En la memoria, solo huesos
descarnados, ascuas de hielo,
andenes vacíos, un amanecer
de aires extraños, la fría
mirada de los árboles en invierno,
cuando no encuentran
acomodo en las desabridas
mañanas de los pasos perdidos,
de las telarañas del olvido,
cuando en la desolada alcoba,
en la que duermen las alondras
de la eterna espera,
alguien enciende un fuego,
como sin pensarlo,
por ver qué ocurre,
y en los campos, al descubierto,
se entretiene
con las primeras amapolas.
Fernando Alda
de
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