Querido lector:
Es tan grande la poda que uno sufre por la vida, que es necesario volver a brotar, tal la vid o la higuera del Evangelio. Y así me siento ahora, despertando de un sueño inconcluso tras un largo viaje, como con un jet lag que resultase muy complicado eliminar, un desfase entre las horas sin nombre, perdidas, que se han ido acumulando día tras día, como las hojas que en el otoño cayesen de un árbol frondoso y el viento las descolocase a capricho, sin ser capaces luego de ponerlas en orden en un montón, ni siquiera de poder llamarlas por su nombre. Así se guardan en ocasiones los recuerdos, anónimos y desnortados, como un ejército que ha sufrido una atroz derrota y va huyendo, vae victis, para terminar de cualquier forma en cualquier parte.
De entre el belezo que conforma la memoria puedo extraer algún tizón con el que prender el fuego que calentase mis manos frías, que en esta mañana de mayo, tan revuelta y desacompasada, tratan de ofrecer caricias a la luz presente, que va extinguiéndose como una pavesa delicada que en el aire moviese sus alas desdibujadas, ateridas, para caer luego, sin remedio, a la negrura del olvido. En este desvarío te escribo, turbia el agua, como si hubiese acabado de nacer de entre un barro muy sucio que ha sido arrastrado por la tormenta.
Cuesta abrir los ojos y comprender, establecer los límites del croquis, acotar contornos, alzar una bandera, para saber dónde te encuentras, si acaso es posible avanzar o es mejor retroceder, puede que estarse quieto, aunque en campo abierto, retando a todos los peligros, junto a la hoguera en la que van quemándose los sarmientos viejos que te han sido cortados con el podón que empuña la mano airada del tiempo, mientras el río sigue pasando, allá a lo lejos, junto a las colinas, en las choperas, bajo el mismo arco del puente antiguo por el que el camino cruza sobre las aguas como si nada.
Y yo con las manos en los bolsillos, mirando, devanando los sentimientos entre el corazón y la cabeza, que no me dejan pensar, tal esa caña tan frágil y astillada que aún se sostiene a la orilla de un arroyo de sombras y de olvido, escribiéndote, vaciando los adentros como el que saca agua con una noria de un pozo, sin darme apenas cuenta de cuánto se abre la alcancía de mi alma, en salida, aún a riesgo de que quede muy expuesta a las inclemencias, a las dentelladas del existir, a los golpetazos y embestidas que te salen al camino sin esperarlos, como el lugar y la hora de tu muerte.
No sientas pena por mí, no te vistas de luto, son avatares, vicisitudes, sucesos, con los que se escribe el cuaderno de la vida, ese diario íntimo en el que van quedando, como cerezas prendidas unas a otras, las cortezas y ramas de este desbroce que has de saber no es otra su finalidad que el volver a encontrar la luz primera, la llama del inicio, la que arde con más vigor, la que te nombra y hace, aquella que mantiene iluminada la esencia que te sostiene. En este viaje me hallo, en medio de una rosa de los vientos, como las veletas cuando giran en las torres buscando el rumbo más propicio.
¿Habrá de volver a ser lo que fue? Esa es la melancolía que no cesa de preguntarme con furia cada vez que vuelvo la esquina y encuentro una calle desabrida, la intemperie de estos barrios perdidos a los que nadie parece querer ir, estas explanadas en las que solo hay charcos de agua sucia que la lluvia ha dejado como el que abandona un ramo de flores mustias sobre una mesa desvencijada, en una habitación en la que apenas hay muebles, tan solo soledad, una respiración muerta, un latido apenas audible, toda la tristeza que cabe en la palma de una mano.
Lo peor de todo es que cada jornada que transcurre y muere nada volverá a ser igual, pues se habrán encanecido más aún tus sienes, ya de plata usada, y en los ojos habrá un cansancio nuevo, cuando la voz te suene a cristales rotos y los pasos sean más cortos, más sabios, y seas capaz de mirar el ocaso sin derramar una lágrima. Suenan ahora mis palabras a derrota, pero no es así, pues vibran con la música que despierta el día, con la emoción que se alza en cada mirada que voy dejando prendida en lo que es y me nombra. Ya me conoces, estoy hecho de tripas que son corazón, y en la adversidad y la tristeza encuentro motivos de júbilo.
Resulta hermoso comprobar que otros se interesan por nuestras pobres vidas, que nos tienden una mano para encontrar solaz en ella, que nos brindan un abrazo por pura amistad, para compartir con nosotros los duelos y devastaciones, al abrigo que presta el calor que deja en la garganta el vino nuevo que habrá de nacer de los racimos que están por venir, dorados al sol, como de un oro que estuviese acrisolándose en las entrañas que volverán a encendérsenos, tal un resplandor de estrellas, como se nos encienden el corazón y los ojos con un beso.
Así te espero, junto al fuego seguro, y el camino que habrá de traerte. No tardes
Fernando Alda
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