Querido lector:
Arde en mi memoria el recuerdo de la lluvia en abril, que pronto vendrá, y será el consuelo para tanta melancolía como se está forjando en las fibras del alma, allí donde residen las nieblas que sostienen nuestra forma de ver el mundo y se espesan las nostalgias para convertirse en la atmósfera de la que nacen los sueños. Será la lluvia, entonces, la que me devuelva la calma, la que amaine los vientos que se desgranan desde la rosa que los dibuja y perfila.
No parece fácil la tarea de escribirte hoy, pues en tu última carta no dabas muchas señas de ti, aunque presiento que estás ocupado en resolver conflictos internos que te obligan a mantener cierta reserva al respecto. Un león te ruge en las entrañas, un león para el que no encuentras guardián. No tengas miedo en abrir tus adentros, que parecen propicios a ser
"...el golpe temible de un corazón no resuelto"
como cantaba Gabriel Celaya en su poema "España en marcha". En ocasiones necesitamos abrir las ventanas y dejar que las entretelas que nos visten se aireen, oreen sus miedos, y un aire nuevo venga a hacernos
"...turbia y fresca un agua que
atropella sus comienzos".
Por mi parte, no te insisto más. Ya encontrarás la forma de resolver tus conflictos. En mi carta anterior te recomendaba no obsesionarte con los imposibles. Es mejor vivir, intentarlo al menos, que perderse en paradojas que no llevan a ninguna parte y que tanto desasosiego nos causan.
Siempre nos quedará la poesía, que nos sostiene e ilumina, pues, como escribió Hölderlin, en sus "Poemas de la locura"
"Cuando del cielo viene un gozo
Más claro, a los hombres invade la alegría,
Asombrados quedan ante
Lo perceptible, sublime, agradable..."
y puede que del Cielo nos venga la alegría, que está en la mirada de Dios, en los brazos de Cristo que nos salva. Por eso nunca dejaré de escribir, para no caer en la vesania, para eludir la muerte, que no para de buscarnos en los caminos y en las alcobas.
Es la sed de Infinito la única que puede movernos en los escaques de este tablero en el que nos ha tocado jugar, tan lleno de celadas, tan turbio y sórdido en ocasiones, en un embate en el que nos va la vida, y no hay gambito de caballo o de dama que puedan darnos garantías para no caer en el jaque final. Así nuestra suerte, humildes peones, entre torres y alfiles, amenazados siempre, con una pobre espada de madera y humo, en este valle sombrío de cañadas oscuras. Al menos, en lo que a mí respecta, se, como en el Salmo, quién es mi Pastor.
En estos días de los idus de febrero, casi como preludio de los que serán luego en marzo, en los que el sol va abriéndose camino, aunque no calentando como uno quisiera, he tenido la suerte de releer a Giacomo Leopardi y sus "Cantos", y el que parece ser uno de los poemas más hermosos de cuantos escribiera el de Recanati, que no es otro que el titulado "Infinito"
"Sempre caro mi fu quest´ermo colle,
e questa siepe, che da tanta parte
dell´ultimo orizzonte il guardo esclude"
que suena a música, desde luego, y que tantas veces me ha hecho pensar y encontrarme con el lugar en el que Leopardi sitúa sus ojos, y ese collado tan especial, y el seto que cubre el horizonte, para que, como prosigue el poeta
"Mas sentado y contemplando, interminables
espacios más allá de aquéllos, y sobrehumanos
silencios, y profundísima calma
en mi mente imagino; tanto, que casi el
corazón se me estremece"
pues "Ecome il vento
odo stormir tra queste piante, io quello
infinito silenzio a questa voce"
con la que
"voy comparando: y acuérdome de lo eterno,
y de las estaciones muertas, y de la presente
y viva, y de su sonido. Así, en esta inmensidad
mi pensamiento anega,
y el naufragar "m´é dolce in questo mare".
La traducción de la profesora de la Universidad de Milán, Loreto Busquets, me parece muy hermosa, como bello es el poema, el sentido que encierra, pues al acordarnos de lo eterno encontramos nuestra justa medida. ¡Cuánta belleza en todo ello!
Te dejo con Leopardi, cuya lectura te recomiendo. En él encontrarás hermosos poemas y una mirada del mundo que te llevará a esa región transparente de la que en otras ocasiones te he hablado, en la que habitan Dios y la poesía, y en la que desearás quedarte a vivir para siempre.
Vale
Fernando Alda
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