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viernes, 12 de febrero de 2021

Querido lector, 4 / La mañana y el destino

 



         Querido lector:


           Hoy no se muy bien por dónde empezar esta carta, ni siquiera qué asuntos voy a contarte, pues el día ha amanecido con una mezcla extraña de sensaciones, como un desconcierto generalizado, al igual que está la luz fuera. El caso es que cuando amanecía el sol fue iluminando las torres de esta ciudad, pero luego las nubes han llenado de grisalla el horizonte y los perfiles, y así se ha quedado el alma, como a medio gas, con ganas de ver llover pero también de que la plenitud solar lo inunde todo, como entre la noche y el día, con sus luces mustias y sucias, anocheciendo o amaneciendo al mismo tiempo, que así de liado parece venir todo. Veremos.

            En cuestiones de escritura sigo con aquello que ya empecé hace unos días y que tú muy bien sabes. No se cuándo estará terminado, pero espero que no se prolongue a lo largo de los meses, pues correría el riesgo innecesario de trabarse. Ciertamente soy de aquellos a los que les gusta dar fin a las cosas que uno inicia, incluidos los libros que se leen y que no captan desde el primer momento el interés. Toda obra encierra algún misterio que es necesario ir desvelando poco a poco, un misterio que puede estar contenido en su última página y cuyo autor así nos lo quiere mostrar. Por mi parte, todo está en marcha.

           Los árboles están  brotando ya y, seguro, en el Valle del Tiétar, al sur de nuestro amado Gredos, las mimosas habrán florecido y su amarillo será esperanza y alegría. Espero poder ir próximamente, en unos días, por aquellas tierras, para recobrar algo de paz para mi espíritu atormentado en estas semanas, en las que nada parece ofrecerme consuelo suficiente. Gozaré con las cumbres nevadas y con el aire más puro, que le vendrán bien a mis nervios fatigados.

          En estos días he vuelto a releer a Pedro Salinas, que parece que de entre los del 27 está  un poco olvidado, sobre todo con estas modas que nos impone eso que llaman posmodernidad y que es un engendro difícilmente entendible. Ahora que todo el año es carnaval, otro tanto ocurre con la poesía, en la que todo vale, y por todas partes afloran versos que no tienen talla de tales. Creo necesario, para no perder el norte, regresar a la lectura de los clásicos, o, al menos, de los clásicos más cercanos a nosotros.

          "Tú vives siempre en tus actos.
            Con la punta de tus dedos
            pulsas el mundo, le arrancas
            auroras, triunfos, colores,
            alegrías; es tu música.
            La vida es lo que tú tocas"

como canta Salinas en "La voz a ti debida" y considero que no otra cosa es o debe ser la poesía. Pero parece que hemos regresado a tiempos de supuestas vanguardias sin nada dentro, que hacen mucho ruido, aunque las nueces son pocas. Pero los poetas siempre debemos tocar las nubes, pues

            "Se siente una lluvia cerca.
              A esa nube gris, plomiza,
              que por su altura navega,
              tan sin prisa soñadora,
              se le puede ver el rumbo;
              es un jardín;
              el sueño se le descifra:
              es una rosa".

y así lo expresa el poeta en "Nube en la mano", de su último libro, "Confianza".

       Pero no temas, no efectuaré un "donoso escrutinio" como le hicieron a Alonso Quijano para alejarle de la locura,  pues no soy amigo de enviar a hoguera alguna los libros, cualquiera que sea su contenido; al fin y al cabo, libros son, y todos ellos nos acompañan y algún valor tendrán, aunque sea el de hacernos comprender alguno de los errores que puedan encerrar, sean de amigos o de enemigos de nuestras ideas.

       No te canso ya más con estas cuestiones. Me contabas en tu última carta que has recibido en tu villa imaginaria, allí en Fiesole, la visita de Giovanni Boccaccio y de que tuviste la suerte de poder comentar con él algunos de los relatos del "Decamerón", que tan buenos resultan para pasar estos encierros a los que nos somete la peste actual, que corre por el mundo como un jinete del Apocalipsis. No estarán muy lejos de allí Petrarca y su Laura, por la que sigue tan deslumbrado:

           "Sus ojos que canté amorosamente,
             su cuerpo hermoso que adoré constante
             y que venir me hiciera tan distante,
             de mi mismo y huyendo de la gente"

         Puedes invitar a ambos a tu jardín, si el tiempo lo permite, allí en la Toscana, pues supongo que los días serán más cálidos y más apetecibles que en esta Ávila mía de la que no emigran los rigores del invierno, que parece empecinado en quedarse. Ellos te darán agradables noticias y disfrutarás de sus poemas y melancolías y te harán más llevadero el paso del tiempo.

          En cuanto a lo que me contabas de que no eras capaz de decidirte por quién comenzar a leer a alguno de los románticos ingleses, te aconsejo que lo hagas por Keats o Wordsworth, y deja para más adelante al impulsivo Byron, pues en los primeros encontrarás el camino que te conducirá a éste, y es mejor comenzar a andar por lo más llano. No olvides, tras ellos, adentrarte en los románticos alemanes, que son necesarios: Holderlin, Novalis, Heine y los otros. En todos ellos hallarás gozosa lectura, como con Petrarca.

         Por lo demás, y ya voy acabando, estoy deseando retomar los paseos vespertinos por el campo, pues son, en primer lugar, una actividad agradable que permite la reflexión y, en segundo término, un remedio preciso para mantener la salud. Ya se va viendo alegría en los primeros pájaros que van retornando. En esos paseos me acordaré de ti, tenlo por seguro.

         La mañana no acaba de encontrar su destino y mucho me temo que entrará en brazos de la tarde con cierta pesadumbre. Los días ya son más largos, y eso se agradece, pues la noche parece echarle a todo unos negros velos que no ayudan a encender el alma. Hay que seguir ayudándola con un buen fuego en la chimenea de casa, que es consuelo certero. Y si se puede, acompañar todo con un espléndido vino de la Ribera del Duero, que te dejará en el paladar nostalgias de vendimias, augurios de tierra.

          Seguiré guardando para ti recuerdos y lecturas, que siempre acompañan en las horas de zozobra y animan el corazón, que está sometido a fuertes trabajos, para no derrumbarse.

          A la espera de tu próxima carta, que recibiré con ilusión, siempre tuyo

Fernando Alda Sánchez



      

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