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sábado, 1 de mayo de 2021

Querido lector, 20 / Cosa de encantamiento

 


            Querido lector:

             Con ésta que te estoy escribiendo son ya 20 las cartas que te he dirigido. He recibido otras tantas tuyas, con verdadero aprecio, pues me acompañan en mis soledades y melancolías, como si estuvieses tú aquí mismo, en efigie o persona, y pudiera estar hablando contigo. Son un magnífico regalo, especialmente por la tarde, cuando el sol va perdiendo su fuerza, apaciguando su respiración, como la de un animal herido, y busca el oeste para iluminar otras tierras y países. Tengo la certeza de que a ti también te gusta recibir mis cartas, pues el leerlas y el escribirlas es oficio que se ha perdido en estos tiempos en los que todo es más higiénico, por aquello de que se realiza a través de las pantallas, pero mucho más triste. No dejemos, por favor, que se pierda en las neblinas del tiempo.

            Hoy comienza mayo, con todo el anuncio de las flores que traerá y que vendrán a llenar de forma importante el paisaje espiritual al que solemos asomarnos. Para mi, lo confieso, resultan una bendición, tras las durezas del invierno abulense, no solo por aquello de que son expresión máxima de la vida, sino por la belleza que nos ofrecen. Y también, he de reconocerlo, me acompañan, al igual que hacen los mirlos y los carboneros que se pasan estos días por el jardín, como si regresasen a su casa, de la que en pocos días parece que no se han ido nunca.

          Estoy enfrascado en diversas lecturas, de quien tú ya sabes, sí, de ese autor tan favorito para nosotros, y sigo escribiendo. Las últimas lluvias me han impedido salir a pasear, además de una fastidiosa lesión en una pierna, de la que me voy recuperando poco a poco, pero en el día de hoy ya he tenido la suerte de retomar esta maravillosa costumbre que aclara la mente y fortalece el cuerpo. Me alegra saber, según me comentas en tu última misiva, que estás releyendo algunos capítulos del Quijote, cuestión ésta que me agrada sobremanera, pues, además de ser una grata lectura y no menos grata compañía para estos momentos de tribulación y duda que nos han tocado en suerte, me da la idea de hacerlo yo también, especialmente algunos pasajes que parece se han quedado a vivir en las penumbras de la memoria, en los rincones más oscuros y difíciles de iluminar, como los que hay en los cuadros de Michelangelo Merisi da Caravaggio, que pintaba entre tinieblas, apenas iluminados sus personajes por tenues velos de luz y de misterio,  envueltos en una atmósfera sobrecogedora y, a la vez, sugerente.

           Hoy el día viene entre dos luces, entre nubes y claros, a ratos, amenazando lluvia, pero dejando que el astro rey pueda asomarse al mundo y regalarnos algo de su celebración, que es harto consuelo para eludir tristezas y otros humores extraños que se mueven en los adentros, como buscando salidas, pero que se quedan, finalmente, retenidos en algunos de los recovecos más ocultos del corazón, y producen cierta congoja, cuando no el extrañamiento propio de sabernos extranjeros en el mundo. Bien lo sabía el pobre Meursault, que así se sentía, quizá, acaso, como se sentía también su creador, Albert Camus, a quien nada humano le resultaba ajeno, aunque no llegaba a comprenderlo del todo, a fuerza de mirar la vida como si fuese un absurdo, una terra incognita a cuya puerta nos hubiesen dejado y a la que no nos quedase más remedio que explorar con pocos medios, mal provistos de aparejos y brújula, y a la que solo abandonamos con la muerte, que a todos iguala. Menos mal que me queda el consuelo de saber que iré a los brazos del Padre, de la mano de Cristo, y que estos días de Pascua la alegría se nos enciende por dentro, como si fuese la gloria que hay en algunas casas de esta Castilla mía, ese sistema tan antiguo de calefacción, que propaga el calor necesario por debajo del suelo para mantener las estancias habitables.

           Discúlpame si parece que desbarro, y paso de un asunto a otro como si fuese saltando de una mata a otra, entre Pinto y Valdemoro, aprovechando que el caudal del arroyo es magro y se puede ir de orilla en orilla  sin problema, como abeja de flor en flor, buscando una mezcla de pólenes imposible, que luego habrá de regalarnos a los paladares que saben apreciar estos manjares naturales que resultan tan difíciles de encontrar en esta sociedad tan aséptica y aseada en la que vivimos, sin saber muy bien a dónde vamos, en la que todo parece que sale de las fábricas o del tetrabrik, y no de la naturaleza. Así también los sentimientos, pues no parece que estemos muy lejos de comprobar, aterrados, como a mí me ocurre cuando así lo pienso, que nuestros adentros y cuitas pueden caber dentro de un algoritmo, de esos que se usan en la llamada inteligencia artificial, que más parece invento del Averno, cosa de artificio y encantamiento de algún mago o gigante poderosos, una trampa más de esas con las que los hombres nos empeñamos en complicarnos la vida.

          Pero basta de malandanzas, que no quiero amargarte el día. No dejes de saludar, si los vieres, a los del clan de Macondo, que hace tiempo no se de ellos y, a buen seguro, estarán esperando una seña mía. Por el momento me resulta imposible desplazarme hasta allí, pues carezco de medios para ello. A ti te resultará más fácil, seguro. Otro tanto debes hacer con ese amigo común que tenemos en Vetusta, Fermín de Pas, del que no se nada desde hace años, y al que recuerdo, como me ocurre también con J.B., el de Castroforte del Baralla. Qué  buenos ratos he pasado con ellos, pero ahora no encuentro ni dirección ni teléfono ni gaitas que se le parezcan, que también me resulta, como le ocurría al pobre Alonso Quijano, cosa de encantamiento el no hallar medio para ponerme en contacto con ellos. 

             Ya no te turbo más con estos laberintos míos. Acaba tranquilo tu jornada, que ya sabré yo apañarme para meterme en otros charcos y dibujos, de por sí penosos y poco agradecidos, pero que tanta atracción ejercen sobre mi, como si yo no fuese dueño de mis actos y otro me gobernase en la distancia.

              A vuelta de correo te espero

Fernando Alda 

            






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