Buscar este blog

lunes, 30 de diciembre de 2024

El sueño de Dios

 



Un alfabeto de nieve,

en las arboledas de la tarde, presiente la Luz

que se ha encendido:

en mi corazón arde el sueño de Dios,

dejado junto al Belén de casa, que ahora es anuncio

y esperanza, el Amor,

que se ha encarnado entre nosotros,

temblando en las desabridas pajas de un pesebre.

En la noche, una estrella,

el asombro y el júbilo de unos pastores,

la infinita ternura de una Madre

que sabe que en sus brazos

le mira la salvación de los hombres.



Fernando Alda





Navidad, 2024





sábado, 10 de agosto de 2024

Tinta

 

El presente poema, en fotografía de su manuscrito 



La tinta que me queda en la estilográfica,
como la última sangre,
apenas para unos versos,
o palabras tristes entre la niebla,
y, aún así, es un tesoro,
un aliento, 
la luz que amanece 
y parece siempre nueva.


Fernando Alda 

viernes, 9 de agosto de 2024

Todo lo que amamos

 

Foto: Fernando Alda





A José Jiménez Lozano,
por tantas lecturas


Todo lo que amamos 
aquí, en la vida,
y que llena, incluso,
las salas más ocultas de los adentros:
una mariposa que aletea
en el alféizar, un sueño
dejado sobre una silla en la alcoba,
el esplendor de los acianos,
o el del heno,
la mano que te dan para salvar
un paso estrecho, el beso
que no esperas antes de irte a dormir.
La relación sería interminable,
pero todos los días encuentras
el modo de estar acompañado,
sabiéndote vivo. Amando.


Fernando Alda

El peso del mundo

 

Foto: Fernando Alda



     Los lectores de José Jiménez Lozano seguimos de suerte, pues la Fundación Jorge Guillén ha publicado el tomo correspondiente a su poesía, dentro de las Obras Completas del abulense de Langa, que hacen el V volumen de las mismas. Como siempre, todo un lujo para afrontar, en esta ocasión, los meses de verano, largos y luminosos, con estos poemas que vienen a ser como los acianos, azules e intensos, que crecen en las cunetas de los caminos, de los de Castilla, por ejemplo, tal vez entre Alcazarén y Ávila, que Don José nos fue entregando como retales de belleza, de profunda belleza, de sutil o descarnada belleza, para que el alma, los adentros, que decía él, se conmueva, salga de su postración terrenal y trascienda hacia lo Alto, hacia el Todo, desde la Nada, desde la estancia carmelitana, por ejemplo, en San José de Ávila, y vuele en libertad.

 

               El primero de los poemas de “Tantas devastaciones”, y que lleva por título “Eclesiastés”, parece un epitafio, tal vez el del propio autor, y que cuando uno se asoma a su profundidad, no nos deja indiferente, y es el preludio de lo que vendrá después, en su poética, en su escritura, en su obra:

 

   “¡Oh! ¿Y yo no estaré ya

para cuando florezcan?

La tierra que me cubra,

¿no dará rosas?

¿Sólo hay olvido, ni niebla de memoria

bajo las hierbas rústicas?

¿En qué blasón antiguo

habéis visto ennoblecido el heno?

Hoy, está en su verdor

y mañana lo arrojarán al horno.

Pero sabed que fui,

que viví y he existido.

Ni mi nombre os importe:

podéis pisar el césped,

recostaros”

 

        Así son sus poemas, reducidos a la mínima expresión, sin postizos, con un lenguaje desnudo, sin tramoyas, en la esencia más pura de lo poético, la verdad en cueros, el asombro por lo sencillo, como las pinceladas que esbozaba en sus diarios, siempre buscando lo Eterno, lo más fiel, y que ahora se convierte en una llamarada de otoño, siempre otoño, al plasmarse en los versos.

 

           En sus poemas, todas sus obsesiones y desasosiegos, la vida misma, el

pensamiento, el corazón en ascuas, como le ocurre a “La Magdalena de Terff”

 

   “La lamparilla, el libro,

la mano en la mejilla, pesarosa;

la redondez de la rodilla tan rotunda,

tan leve la del vientre, y la otra mano

sobre la calavera en su regazo.

¿Acuna

tal vacío, tanta muerte? ¿Espera

que de ahí brote vida?

Ungió al Amor con sus perfumes

y lo enlazó en su cabellera;

cuando murió, le buscó entre las rosas y las lilas

y no pudo tocarle. ¿Acaso

duda ahora? ¿Golpea

por eso sus espaldas,

por si todo fue un sueño solamente?

Vuelve tu rostro, y dime,

Magdalena”

 

         Y todos, quizá, esperamos, como ella, una respuesta, un momento, un rescoldo con el que encender la fe y la belleza, pues no otra cosa son estos poemas que nos dejó Jiménez Lozano, como preguntas entre la niebla, como pasos perdidos que el lector ha de ir buscando en el laberinto, entre sueños, con la esperanza de hallar la salida.

 

         Vuelve uno a releer estos versos, como los diarios, los ensayos, los relatos, las novelas, y vuelve el lector a reencontrarse con el paisaje espiritual del escritor, desde los místicos abulenses, Teresa y Juan, en sus estancias, hasta Moshé de León, o Spínoza en su mechinal, o Kierkegaard o el Evangelio, o los pájaros, como el “Petirrojo”, en su abandono y soledad del Viernes Santo, como Cristo

 

“Cantó en el seto, al alba,

y vio la luz de abril

tras los visillos,

mas a la nona hora

-era Viernes Santo-

murió el pequeño petirrojo.

¿Por qué fue abandonado?

 

        Así nos inquietan estos poemas, o dardos, tal vez, así nos iluminan y esclarecen, así nos interrogan o, simplemente, nos encienden los ojos, como se enciende la poesía, como les ardía el corazón a los discípulos de Emaús cuando el Maestro caminaba con ellos.

 

       Son poemas los de Jiménez Lozano para llevar en la mochila, para tener en la mesilla de noche, para abrir el libro con todos sus poemarios, al azar, y dejar que fluyan, que incendien, que sean como un salmo, en medio de la vanidad de vanidades que es el mundo, que sean como un relámpago, como el trazo firme del pintor que trata de

representar lo hondo del alma, una mirada entre la lluvia, la melancolía de un jarrón desportillado con las últimas flores de la primavera, como escritura que se va diluyendo en el agua tras los restos de la batalla. Son poemas para no olvidar el barro del que estamos hechos, la urdimbre que nos sostiene, la llama sagrada que nos mantiene alerta.

 

            Son poemas para tener certezas, para saber el terreno que pisamos, como en el titulado “El peso del mundo”, uno de los últimos que escribiese Don José, mirando, acaso, la inmensidad de Castilla:

 

“”Ruido y furia el mundo”,

o también “un cuento

contado por un idiota”, dice Shakespeare.

“Humo o neblina” , y “vapor de agua”,

aseguraron Job y Qohélet,

y otros dicen “sombra”, “señal hecha en el agua

por un ave marina o un barco”,

“teatro” y “sueño” o “un suspiro”.

No hay que hacer caso, advierte:

una sonrisa recibida

llena una vida de hombre,

y, digan lo que digan los más listos de la clase,

pesa lo suyo, y mucho más que el mundo”

 

             Y con esto basta, pues dicho está todo. Sea el lector el que descubra el peso de estos poemas, el peso de una sonrisa, el peso de estar acompañado, el peso de un abrazo o de una mirada, el peso del pétalo de una rosa que en junio se desangra y luego las estrellas en la Noche de San Juan, junto a las hogueras, en el Pretorio que es la vida, en cuyo atardecer nos examinarán del amor.


Fernando Alda


 

 

 

          

 

 

 

 

  

lunes, 5 de agosto de 2024

Un salmo al viento

 

Foto: Fernando Alda 



Un salmo al viento 
entona mi voz, una rosa
ardiendo en la luz de la tarde,
labios que predicen el latido 
de un corazón que busca su salida.
Contra la tapia blanca y añil,
la sombra de una torre,
acaso la silueta de un viejo 
olmo vulnerado por los inviernos,
que está esperando el bálsamo 
de la lluvia. Y no quiero
ni debo preguntar por nadie,
solo dejar consumirse las horas
como pavesas de la ausencia.
Solo.

Fernando Alda 

martes, 30 de julio de 2024

Infinito

 

Foto: Fernando Alda 



Deslumbra tus ojos esta luz
transparente de los últimos días de julio, 
bendición u ofrenda,
cuando aún solo se presiente
cómo será el paso previo
al atardecer.
Y en la quietud de las horas,
aunque el viento peina
aleros y cornisas, 
va desgranándose la soledad
que te envuelve,
tal una clámide,
y la vista de este paisaje pudiera ser el infinito 
como en el poema de Leopardi.


Fernando Alda 


jueves, 25 de julio de 2024

La mirada inactual, 11 / La mirada de Dios

 


Foto: Fernando Alda


          El ángel que nos mira. La mirada de Dios. Saber que pese a todo el devenir histórico, a los fulgurantes acontecimientos de cada día, permanece entre nosotros la Palabra de Dios, su forma de vernos, la mirada con la que nos mira, y que no ha de traernos cuenta el paso del tiempo, la sucesión de los días, o el reflejo de las edades, pues estamos llamados a lo Eterno. Y es consuelo saberlo así, como cuando hallas una fuente en medio de la ascensión a la montaña, entre peñascos, y su agua tan fría y transparente te devuelve memorias y es descanso, solaz, como la paz que Cristo nos entrega.


           En medio del fragor de la batalla, la mirada de Dios, la mirada del ángel, o la de un arcángel, pudiera ser, en combate nocturno, como Jacob, sabiendo que esa mirada, que es Amor, es el consuelo de la fuente alpina, el frescor del agua, que brota como una bendición para el caminante que sigue el estrecho sedero que lleva a lo Alto.

            Fuentes humildes, en las cunetas de los caminos, junto a los acianos, en medio del páramo, unos juncos que nos ofrecen su verdor, entre el oro antiguo que impera en el paisaje, tal vez un álamo, o dos, junto a ellos, como la fonte que mana y corre, desde lo escondido, la de Duruelo, la de Juan de la Cruz, en estas soledades de Castilla, para el buscador, para el que busca la mirada de Dios, para el que sondea lo inefable, lo eterno, como el poeta, que rebusca entre los pliegues del lenguaje, bajo sus mantos y entretelas, esperando hallar los versos más hermosos en la noche, una brizna de belleza en los hilvanes que sostienen las palabras en el discurso, la certeza del alfabeto con el que construir nombres propios, verbos, oraciones, párrafos, textos.

          Y entre fuentes, la mirada de Dios, desde el principio. Y eso es lo que busco, los ojos de Dios, su rostro, que ahora solo adivino entre nieblas, entre melancolías, pues solo podré verlo cuando cruce al otro lado de la luz y de las sombras, cuando Cristo mueva la piedra de mi sepulcro y me diga, en voz alta, como a Lázaro "Fernando, sal fuera" y mis ojos volverán a la Luz, mirarán como lo hace Él, y recordaré las fuentes en las que bebí el agua humilde que fue consuelo, clemencia, esperanza en el camino, y, tal vez, seré agua también, subida a los cielos, para ser lluvia y puede que fuente, o manantial, o un simple charco en el que bebe, con su pico tan pequeño, un gorrión.

            Dios nos mira ¿Qué verá?


Fernando Alda

sábado, 8 de junio de 2024

La transparencia

 

Foto: Fernando Alda 

La lluvia hace brillar la piedra 
dorada, cúpulas y frisos
de aire, o es la transparencia de las palabras,
el alfabeto de la luz que se va
hacia el oeste en busca de las últimas 
sombras que luego serán 
un alba recién estrenada.
Es tu nombre en la arena,
esperando esa ola que borrará 
el trazo, la voz y la memoria.


Fernando Alda 


miércoles, 29 de mayo de 2024

Caminos

 

Foto: Fernando Alda 


Como el agua abre caminos 
cuando amanece la lluvia,
y todo es nuevo,
recién estrenado en los charcos
que se forman en el patio 
trasero de casa,
o desde la biblioteca sueñas
con archipiélagos que no tienen
nombre o dueño,
como las heridas del polvo
y la desmemoria, 
solo un baúl sin tapa,
el arpa del salón,
vestigios de lo que fue
y hoy solo es ruina.

Fernando Alda 




Claridad

 

Foto: Elvira Alda



En la claridad de la luz que inicia
la tarde se derrama el recuerdo,
tal la alegría de saberse vivo
entre el esplendor de las flores.
Es la transparencia del asombro,
la certeza de lo inmediato 
y más a mano,
como el aire que respiras.
No hay sombra posible,
solo un espejo en el fondo
del tiempo, el dibujo de los contornos,
una mano entre papeles
escritos, rebuscando palabras 
y la azul tristeza de la ausencia.


Fernando Alda 

jueves, 23 de mayo de 2024

En las manos

 




Foto: Manuel Alda

Alza el vuelo una calandría 
enamorada, mientras la tarde se extingue.
Hacia el oeste van las ausencias,
el desasosiego del agua
que no encuentra cauce.
En las manos, un ramo de flores
que ofrecerás a la noche,
como una bendición o un salmo,
y en lo profundo y oscuro 
brillará la estrella que lleva tu nombre.


Fernando Alda 

martes, 14 de mayo de 2024

Amaneciendo

 

Foto: Fernando Alda 


Está amaneciendo como lo hace
la lluvia sobre la escalera de tu casa,
en silencio, solo un corazón 
hecho astillas para dejar
memoria de los años
y de la ceniza, un esplendor 
de versos sueltos acurrucados
en un jarrón en penumbra,
cuando todo ya no es más 
que escritura, o las manos
metidas en los bolsillos
del viejo pantalón para los días imposibles,
una camisa recién estrenada
para salir a la mañana.


Fernando Alda 




lunes, 6 de mayo de 2024

Alamedas

 

Foto: Fernando Alda 


Luz de la tarde en mayo,
con las primeras rosas ardiendo en los ojos
y las últimas lluvias desgranándose,
presagio del estío.
Están los caminos abiertos,
sombras que ya van siendo
largas a la última 
hora del paseo, allí donde los tristes,
en estas alamedas
en las que se desangra la memoria.

Fernando Alda 

viernes, 3 de mayo de 2024

Al viento

 

Foto: Fernando Alda 

Al viento, las lágrimas,
los salmos escritos 
en la corteza de los árboles,
la redención de la nostalgia.
Solo escritura, como niebla
sobre el agua,
flotando en el tiempo 
que ya fue y hoy se adivina
imposible: la liturgia
de la poesía,
el alma en jirones,
o la voz que clama,
más allá de las arboledas
y de los caminos,
por su liberación.


Fernando Alda 

martes, 30 de abril de 2024

Sin dejar rastro

 
Foto: Fernando Alda 





Viene la lluvia rota,
en astillas, y sales a pasear
con la gabardina vieja
que tiene los bolsillos 
llenos de sueños. Un tranvía,
en los arrabales, te habla de ausencias 
y desmemorias,
de tardes en blanco,
bajo el cielo añil
de todos los recuerdos.
No hay melancolía,
esta vez solo la certeza
de que, en ocasiones,
la vida pasa sin dejar rastro,
sin contar contigo, 
como eludiéndote.

Fernando Alda 


viernes, 26 de abril de 2024

Llegas tarde

 

Foto: Fernando Alda 

Es la urgencia de la vida
la que llama a la ventana,
llegas tarde,
te dice, a todas partes,
cuando solo acabas de despertar del dolor,
y ya el mundo parece viejo, 
como atrasado,
vencido, en almoneda,
y quisieras ser de nuevo,
pero no hay tiempo 
para desvestirse de los ropajes
ajados de la costumbre.


Fernando Alda 

Tal vez ascuas o recuerdos

 

Foto: Fernando Alda 

Arde el reloj en pavesas
azules de nostalgia,
el tiempo huido,
muerto, que yace a los pies
de las estatuas,
como tu voz,
ahora, en la que no hay palabras,
solo nubes,
tal vez ascuas o recuerdos,
la aflicción de unos ojos
desolados.


Fernando Alda 

jueves, 21 de marzo de 2024

En el corazón

 

Foto: Fernando Alda 


Cuando en marzo se alargan
los días como el vuelo de las calandrias,
parece que se extiende 
la mirada más allá de donde abarcan las manos, 
más allá de la noche,
o los ojos, mudos ya de tanto ver,
y solo nos queda la poesía
en la voz del viento,
que viene de muy lejos,
de más allá de las colinas de la lluvia,
y es entonces cuando en el corazón 
comienzan a latir
el asombro y la certeza.


Fernando Alda 

miércoles, 13 de marzo de 2024

La corza

 

Foto: Fernando Alda 




Esperando ese solecillo
de marzo, casi ya primavera,
qué caliente los huesos,
pura ceniza de hielo,
tras la memoria de la nieve,
y el invierno sea solo un mal sueño,
como la corza desea
manantiales de agua nueva.


Fernando Alda 

Tras la batalla

 

Foto: Fernando Alda 

Tras la batalla, la ofrenda,
las flores que cayeron
al abismo de un jarrón
roto, en una ventana de sombras,
la voz silenciada,
o el escudo del héroe
qué no tiene una Ítaca
a la que regresar.
Así, solo, tú nombre,
en los labios de la derrota.


Fernando Alda 


martes, 12 de marzo de 2024

Flor de niebla

 

Foto: Fernando Alda 


Con el sol de la tarde se van
los vencejos y los últimos suspiros,
esa flor de niebla
que la mañana dejó en el alambre
gris de la melancolía,
y tú, tal un extraño
en esta tierra que habitas,
irás, muy despacio,
encendiendo el fuego
en el hogar perpetuo de la desmemoria.


Fernando Alda 

lunes, 11 de marzo de 2024

Siempre abril

 

Foto: Fernando Alda 


Abres una ventana
como el que abre el corazón
al paso del viento,
para ver y asombrarte,
al mediodía,
de cómo las flores
ofrecen su belleza
sin pedir nada a cambio.
Y así crecer, en la bendición
de la lluvia, en la memoria
azul de las ausencias,
rescoldo de otras ascuas
que se quedaron en tus ojos
como la noche de abril, 
siempre abril.

Fernando Alda 

viernes, 8 de marzo de 2024

Si todo fluye...

 

Foto: Fernando Alda 



Estancias de sol y ausencias,
en el añil del mar
que la tarde envuelve
junto a las alas tristes
de las gaviotas.
Si todo fluye, si pasan el aire
y el tiempo,
serán ceniza también mis lágrimas.


Fernando Alda 

miércoles, 6 de marzo de 2024

Lo más sencillo

 
Foto: Fernando Alda 





Desde la mirada, el mundo
inmenso, tocando las nubes
con los mismos dedos que un día
fueron música en el piano.
Hoy solo un reloj
envejecido, tempus fugit,
el recuerdo de lo que nunca
fue y hoy regresa en la bendición
de lo más sencillo.


Fernando Alda

En la memoria

 

Foto: Fernando Alda



En la memoria, las mañanas
que abren los caminos en primavera,
el espejo verde del río, la sombra
hiriente del ciprés en la atardecida,
un paisaje de niebla en ruinas,
hecho jirones,
y el sol desbordándose por sus costuras.


Fernando Alda 

viernes, 1 de marzo de 2024

Viene marzo

 

Foto: Fernando Alda 



Viene marzo en la mirada
de unas nubes de hojalata,
en el poema que leí
esta mañana, al abrir los ojos,
y admirar el alba,
qué se deshojaba en el retiñir
de una campanita,
lejana y sola,
entre las torres de Ávila.

Fernando Alda



Siempre el olvido

 

Foto: Fernando Alda 



Se me quedó la palabra
en los puros huesos,
casi solo aire,
un destello último de luz.
¿Cómo contar o cantar
en este helor? No regresarán
por el mar los héroes antiguos,
Solo hay ínsulas deshabitadas,
un sabor acre
de ceniza en los labios,
siempre el olvido.


Fernando Alda 

martes, 27 de febrero de 2024

La sombra de la altura

 

Foto: Fernando Alda 



Lo que abarca el vuelo
de un vencejo,
el puñado de arena que cabe en la mano,
o el recorrido de una hoja
que cae de la morera del patio
en otoño,
como el respirar que alienta
cada amanecer,
así la sombra que no puede 
alargarse más allá de la altura:
esos pasos tan cortos que damos
cuando aprendemos a caminar,
siendo niños,
y que nunca nos abandonan.

Fernando Alda 

lunes, 26 de febrero de 2024

Calandrias

 

Foto: Fernando Alda


En la ternura de las manos
qué sanan la herida,
en los ojos cansados por el sueño,
allí la poesía,
la aurora del lenguaje o la voz
que debes al olvido.
Solo un despertar de calandrias
enamoradas junto
al esplendor de las azucenas.


Fernando Alda 

Altura

 

Fernando Alda



Solo quiero la alegría 
de unas amapolas al borde del camino,
la sombra de una higuera,
el rumor del agua
al nacer en una fuente
de una plaza solitaria,
y la altura de lo que no sabes
para ir a ese lugar que desconoces.

Fernando Alda 

viernes, 23 de febrero de 2024

Últimas tardes

 


Foto: Fernando Alda 


Son las últimas tardes

de frío, del corazón 
a la intemperie, de la arena
qué se escapa entre los dedos
o el niño que llevas dentro,
tembloroso y tímido,
qué no se atreve a marcharse.

Fernando Alda




En la sombra

Foto: Fernando Alda 



En la sombra está escrita una verdad

y en el musgo la altura
de los sueños. Van mis pensamientos
al aire,
desmelenados,
como pajarillos, buscando comida
en una mañana helada.
Me tiemblan las manos
de tanta soledad, de tanto
como se perdió tras la batalla.

Fernando Alda

lunes, 12 de febrero de 2024

La mirada inactual, 10 / Antes del desastre...

 



           Al amparo del fueguecillo prendido en la chimenea, que consuela estos rigores de febrero, mientras la lluvia danza con el viento, de forma interminable, y las veletas no marcan rumbo alguno, la melancolía es el único refugio posible, pues los mirlos que cantaban en estos días en el jardín parecen haberse escondido, acaso asustados por el temporal y la refriega.


          Y me acuerdo de Fray Luis en su celda en la Casa de la Inquisición en Valladolid, y de las melancolías y desasosiegos que padeciese en su proceso, las mismas que en ocasiones siente el alma cuando el mundo ruge como un león hambriento presto a devorar sus entretelas, y tengo yo también prisiones, aunque de otro modo, en las que la memoria resulta inútil para abandonarlas, y solo el fuego, que ahora calienta de forma tenue la estancia, parece la única salida en medio de tanto desconsuelo.

           Es esperanza ese fuego, que parece tan pequeño y triste, y sus llamas traen alguna cordura en medio del helor de la soledad, y creo entonces volver a soñar, a sentir que el corazón recobra el pulso en medio del marasmo del tiempo, y me regresan el habla y la poesía, y se enciende la velita que dejé olvidada en el alféizar de la ventana con la helada, y Dios no ha muerto, sino que me sonríe y conforta, y ya puedo esperar el paso de la noche, aunque largo, como  fuera el paso del Mar Rojo, pues habrá un alba y nuevas flores, unas azucenas, unos acianos, glicinas tal vez, en un jardín y todo comenzará como en el principio.

          Tal es, en ocasiones, la angustia de vivir, de ser, aunque ya va vencida la muerte por Cristo y amanece y la luz ilumina los caminos, que llevan a Nínive, que me parecen dédalos de cuando todo estaba oscuro o no tenía nombre.

           La lluvia se va llevando los restos de la batalla, yelmos antiguos, penachos de sangre, espadas rotas, banderas en jirones, adargas quebradas, lorigas herrumbrosas, un quejido continuo, como de insectos, las lanzas que fueron no en la rendición de Breda, sino las que prendieron la última luz del ocaso antes del desastre.

            Y esa lluvia será el mar, y luego estas nubes que hoy ocultan el sol, y puede que mañana recibas alguna carta, que fue remitida hace mucho tiempo, y quedó prendida en los laberintos del minotauro, en los entresijos de algún reloj, tempus fugit, y ahora llega como un ensalmo o augurio, mas ya inútil del todo, correspondencia muerta, pues las noticias que ofrece ya parecen o son pavesas o puro polvo abandonado, con la indolencia de un gesto indiferente, en cualquier lugar, al borde del camino, sin nadie que pueda redimir lo que el papel ahora cuenta y ya es desmemoria.


Fernando Alda



       

martes, 6 de febrero de 2024

La mirada inactual, 9 / Élitros y quelíceros

 


          Ahora que es invierno, y la corza del corazón duerme esperando el beso de la primavera, o el Amado, o el viento sur que cicatrice las heridas del hielo, sigo mirando, desconozco si con asombro, el paso del tiempo, de las estaciones y edades, de ésta presente y de las que se fueron por los caminos, como la devastación de mis sienes, encendidas por la nieve.

          Y se que es el momento de aventar recuerdos, para que algunos salgan de las desmemorias del vivir y sean representados en los adentros del alma, en las moradas más claras y luminosas, como si fuesen carbones del sol poniente. Así, entonces, lo que es el hoy, que se abre y nos deleita, aunque ahora aún no en el jardín, más bien en la biblioteca, como lo quería Marco Tulio Cicerón para ser un hombre afortunado. Tengo la suerte de tener ambos, una biblioteca y un jardín, en los que recibo visitas y voy tejiendo las horas que se deshilachan desde la esfera del reloj, para tejer cenizas y flores ajadas, cuyos pétalos se van con el viento a las veletas, para jugar con ellas.

          Pero no siempre es así, pues el mundo y sus pompas, que parecen zumbidos de insectos, un entrechocar de élitros o de quelíceros, trata de ahogar estas melancolías, para que no sean, para que no iluminen, con sus pupilas ardientes o enfebrecidas, las oscuridades y dédalos que nos cercan.

      Estas tinieblas, que tan impenetrables nos parecen, son las que rasga Cristo al rayar el alba del tercer día, cuando regresa de entre los muertos, y todo es nuevo, como recién estrenado o sacado del horno. Hoy se que me mira desde la soledad de los sagrarios, desde la penumbra de alguna ermitilla elevada sobre un otero en esta Castilla mía, tan sola también, y me pierdo por los caminos que se me aparecen como una bendición, una ofrenda, y sigo mirando, en esta ocasión en las cunetas, en las que aún no crecen los acianos, que nos regalan su azul tan intenso y tan puro, y todo me resulta abandono, como la soledad del agua estancada en los labajos, que espera alguna avecilla que redima su silencio.

          Es solo el paisaje ahora, aunque me gustaría poder mirar detrás de él, en sus entretelas e hilvanes, en sus bambalinas, en sus adentros o su patio de atrás, para poder alargar la vista más allá de lo que permite el horizonte, y mirar lejos, hasta allí donde habita la madre del viento, el sol que no se apaga, las nubes atlánticas, que vienen de tan lejos a fecundar los campos, abiertos para retar o cabalgar sobre el destino y la muerte.


Fernando Alda



miércoles, 24 de enero de 2024

La mirada inactual, 8 / Sepulcros de alabastro

 


          Arde un leño esta tarde de enero con la melancolía propia de la lluvia, casi con desgana, como desangrándose sin motivo aparente. En la danza del fuego, que no es la de la muerte, los recuerdos se entrelazan como espinas o cerezas, sin saber bien la razón que alcanza a tal suceso. Y la memoria se va con el viento, sin especulaciones, hacia el espejo del horizonte, sin decir adiós siquiera, o agitar un pañuelo en lo que parece, más bien, una huida.


          Y vienen a la memoria, releyendo un pasaje de la "Guía espiritual de Castilla", de José Jiménez Lozano, los sepulcros de alabastro, como el del Príncipe Don Juan que labrara Doménico Fancelli en la iglesia del Monasterio de Santo Tomás en Ávila, un sepulcro de fría filigrana y adorno, como para retener, acaso en vano intento, el fulgor de la muerte, en sus primeros instantes, más allá de la pudrición y los gusanos, y un helor, tal de nieve de primavera, recorre mis venas, y enseguida trato de olvidar esas imágenes, que me parecen fantasmas, seres aparecidos entre la niebla y el bosque, que habitan regiones no exploradas o deshabitadas, pues habitar es un verbo que pertenece a los seres humanos, y no a los espectros venidos del Tártaro o del inframundo.

           Perdura la belleza labrada en la piedra, tal vez con un buril o escoplo de tristeza, y, en algunos casos, la transparencia de la misma al imitar tules y gasas, sedas ajustadas a los cuerpos, que nada tienen que ver con armaduras y espadas o mitras, es el rigor mortis de las efigies que representan a los difuntos, detenidos en esos pasos primeros de la muerte, como si la estuviesen esperando, ya sin dolor o sufrimiento, ni angustia, como si fuese innecesaria la agonía, la lucha en la frontera, en el filo de este mundo y del otro.

         Vuelvo a mirar el fuego, los leños que arden, y me parece que así lo hacen desde siempre, desde que por primera vez el ser humano comenzó a dominar las llamas y la noche abría alguna ventana, alguna luz, y comenzábamos a preguntarnos por la dama de azul y por lo que había más allá de ella. Y, en ocasiones, siempre  ha sido así,  seguimos preguntándonos lo mismo, tal es nuestra débil certeza, y ese es uno de los misterios con los que Dios nos hizo, pues sólo Él lo sabe, como tratando de ver lo que hay dentro de lo oscuro, un poquito más allá de hasta donde alumbra la antorcha que sostenemos en la mano, con tanta desmemoria, para ganarle un día, acaso dos, a la muerte.


Fernando Alda

jueves, 11 de enero de 2024

La mirada inactual, 7 / Incierto el día

 




       Viene gris y oscuro el día, cargado hasta las médulas de tristeza, acaso por los rigores de este enero tan incierto como la suerte de Julio César cuando cruzó el Rubicón, y uno no acierta a seguir un hilo concreto por el que tirar para ir escribiendo algo con coherencia, entre el límite de lo que es real y de lo que resulta imaginario, como para tratar de evadir la responsabilidad, para con los lectores, que es escribir. Otro tanto sería hacerlo para uno mismo, pues cabrían los mayores desvaríos y sinrazones, pero como si se tratase de una razón de estado, el escritor siente cierta responsabilidad para no perder la Polar, que es rumbo cierto, y no crear más laberintos al lector en la rosa de los vientos en la que ambos se encuentran, pese a que todos los caminos conduzcan a Roma.

        Y así, la escritura, que es una llave para desentrañar misterios y arcanos, y todos los encantamientos a los que nos somete la vida, en ocasiones en exceso, para seguir representando el papelito o papelón que tengamos reservado en el retablillo de Maese Pedro que es el mundo, con sus ensoñaciones y pompas y todas sus miserias y atrocidades. 

        El mundo ruge como un león que acabase de despertar y resulta difícil escapar a estas devastaciones, sobre todo a las que produce el paso del tiempo, que estropea los cuerpos, y aún el alma, las más de las veces, si no ponemos cuidado a la hora de ir  queriéndola como si del mayor tesoro que tuviésemos se tratase, tan ávidos estamos de novedades y de placeres inmediatos, que no conocemos el punto de tener paciencia y esperar el momento propicio para tomar las decisiones más importantes para nosotros.

        El jardín no está hoy para nadie. No espera visitas. Esa persona que aguardas desde hace tiempo no vendrá. La ceniza que se respira en el aire ciega todo, incluida la melancolía, que hoy no es instrumento suficiente como para despejar los velos en los que ha venido envuelta la mañana. Al menos, me queda la escritura, y con ella trato de ir superando las añagazas y celadas del día, como si del único clavo ardiendo que me queda se tratase. Me abraso las manos, pero no pienso desasirme, pues bajo mis pies esta el abismo, feroz e insondable, que aguarda a tragarme, como lo haría la Hoz de Tragavivos, en Cuenca, muy cerca de Cañizares, pues está esperando a los seres que por aquí rondamos, para llevarnos al inframundo, tal vez al Sheol.

     Menos mal que no te prometí, lector, mi querido amigo, novedades deslumbrantes, sino solo una mirada inactual, intemporal, una mirada casi eterna, sobre el mundo y los hombres, y sobre los artificios del uno y de los otros. Créeme, no soy misoneísta, lo que ocurre es que uno ya va cansado en ese viaje de tantas singladuras y tantos naufragios y desastres, y me cuesta, muchas  veces, volver a mirar con los ojos de la infancia, aunque te aseguro que no he perdido el asombro. Están por llegar muchas cosas que serán admirables, seguro, y de las que hablaré también, eso es cierto, pero siempre desde la distancia silenciosa que van poniendo en los iris los años.

     Fernando Alda