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miércoles, 28 de abril de 2021

Querido lector, 19 / Hoy regreso a Almar

 




A Antonio Colinas, por su 
Petavonium

            Querido lector:


            Hoy regreso al origen de todos los sueños, a Almar, al río y las almas, en el deseo de encontrar, entre la bruma de los recuerdos, la infancia primera, la que conforma lo que es la vida y nutre, y las hogueras en las que arde la memoria, de forma perpetua, aventando unas cenizas que van dibujando un paisaje de melancolías, de círculos de nubes que se abren como rosas, lirios supremos que visten de hermosura estos sotos, estos bosques, en los que me voy perdiendo al caminar.

             Allí mi casa, querido amigo, sin techo, en ruinas, amenazada por el derribo del tiempo, cubierta de maleza, atenazada por raíces y sombras, en la que el fuego no quema más leños de noble encina ni el vino deja transparentar sus oros ni nuevas alegrías en el corazón. Allí lo que fue mi hogar, antes de este otro periplo en el que corté mis lazos telúricos, en el que arranqué de cuajo la esperanza del regreso.

             Vuelvo hoy desnudo, a buscar entre estos peñascos, los añicos de lo que fui en el origen, el cordón umbilical que me devuelva la paz, todo aquello que fue por primera vez visto: el vuelo de un alcaraván, las flores estrellando los prados, una libélula posarse sobre un tomillo, el color del cantueso, el pan, el agua, un beso, una mano amiga, los balbuceos del lenguaje nombrando aquello que me circundaba, una mirada al oeste, allí donde muere el sol entre brasas.

             Entre la hojarasca y los espinos descubro trozos de mi nombre, pedazos de mi voz, astillas de mí que aún perviven y permanecen, como el musgo o los líquenes, pegados a los muros de lo que fue aldea y hoy es despoblado, las eras en las que agoniza el deseo, las fuentes secas, la tristeza de las encinas en flor que no tienen a nadie que las abrace. Ya no mana el humo vivificante por las chimeneas, solo apariciones salen a mi paso, con rostros viejos, voluntades quebradas, ese heno casi podrido que la muerte no segó con su guadaña.

            Encuentro dolor en este regreso, pero también memoria sobre la que sostenerme. En este paisaje de la ruina, en esta desolación, está, acaso, la verdad de lo que quise ser y no alcancé, la madre de los sueños, el amor, la inocencia, los antepasados que me reconocen y llaman, una voz atávica que vuelve a anudar mis pasos a este lugar del que nunca debieron irse tras el ensalmo de las quimeras. Vuelvo a ser yo, el de siempre, el que no tiene máscara ni necesita de disfraz, con el rostro limpio, arado de arrugas, la nieve de la vida en las sienes, que aún espera, que aún busca, redención.

           Tengo todas las sendas abiertas, para ser exploradas, la que sube a las cimas, la que baja al valle, la que recorre el robledal, la que se pierde entre los zarzales y lleva a esos otros lugares que iré descubriendo a medida que caiga el velo de la vanidad de mis ojos. Las sendas que llevan al amanecer, al mediodía, las que discurren entre las peñas, entre las atalayas perdidas, entre las almenaras que iluminan desde las torres del día, que se me ofrece entero para mi.

            Desbrozaré la hiedra que oculta, los helechos que disimulan, para volver a dibujar el croquis de lo que fue mi mundo primero, este reino que todavía he de habitar, el alzado de mi vida, que sangra, pero que desea, el mapa que me conducirá al tesoro que es vivir. Mis manos volverán a hacer, a despertar, entre el barro y la piedra, tallarán la madera, abrirán ventanas al sol, y habrá un espacio nuevo en la conciencia de saber que soy.

           Querido lector, querido amigo, me gustaría saber si tú regresas a alguna parte, si vuelves, si deseas volver, si quieres ir, de nuevo, allí donde comenzaste a ser, a percibir los contornos del mundo, a descubrirlos, a recorrer otra vez los primeros pasos, a encontrar el abrazo, la amistad que juraste no traicionar nunca y que quedó abandonada entre las azucenas, a volver a ser, como si el tiempo no hubiera transcurrido, pues se detuvo en el mismo instante en el que te marchabas.

           Hoy no hay desasosiego, solo ataraxia. Miro el contorno, las colinas, los arroyos, y todo vuelve a levantarse como era antes, como si Lázaro resucitase de nuevo a la voz de Cristo que le dice que salga fuera del sepulcro. Así mis ojos, que descubren, mis oídos, que vuelven a oír los cantos perdidos, mi lengua, que habla otra vez el mismo lenguaje que está escrito hasta los confines de Almar.

          Ya te dejo, no te canso, ciega la vista, apaga el mundo, mira en tus adentros, trata de regresar. 
           Siempre tuyo

Fernando Alda




            

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