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miércoles, 10 de febrero de 2021

Querido lector, 3 / En el viento...

 


          Querido lector:


          Te confieso que, pese a que no hay grandes noticias que contarte, no he podido resistir la tentación de escribirte, pues para mi es un ejercicio de liberación frente al paso del tiempo y de la muerte, tal vez también para no caer irremediablemente en la locura, para sentirme vivo, sin duda, para celebrar la vida que, en estos tiempos de devastación que estamos viviendo por la pandemia de coronavirus, parece tan necesario.

          Recibí tu carta con suma alegría y emoción. Ya tienes constancia de mi necesidad de saber de ti. No dejes de escribirme con la frecuencia que estimes oportuna. Por mi parte me comprometo a que estas cartas que recibes, fruto de nuestra amistad y de mi pluma, tendrán la periodicidad necesaria para mantener viva la llama.

          En estos tiempos en los que el hombre ha sustituido la religión por la ideología e, incluso, por algunas bagatelas con cierta máscara de intelectualidad, cuando no de pura charlatanería, aquello que nos conforma y perfecciona, lo más sagrado que llevamos en las entretelas de nuestro ser, es decir, nuestra relación con lo trascendente, con lo eterno, con Dios mismo, ha quedado en entredicho y, por tanto, hemos perdido nuestra libertad. Voy más allá de lo que dijo Dostoyevski, de que si Dios ha muerto, todo está permitido; incluso más lejos de lo que advirtió Chesterton, eso de que cuando se deja de creer en Dios enseguida se cree en cualquier cosa.

         Y así estamos, desnortados, con plomo en las alas, en medio de la galerna, con la ansiedad que da el enfrentarse a la vorágine de vivir y al vacío existencial  sin armas sólidas, empujando el carrito de la compra en cualquier centro comercial para tratar de saciar nuestra sed con productos materiales, o de una falsa espiritualidad, que nada ayudan a sostener la urdimbre que debe mantenernos erguidos.

        Descuida, no es mi intención intranquilizarte más aún de lo que ya lo estás, pues soy conocedor del desasosiego que te invade. Es, acaso, un desahogo por mi parte, pues en ocasiones no encuentro a nadie a quien contarle estas cuestiones, pues resulta difícil hallar compañero para el camino que recorremos en el que tanta y tanta gente está desapareciendo a causa de la peor enfermedad de todas, que no es otra que la indiferencia hacia el prójimo. Estarás de acuerdo conmigo en que mientras esto ocurre estamos distraídos en cultivar nuestro ego o en perdernos en bizantinas discusiones fruto de la ideología y no de la necesidad real de quienes vivimos en este valle de lágrimas. Pero no quiero seguir ahondando en la herida por la que nos desangramos a borbotones, pues creo que con decirlo basta, por si alguien tiene los ojos sin velar por la ceguera absurda del mundo.

        Ayer regresó la nieve a estas alturas de Ávila, aunque con poca confianza. Ha empenachado de blanco las montañas, de nuevo, pero en la ciudad no ha quedado constancia de la misma. Fui testigo de la "marzada" que nos dejó este febrerillo loco, que está buscando desabrocharse el abrigo, por aquello de animarnos un poco entre tantos rigores, que parecen tener la cara de hereje, como dijera de la necesidad Don Luis de Góngora, aunque desconozco cómo pueda ser la cara de un hereje. Puede que tal vez sea como la mía, cuando me miro en el espejo recién levantado tras una larga noche de insomnio, por aquello de que disiento de la verdad oficial que todos los días tratan de imponernos las nuevas inquisiciones que gobiernan el orbe.

       Por eso, los versos de Don Luis, que pertenecen a su letrilla "Dineros son calidad", acaso estén traídos con acierto para todo cuanto nos ocurre actualmente:

"No hay persona que hablar deje
al necesitado en plaza;
todo el mundo le es mordaza,
aunque él por señas se queje;
que tiene cara de hereje,
y aun fe, la necesidad;
verdad"

        No obstante, esta cuestión no me parece traída a humo de pajas, aunque pueda parecer baladí, por lo que nos estamos jugando en el envite, aunque no es menos cierto que hablar en estos tiempos que corren con tanta prisa, como pollo sin cabeza, de Góngora y de sus  poemas, resulta un ejercicio harto inútil, por aquello de la ignorancia generalizada que estamos empeñados en abrigar en nuestro corazón: ojos que no ven, corazón que no siente, que nos recuerda el refrán, por aquello de esconder la cabeza. La caída puede ser mortal.

      Cuando la pandemia pase, me gustaría que pudiéramos vernos, de algún modo, salvar las distancias, darte un apretón de manos, siquiera un abrazo, al menos, aunque sigamos escribiéndonos. Te animo a no perder la esperanza, para que no vayamos de cabeza al luto y la tristeza, por arte del cansancio, que ya vamos estando agotados en esta imitación de Sísifo, venga a subir la piedra por la pendiente y venga a despeñarnos con tanto afán, para volver a subir, como si caminásemos largas distancias para no alcanzar meta alguna. Puede que esto que parece el "síndrome de Sísifo" tenga mucho que ver con la cortedad de la visión de la que hacemos gala, con objetivos tan pequeños como nosotros mismos, y estamos como pobres ratones dando vueltas y vueltas en una rueda sin fin. Es para pensar, que en ocasiones se nos olvida en la  rutina que tenemos establecida, y hasta se nos distrae la voluntad de ser.

       Te preguntarás, con razón, a qué viene hoy todo esto, pero  ello es fruto de los laberintos en los que me encuentro, tan perdido como el viento en esos días en los que sopla de todas partes y no encuentra dirección cierta por la que seguir. No obstante, no te preocupes, que este melancólico Jonás que te escribe tiene los cimientos sobre roca, y no sobre arena, y lo que parece un desnortamiento solamente es fruto de las melancolías que le aquejan, de algunas tristezas que aún perduran, como nieblas espesas, en las habitaciones del alma, que sigue con sus preguntas, buscando siempre, incluso allí donde parece que nada se puede hallar. Por si acaso. Confieso que soy un buscador, quizá por deformación, aquella persona que siempre está buscando, un "seeker", pues no de otra forma he aprendido a vivir. Así lo recuerdo de mi buen Don José Jiménez Lozano, que también lo era y que, aunque ya hace meses nos ha dejado, sigue alimentando, con su palabra y su recuerdos, estos desvelos.

        Ya termino. Disculpa este abuso, por mi parte, de tu confianza. Espero que mi carta te haya sido leve y, al menos, haya suscitado en tí alguna pregunta. No tengas miedo por ello, ni por dejar los interrogantes en el viento, pues "the answer, my friend, is blowin in the wind" como cantaba Bob Dylan.  El viento, que trae y se lleva nuestros desasosiegos, dejará en tu ventana, como la nieve deja su albor, la respuesta que buscas.

       Sinceramente tuyo, un fuerte abrazo

Fernando Alda Sánchez




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