarla, como nos alentaba Jorge Santayana, que acaso aprendió a ello durante su infancia en Ávila, a la que tanto recuerda, al mirar los cielos inmaculados y las alturas, para que no estemos condenados a repetirla, pues ya se sabe lo olvidadizos y desmemoriados que somos.

       Cuanto más miro el mundo y a los hombres que lo pueblan, menos los entiendo, así que hoy dejaré la mirada abandonada entre las azucenas, tal San Juan de la Cruz, o entre la hojarasca que va amontonándose en las cunetas de los caminos, en las aceras, junto a las tapias también, y parece una ofrenda última de lo que está muriendo, y en mayo será una rosa que dejará luz y alegría, y, por ello, consuelo, en los ojos y en los adentros, tan ateridos y solos, deseosos de salir a la superficie para respirar y olvidarse de las cenizas del invierno.


Fernando Alda






martes, 21 de noviembre de 2023

La mirada inactual, 2 / Melancolías

 



          Al igual que las ciudades que ardieron hasta los cimientos, tal Cartago, así los recuerdos se encienden en la memoria, calcinando los tuétanos, en este otoño que nos deja sus mejores ocres y gualdas, como en un eterno ocaso, en las soledades de las Batuecas, donde parece estoy, transitoriamente, entre las peñas desabridas y el bosque, en las que intentaré hibernar el alma, que necesita también de silencio, de retiro y acomodo pausado, para no perecer en este retablillo de la prisa y el ruido en el que representamos nuestras figuraciones, según nos dejan los otros, o convienen las apariencias y circunstancias.

          Pudiera asemejarse todo a un encantamiento, pero Frestón no parece haber tenido mano en ello. Mas, si no lo entendiéramos bajo modo alguno, dejemos correr el agua de este Leteo en el que nos bañamos desde el alba hasta la anochecida, con el sueño solo de la Estigia, pues parecen las aguas siempre las mismas, como estancadas, que podrían ser nuestra morada última si no somos capaces de despertar a tiempo. Cristo sigue llamando a la puerta, pero no le correspondemos  y acaso no le dejamos ir más allá que del recibidor de nuestros adentros, como si fuese visita no deseada o de compromiso, cuando debería pasar hasta la cocina e, incluso, a los trasteros, en aquellos en los que guardamos nuestros coseros más ocultos. Ay, mi buen José Jiménez Lozano...

           La mirada, así hoy, como perdida entre retales de niebla, arrebujada en las entretelas del día, esperando su espera, la paciencia meticulosa, como la de un relojero, esa que lleva al triunfo y a los ecos, como si estuviese el corazón en zapatillas de andar por casa, sin querer salir a cuerpo, a los bulevares de los árboles tristes, abedules o tilos, sauces acaso, allí donde anida la lluvia.

          No se muy bien qué contar, ni siquiera cómo hacerlo, pues el idioma se esconde en intrincadas selvas, en las trampas de la conciencia, entre los despojos de los sentidos, que quieren conocer cuanto nos circunda y alienta, pero o no pueden o bien no se atreven.

          El día se tensa como el arco de Odiseo, entre estas ínsulas tan extrañas como extraño es el corazón, y cualquier resultado podría darse al resolver la ecuación de los sentimientos, tal vez imposible, poseídos por una matemática inexacta que trata de acomodarse al tiempo, que viene en pedazos.

          A la memoria regresan, como otras veces, como los vencejos, los versos, en esta ocasión los de Octavio Paz, que dicen

"Arquitecturas instantáneas
sobre una pausa suspendida,
apariciones no llamadas
ni pensadas, formas de viento,
insustanciales como tiempo 
y como tiempo disipadas"

o los de Dulce María Loynaz

"Es tarde para la rosa.
Es pronto para el invierno.
Mi hora no está en el reloj...
¡Me quedé fuera del tiempo!"

         Y abro las manos, para acoger una ofrenda o para bendecir lo que Dios quiera, y el azul del cielo, que hoy es rotundo, intenso, inmaculado, habla otro lenguaje, aquel que recibo como un ensalmo para abandonar estas melancolías que me visten tal un disfraz de noche, de sombra, de nada.


Fernando Alda

jueves, 9 de noviembre de 2023

La mirada inactual, 1 / El arte de mirar


         Inicio una nueva serie de entradas en el blog que, bajo el título genérico de "La mirada inactual", pretenden ser impresiones o apuntes  que el poeta va tomando, a vuelapluma, de cuanto le rodea, sin ninguna intención de aplicar a su mirada los parámetros de lo actual o de la actualidad, ni siquiera de la prisa, de la furia o el ruido. Me declaro abiertamente anti postmoderno, pues trato de beber de la cultura clásica y antigua que ahora parece otros quieren aplicar sobre ella la "damnatio memoriae" de la vieja Roma, o, lo que es lo mismo, la cancelación. El lector sabrá sacar partido de todo cuanto diga.


          Mirar. Ejercer el deseo de ver. Asomarse a cuanto nos rodea, a ese entorno de figuras, "lucis et umbrae", contornos o perfiles, y volver a mirar, regresar a la mirada, a la de siempre, a la mirada que se nos ha olvidado ejercer, pues ya no miramos, sino que tan solo vemos. Mirar, a lo nuevo no, sino con la mirada  que estrena lo viejo, la que renace, para asomarnos con ojos inactuales, los de la vieja cultura, y sentir que la llama sagrada de Dios y del hombre sigue ardiendo entre los sarmientos del otoño para calentar los inviernos de los adentros, en el Edén. Mirar, sin dejar de hacerlo, en la fe de la espera, que es la esperanza, con la caridad de saberse vulnerable y, por tanto, necesitado del amor de Cristo y abierto siempre a lo trascendente.

        Y así, estos días en los que arden las alamedas con un fulgor de muerte, como en una procesión de difuntos, y las jornadas se acortan, pues la noche viene en sobresalto, enseguida, en un pulso con el sol y el tiempo, y parece que la niebla va entretejiendo sus dedos entre los bosques y las rocas, junto al musgo, como buscando una salida, y ya nada parece posible, salvo esperar que unos versos vengan a redimir nuestra soledad, como el que escribiera Juan Ramón Jiménez

"Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros cantando"

o estos otros de Dylan Thomas, que dicen

"Yo
tengo que yacer
quieto como una piedra
junto al tabique de hueso
de jilguero escuchando el
lamento de la madre oculta
y la oscurecida faz del dolor
que arroja el mañana como una espina..."

          En la palabra, la voluntad de ser, de recibir, como una ofrenda, los cristales rotos de esa ventana por la que el viento se cuela en tu alcoba, fugitivo, tal vez, y son entonces, por ahora, los versos de T.S. Eliot los que resuenan como pasos en una escalera de mármol, con toda sonoridad

"Somos los hombres huecos
Los hombres rellenos de aserrín
Que se apoyan unos contra otros
con cabezas embutidas de paja"

o, tal vez, los de su "Tierra baldía"

"Abril es el mes más cruel; engendra
lilas de la tierra muerta, mezcla
recuerdos y anhelos, despierta
inertes raíces con lluvias primaverales"

        Cae la ceniza como caen las lilas, como lo hacen las glicinas, como los pétalos de las rosas de Heliogábalo, tal pintara en su cuadro el holandés Lawrence Alma-Tadema, tal han caído los pétalos de la última rosa de mi jardín, allá por octubre, que hoy se desdibuja entre los velos de esa lluvia otoñal, tan ajada, tan fría, que viene a verme.

         Arden en la chimenea un par de troncos, casi minerales, de encinas de Ávila, y con el fuego danza el tiempo, o la Dama de Azul, siempre presta a llamar a tu puerta, y otras lecturas regresan entre carbones, y ya dudas de si te pertenecen o habrás de hacerlas tuyas, de acogerlas en tu seno, de ponerlas a dormir bajo la almohada.

         Mientras la lluvia besa los cristales de la ventana, igual que se besa la frente de un muerto antes de cerrar el ataúd, nada parece haber cambiado en el mundo, pese a sus revoluciones y sus giros copernicanos, como pensaba Giovanni Tomasi di  Lampedusa, en su "Gatopardo", pues estamos empeñados en cambiarlo todo para que al final nada cambie. O eso creemos.

        Parece arder la piedra, tal buscando su extinción, o un jardín en el que  anidar, el de los Finzi-Contini, el de Giorgio Bassani, en lo que hoy me parece la lejana Ferrara, que un día, siendo un joven estudiante universitario, visité, siguiendo los pasos de Alfonso de Este cuando encerró a Torcuato Tasso y el hermoso poema de Jacinto Herrero, como también me ocurriera cuando estuve en Rouen, en Francia, recordando el poema que dedicó a Juana de Arco, a la que los ingleses quemaron allí, en la brumosa Normandía, tratando de evitar la bíblica trampa del cazador, que da, por cierto, título al libro de Jacinto que reúne éstos y otros poemas, o la red del tiempo o sus devastaciones.

      Y pese a que el fuego y la tarde se apagan ya, la memoria se abre a la noche y en las estrellas se encienden rostros y puede que algunos desmemoriados versos, que quedarán olvidados como se olvidan unos acianos, recién cortados, en un jarrón de niebla junto a la ventana.

Fernando Alda