XXV
Viene el viento con su arrogancia
a despeinar esos álamos que ya
amarillean en este otoño, lenguas
vivas de fuego, oro
abrasado, aparecidos,
y deja en tu ventana un mensaje
dentro de una botella, al sol,
como queriendo avisarte
de que la dama de fríos ojos azules
ronda por estas calles,
mira en los buzones,
pregunta en las porterías,
anota cifras y señas,
calcula,
en un cuaderno de tapas rojas,
tan manoseado que puede romperse
en cualquier momento.
Pero sabes que es mejor no huir,
por si te la encontrases en el camino,
y sería peor entonces,
pues en campo abierto no hay
lugar para esconderse.
Seguirás leyendo, como siempre,
acaso algún verso
se desprenderá, huérfano,
del soneto que comenzaste esta mañana,
con la primera luz que te regaló
el alba, y mirarás,
de soslayo, quién cruza frente a tu casa;
tal vez no sea ella,
o pase de largo, a otros nidos,
a otras alcobas, y vendrá
la noche y se irá el sobresalto,
hasta mañana,
cuando los aires extraños
retornen desabridos y hagan
girar vertiginosas las veletas
en las torres,
y de los molinos, las aspas.
Fernando Alda Sánchez
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