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sábado, 8 de mayo de 2021

Querido lector, 22 / Los cantos heroicos de las edades pasadas

 


          Querido lector:

           Hay música en las ventanas que va proclamando el exaltado fulgor de la primavera, la visión de sueños que se conforman en el aire y esperan una corporeidad que no les pertenece, como neblinas, como humos de hogueras en las que arde el viento y la luz deja lluvias finas, de tul y seda, en un paisaje difuminado en el que flota el recuerdo, la ensoñación de las quimeras. De este modo me asomo al balcón de casa, esperando, buscando siempre, anhelando lo que está por venir y me resulta desconocido, como la hora de mi muerte.

             Me alegra saber que los consejos que te hice llegar la última vez han dado sus frutos, y que tu ánimo, al menos, está un punto más sereno frente a la adversidad. La vida es así de diversa y sucesiva, así de enrevesada, como un zarzal espeso en el que las espinas se esconden bajo las hojas o los frutos, y en el que nos vamos dejando jirones de alma y la lengua se nos vuelve sanguinolenta, muy llagada, en ocasiones, de tanto contar desgracias y derrotas. Pero habremos de enderezar el rumbo y pasar por encima, o por debajo, de los oleajes y de sus embestidas, en las que parece el casco del barco zozobrará y se hará astillas y naufragio.

             Tampoco estoy muy católico yo, pues que me aquejan también esos males del espíritu que son producto de penurias y amargos tragos, de cicuta pura, que hemos da dar sin azúcares o golosinas que nos los endulcen, pues hay veces que no hay misericordia posible para ellos, en este Getsemaní en el que solemos estar como de continuo. Es la acritud de cuanto nos rodea, su hostilidad, la que nos amedrentra a quienes parecemos estar hechos solo de alma, como si el mundo únicamente nos ofreciese sus aceros y prisiones, los hierros más fieros, las cárceles más húmedas y oscuras, y solo tratando de alzar un poco el vuelo, con el plomo que llevamos en nuestras alas heridas, fuésemos capaces de cobrar un tanto de perspectiva y mirar por encima de los árboles y comprender el bosque, su hermosura, la profundidad de la vida, el sentido que no somos capaces de hallar en este paisaje de devastación.

             Al menos, estamos vivos, pues otros no lo pueden celebrar. Cayeron junto a las cunetas del camino, resbaló su pie en las altas sendas que tratan de sortear los abismos, se ahogaron en las turbulencias de lo que parecía en principio un río manso pero que encerraba celadas y remolinos, aguas muy hondas que no fueron capaces de vadear. Jorge Manrique nos dejó dicho que nuestras vidas son los ríos que van al mar; son muchos los ríos que hay que navegar hasta llegar al océano, es mucha el agua que nos acompaña, y vienen crecidas, y estiajes, incluso embalses y cascadas, y obstáculos que hay sortear no siempre con mucha fortuna. Y el mar tiene sus temporales y galernas, así que cuando crees que la muerte está próxima no siempre es así y nadie, por mucho que se afane en ello, llegará a ganar una sola hora más a su vida. Cristo nos lo recuerda siempre, especialmente en esta sociedad de la prisa en la que nos empeñamos en ganarle al tiempo, en ganar unos minutos al reloj, siempre corriendo, sin pararnos a mirar no ya a nuestro alrededor, pues ni siquiera nos detenemos a vernos por dentro, a buscar entre la ropa revuelta que está en el baúl de nuestro interior.

           Parece que ya todo intento de cambiar estas costumbres, pese a que mudásemos el pelaje que nos adorna y disfraza, va siendo un poco difícil. Los hombres, mi querido amigo, desde que pretendimos asesinar a Dios, al que no queremos necesitar en nuestras pobres vidas de cobayas de laboratorio, estamos empeñados solo en correr dentro de una rueda que no avanza, sin querer abrir la puerta que nos trasciende y eleva, la que nos devuelve a nuestra original dignidad. Si, al menos, la lucidez nos hace saber que es así, podremos mitigar tan perniciosos efectos, aunque no arrancar de raíz tan cizañosa hierba. Seremos centinelas que esperan la luz.

           En este convencimiento te sigo escribiendo y esperando. Se que en ti encuentran acomodo estos desasosiegos y desvelos, pues tu alma no halla consuelo en los engaños y tramoyas de este retablillo en el que cada quien trata de representar un papel que no le corresponde. El sol hoy es un regalo, tan limpio y transparente. La mañana, una bendición. Celebremos, con un brindis de vino viejo, que aún somos capaces de recordar los cantos heroicos de las edades pasadas. La memoria nos enciende y despeja.

           Junto a ti

Fernando Alda


          

          

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