Y aquí estás, solo,
como la lluvia
cuando amanece, aquella
que nadie contempla,
en los extrarradios, en los charcos,
tan desamparados, tan vencidos,
en los que se entrevera
el fulgor de la tristeza,
unos ojos afiebrados y hundidos,
con los que mirar el irreal
paisaje de un suburbio
de mercurio y de ausencias.
Nadie habrá de llamarte,
en esta mañana de abandonos,
en la derrota del tiempo,
en la abisal caída de los cementerios.
Fernando Alda
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