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lunes, 10 de mayo de 2021

Querido lector, 23 / La llama sagrada

 


           Querido lector:


           Nos dicen siempre que la virtud para resistir frente a la adversidad es la puerta de salida a nuestros males, pero en ocasiones crece en cimas muy altas, junto a las flores más raras y extrañas, o queda lejos para llegar hasta ella, pues el estar en medio de la vorágine impide que encontremos la ruta cierta y nos hallemos desorientados, con hipotermia en el alma, en medio de los laberintos que la vida nos abre frente a nosotros, que parecen insalvables. En estas ocasiones, y te lo comento pues tal vez ambos nos encontramos ante abismos parecidos, acaso lo mejor es ir tanteando el terreno, dando pasos cortos, olvidándonos de los trenes de largo recorrido, de los caminos que van lejos, pues se nos agigantan y son difíciles de vadear.

             Hoy vuelto a encender mi lucecita, un cabo de vela pequeño, con una llama titilante, tan pobre y desolado que parece que cualquier vientecillo lo puede apagar, para decirle a Dios que aquí sigo, en estas tinieblas, en este Tártaro al que mi nave, con el velamen hecho trizas, ha arribado desde hace ya mucho tiempo, y en el que yacen encerrados los titanes que habitan los sueños. Es de día, pero en ocasiones es de noche siempre, y hay veces, las más, que resulta complejo encontrar camino, al menos una breve senda que te lleve hasta donde alcanza la luz, para imaginar luego otro tramo breve, tan sinuoso como el anterior, tan solo apenas unos peldaños más en la escalinata, frente a lo oscuro y terrible, palpando los muros, las paredes húmedas y salitrosas de este encierro.

              Y en estos lances hemos de estar, con las mismas armas que tenía ese hidalgo que vivía en un lugar de la Mancha, tan perdido e ignoto, tal vez tan triste y desolado, de cuyo nombre su autor no quería acordarse, que tenía su "...lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor", pues  éstos son nuestros duelos y quebrantos, nuestro desasosiego, las penas que no somos capaces de tragar con pan, para que parezcan menos, el fuego robado que nos incendia los adentros, y no nos queda más remedio que salir a la aventura, a buscar endriagos y doncellas afrentadas, desaforados gigantes, hipogrifos  y otras quimeras, de esas que nos tiznan y desvelan el sueño, con nuestro débil brazo, con nuestra más floja memoria, apenas sosteniéndonos sobre las piernas y la ruina que somos, para ir pasando el día. Menos mal que luego todo se vuelve molinos de viento, mansos rebaños de ovejas, odres de vino, con los que ir pasando el rato alanceándolos y acuchillándolos con harto denuedo.

            Ya te decía en mi carta anterior que estoy muy cervantino, acaso metafísico, no por no comer, sino por no encontrar alimento suficiente para esta ánima mía, pues ya se sabe que en tiempos de necesidad todo se nos vuelve poesía, pues no de otro modo somos capaces de mitigar tanto dolor y desgarro. Acaso por eso los poetas no podemos vivir de otra forma, sino con penurias y estrecheces, para que arda y no se apague la llama sagrada con la que nacimos, y la realidad sea menos hosca, que en ciertos momentos me parece como si estuviésemos comiendo espinos, tragando ortigas, el seco esparto que crece allí donde la tierra no recibe el beso fértil del agua, como bacalao de Cuaresma. 

             Escribe Tristan Tzara, en su largo libro-poema "El hombre aproximativo", que 

"un tiro de cañón pone tirantes los glóbulos rojos bajo
             la tienda de campaña
donde los somnolientos cohetes viven en colonias eléctricas
y recoge en su delantal de rayas las cáscaras del horizonte
             de la tarde"

pues escribía en tiempos de vanguardia, en los que parecía que todo era nuevo, y todo se permitía, incluida la transgresión de lo que parece es la belleza desde los griegos antiguos, y acaso todo ha vuelto a ser así, desmedido y desparejado, muy nuevo o muy innovador, pues nos exigen ser muy creativos siempre, para asombrar al prójimo, aunque eso, después de tantas devastaciones como nos ha regalado el mundo, desde que es y se manifiesta, resulte imposible, pues tenemos los ojos tan cansados de ver, estamos tan hartos de tener que ir siempre hasta más allá del límite, que hemos perdido todo asombro, y somos una cáscara que se desconcha como la cal de los muros viejos sobre los que la lluvia de invierno ha pasado su mano áspera y encallecida.

               Te confieso que con una simple fuentecilla, entre cuatro piedras y con un caño de hierro herrumbroso del que mana un hilillo de agua, junto a la que crecen un álamo desvencijado, un majuelo, un escaramujo, y el cielo esté altísimo y puro sobre mi cabeza, tan azul,  resulta medicina suficiente para encontrarme en paz. Si además tengo la suerte de tener en las manos un libro hermoso, y a todo ello lo adorna una avecilla con sus vuelos y su canto, entonces estoy en el paraíso. Tal vez ese que fue el terrenal, el primero, y del que fuimos expulsados para desgracia nuestra por la espada flamígera del arcángel, fuese así,como éste otro que te digo, con tan poco peso para el viaje, con escaso artificio. Las celdas de los conventos carmelitas que fundó Teresa, allá en el XVI, siguen siendo así, espacios desnudos, para el alma, que ha de estar en oración con Dios, en arrobamiento místico, como si nada más fuese necesario. Ya me gustaría a mí alcanzar, aún de lejos, una mínima parte de esos éxtasis, de esos encuentros con el Amado.

             La vida luego es más barroca y enrevesada, como atracción de feria, puede que fruto de esos que son los hijos de la ira, aquellos que vivían en la ciudad que era un millón de muertos. ¿No te has sentido, en ocasiones, como en el poema de Dámaso Alonso que habla de una mujer que está sola en un tren en marcha? El poema se lo dedicó a la Virgen María, y acaso la Madre se sintiese así, pese a su fe inmensa, cuando el Hijo era un despojo muerto y lo bajaban de la Cruz.

" Y esta mujer se ha despertado en la noche,
y estaba sola,
y ha mirado a su alrededor,
y estaba sola,
y ha comenzado a correr por los pasillos del tren,
de un vagón a otro,
y estaba sola..."

y nosotros, como ella, que nos sentimos solos, tan abandonados, hacemos como ella, que

"... ha gritado en la oscuridad,
y estaba sola,
y ha preguntado 
quién conducía,
quien movía aquel horrible tren..."

y como a ella

"... no le ha contestado nadie,
porque estaba sola,
porque estaba sola..."

      En unos días será la Ascensión de Nuestro Señor, y nos parecerá, tras las alegrías de la Pascua, que nos hemos vuelto a quedar solos, en ese tren que nadie conduce, que es nuestra existencia. Menos mal que al domingo siguiente será Pentecostés, y el Espíritu Santo bajará de nuevo sobre nosotros, y no será necesario abandonarnos al ateísmo y la soledad, sino seguir disfrutando de la primavera, que nos ofrece alturas a las que seguir subiendo, aire fresco, limpio, con aromas que iremos recordando de otros años, luz que abrirá nuestros ojos, como abrió Cristo los del pobre Lázaro, que ya se estaban descomponiendo en la oscuridad de su sepulcro y parece que ya no habrían de ver más ni de celebrar la exaltación de los colores y las formas, el dibujo de lo que está vivo y se mueve, pues se lo había tragado la tiniebla, que hiede como los cadáveres en lo que viene a ser la descomposición de la esperanza, como puede que nos ocurra a nosotros, cuando el pez monstruoso nos traga, tal le sucedió a Jonás, y no sabemos que es para ir a otro lugar, para viajar por nuestros adentros y que en la mollera nos entre, pues somos torpes y necios, que estamos hechos de barro sin cocer, apenas moldeados.

        Esta carta ya va larga para lo que suele ser costumbre en mi; en esta ocasión tenía que dar rienda suelta a algunas de mis obsesiones, al desasosiego que me mueve y me mantiene en camino, siempre buscando el rostro de lo Alto, ese que solo veré tras lo que son las horcas caudinas por las que nos hace pasar la muerte, que no ceja de rondarnos, por mucho que pongamos nuestro afán en adornarla de celofanes y lazos de colores, de envolverla entre tubos y aparatos en las frías habitaciones de un hospital. 

        Por si te sirve de consuelo, te diré que hoy la mañana de mayo está fría, tras las lluvias y aires de ayer, pero en la transparencia de las horas flota una promesa de mejora, que habrá de ser alivio, cuando las aguas de la tristeza vuelvan a sus cauces, y las rosas nazcan, a punta de pala, como un milagro que colmará de belleza la mirada que ahora la tenemos como perdida. Reirá el silencio y nos sabremos vivos, intensamente vivos, como el mirlo o el colirrojo que en estos días han vuelto a abrir sus nidos.

       Queda en paz con la ofrenda de los cielos y la luz

Fernando Alda


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