Querido lector:
El corazón me pide hablar del dolor, de lo cansado que lo tengo, de que estoy casi sin fuerzas, pero la cabeza me aconseja que no lo haga, pues ni es bueno insistir tanto en ello, ni tú tienes por qué padecer estas tribulaciones mías, pues las tuyas también vienen crecidas, y no te dejan respirar, al menos así lo deduzco por tu última carta, en la que aprecio los efectos de la galerna por la que estás pasando. Ya me he desahogado suficiente contigo y no es bueno que insista, ni para ti, por aquello de que te desasosiego más de lo que es necesario, ni para mí, pues corro el riesgo de olvidarme de vivir, que es nuestro principal motivo de esperanza. No olvides, no obstante, que la amistad está por encima de todo, y que en mi tienes un amigo sincero y entregado, pues, entre otras cosas, sin tu amistad todo esto que escribo no sería posible, o carecería de sentido, como te he dicho en otras ocasiones.
De entre las cenizas de la memoria parece que han comenzado a avivarse algunos versos de Novalis, como rescoldos antiguos, procedentes de la noche y de sus himnos, pues
"Yo, sin embargo, vuelvo
hacia la misteriosa, inexpresable
noche sagrada"
y pregunto, como hace el poeta,
"¿Qué guardas
debajo de tu manto
que poderoso e invisible
solicita mi alma?"
Puede que, acaso, como en ese Sepulcro en Tarquinia, de Antonio Colinas,
"se abrieron las cancelas de la noche,
salieron los caballos a la noche,
campo de hielos, de astros, de violines,
la noche sumergió pechos y rosas"
aunque lo más probable es que a mí me ocurra como a San Juan de la Cruz, que
"En una noche oscura,
con ansias, en amores inflamada,
¡oh dichosa ventura!,
salí sin ser notada
estando ya mi casa sosegada"
en la Noche oscura del alma a la que vuelvo como lectura obligatoria cada vez que se me tensan los adentros en los laberintos espirituales en los que suelo perderme, dédalos ocultos, desasosegantes, en los que es necesario encontrar el hilo que me devuelva a la salida.
Puede que la noche sea ese mar al que va el río de la vida en ocasiones, atraído por las estrellas, más allá de ellas y de sus límites, en la sed de trascendencia que todos tenemos, aunque olvidemos su origen y circunstancias, en el largo viaje que es el existir, en el que no siempre encontramos acomodo.
Si la noche es el misterio, allí buscamos el rostro de Dios, velado por la tiniebla y la profundidad, pues intuimos que en esas honduras está lo Alto, de lo que venimos y a lo que vamos, manteniendo en ascuas la memoria para no olvidarnos de la madera de la que estamos hechos, en el fuego sagrado que a todo dio forma.
Ese es nuestro desasosiego, alcanzar la orilla de la que venimos, de la que no conocemos apenas nada, como en un regreso por el útero que nos ha de llevar más allá del nacimiento, más allá, incluso, de la gestación, a los sueños de Dios, que ya nos imaginaba mucho antes del origen del tiempo y del espacio. Y así me pregunto y te preguntas, preguntamos incluso a las propias preguntas, en esa desazón nuestra por saber, por conocer, por llegar, sin comprender, pues torpes y necios somos, que el camino ya está escrito, que murió y resucitó por nosotros, que se llama Cristo y que nos acompaña en nuestro dolor, incluso en ese que nos desborda y sobrepasa en tantas y tantas ocasiones.
Se con certeza, pues de lo contrario no me leerías, que todo esto que digo también te preocupa e inquieta, que en ocasiones la garganta se te hace un nudo, y que en la noche buscas senderos, y que te haces preguntas para las que no siempre encuentras respuesta. Como siempre hago, acoge como quieras aquello que te digo. Es mi deseo el decírtelo porque creo que en ello está la Verdad. Aquel que nos creó nos regaló la libertad, el libre albedrío, para elegir. No obstante, has de saber que estaré contigo en tus desasosiegos, en las desazones, en las dudas y las paradojas, en los desiertos y soledades, como un amigo que se precia de ello, pues necesitamos estar acompañados, no solo en los quebrantos y en los duelos, también en la alegría que nos nace en el corazón y que en ocasiones nos despierta el vino o la primavera, el paisaje espiritual en el cual nos movemos.
Como te digo en otras ocasiones, no te canso más. Te dejo con los interrogantes que trae hoy el día en los bolsillos, en este momento, aquellos que flotan entre la luz y el aire, como rapaces que buscan su presa, que parece son nuestras almas, pues tal vez se muestran ahora desprotegidas, a la intemperie, tratando de hallar, entre las rocas del camino, un abrigo, un refugio, pues parece que la muerte deja ver sus penachos de luto a lo lejos, en el horizonte sobre el que cuando vaya muriendo la tarde se pondrá el sol, hacia el oeste incógnito, y será la noche, con su reino y sus congojas, y habremos de esperar, como centinelas, un nuevo día.
Un abrazo desde esta Ávila nuestra, tuya y mía a través de lo imaginado, para siempre
Fernando Alda
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