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lunes, 26 de abril de 2021

Querido lector, 18 / El pudridero

 


            Querido lector:


            En ocasiones sueño, aún a riesgo de entrar en un bucle peligroso, en el que la nostalgia y la melancolía van a partes iguales, con aquellos tiempos en los que no existía la sociedad de consumo y en los que las relaciones personales se realizaban cara a cara y no en las redes sociales tecnológicas. Son los tiempos de la cultura antigua, en los que todavía no habíamos pretendido matar a Dios y en los que existían verdades tangibles, pues no nos perdíamos en las volutas de humo del relativismo, como ocurre ahora, tan empeñados como llevamos ya algunos siglos mirándonos nuestro ombligo, que está tan poco aseado y luce feo, pretendiendo tapar con uno de nuestros dedos la luz del sol. Se que eso ya no es posible, tan inmersos como estamos ahora en los fuegos de artificio que nos hemos creado, con nuestros paraísos imposibles, metidos de patas en la cadena de montaje, en la producción, en el tener y en el acumular, pobres hormigas que ya no miran para contemplar el cielo azul sobre sus cabezas. Es el perpetuo desasosiego tecnológico.

              Me preguntas por el panorama literario, tanto da si es nacional o internacional, y te confieso que poco o nada sabría contestarte, salvo que en el país de los ciegos el tuerto es  el "marketing", esa palabreja importada que aplicamos para todo en nuestras vidas, como si de una panacea se tratase, para nuestros ocios y negocios, hasta para ser y para mirarnos al espejo de la conciencia, a la que vendemos lo que queremos vender, hasta para bucear en nuestros adentros que, mucho me temo, cada vez se parecen más a un plató de televisión, en el que todo es mentira y está orquestado, que no deja de ser, en el fondo, el retablillo de Maese Pedro, en el que se representan nuestras míseras vidas o lo que creemos son nuestras vidas y otros manejan a su antojo haciéndonos creer, desde la ideología que nos han inoculado, sea del signo que sea, que nos pertenecen. Ahora todo se reduce a política, de la más barata y rastrera, y consumo, es decir, la zanahoria con la que nos hacen mover para tener cosas que no necesitamos. Otro tanto ocurre con las creencias. Aunque en cuanto a la primera nos queda el consuelo, magro, eso sí, de que ya en tiempos del gran Pericles era de este modo. Y no puedo menos que sonreír, no sin cierta malicia.

              Volviendo a la literatura, ocurre lo mismo. Nos venden y nos hacen comprar libros que no necesitamos, en la creencia de que si no los compramos o leemos, no alcanzaremos el nirvana, ni estaremos a la última de lo que ocurre en el Parnaso. Son intereses creados, voluntades dirigidas, cegueras permanentes, la hojarasca que oculta la verdadera belleza, la industria cultural, como se dice ahora en estos tiempos en los que todo es industrial y lo artesano es un bibelot de la modernidad o de la postmodernidad, a elegir, que colocamos, como un trofeo inservible, en una estantería.

            De momento, el engaño parece que nos sirve, aunque luego viene la muerte, al final del trayecto, y suele colocar todo en su sitio, incluso la grasa cultural y social acumulada a lo largo de los años, que termina siendo pasto de los gusanos, y en los grandes cementerios, y hasta en los pequeños, solo queda la huesa, monda y lironda, o las cenizas en una urna higiénica, de esas que también se pueden tener en una estantería, en vez de en un columbario, dependiendo de las ideas, que no son lo mismo que las creencias, de aquellos que quieran o no conservar los restos del naufragio.

             Disculpa, mi querido amigo, estos exabruptos, que lo son, pues hoy parece que me hubiese asomado por alguna ventana secreta en algún cuadro de Valdés Leal, alguno de los que pintara en la iglesia del Hospital de la Caridad, en Sevilla, esos que se denominan "jeroglíficos de las postrimerías" y que son la muestra de en qué terminan las vanidades y glorias mundanas, que son términos que ya no usamos, pues tanto hemos abandonado estos conceptos y las riquezas del lenguaje que los definen. En el fondo y en la forma, como se dice en el Eclesiastés por Qohelet, todo es vanidad de vanidades, pura vanidad, una gusanera, por aquello de que nos hemos olvidado de que solo Cristo, que venció a la muerte, es el único que nos salva de estas polvaredas que remueve el viento a su paso inmisericorde, y que las pompas y los fastos, incluso cuando se aplican a los cadáveres, terminan por pudrirse y por desprender hedor, el "foetor cadavericus" del que habla José Jiménez Lozano en Historia de un otoño. Ya Quevedo, en uno de sus barrocos intentos poéticos, pretendía que si el amor había sido muy grande el amante sería, tras la muerte, polvo enamorado, pero se le olvidaba que la vida se abona y renace con todo aquello que resulta escrementicio, y al polvo le quedaría un aire inerte en el que resultaría difícil reconocer las artes amatorias pregonadas. Puede que Quevedo se pasase de frenada.

            Desde niño hay un lugar en España que siempre me ha producido terror. No es otro que las dos estancias que componen el Pudridero que hay en el Real Monasterio de El Escorial, que se utiliza para momificar los cadáveres de los reyes. Siempre me ha parecido, especialmente desde niño, como un lugar misterioso, allí donde el muerto se abandona y se enfrenta a la propia muerte, en la más absoluta soledad, en la profundidad y la tiniebla, aislado totalmente del mundo, sin siquiera visitas o un ramo de flores, para pasar, como ha ocurrido siempre, a una eternidad de cartón piedra, de mentira, pues el cuerpo, y lo sabemos bien desde los egipcios, no tiene mucha utilidad pese a nuestros empeños por conservarlo y salvarlo de la voracidad de los insectos. Prefiero esperar la resurrección gloriosa. Y es que a mí el Pudridero se me parecía como la Laguna Estigia, como el Sheol, un lugar  al que podías llegar en vida y en el que no había esperanza, como dice Dante de su infierno. Y me imaginaba aquello como el lugar más terrorífico que uno imaginarse pudiera.

         Pero dejemos ya estas digresiones. Perdona, no obstante, mi crudeza. En ocasiones hay que hablar por lo directo, para no perder la Polar. Allá cada cual con el grado de lucidez con el que quiera vivir. El cielo parece hoy empedrado de planchas de plomo. Ha llovido durante la noche y el jardín de casa, pese a la poca luz que reina en el día, se muestra hermoso, con las primeras lilas, blancas en este caso, que han brotado y nos ofrecen toda su magia. Para las rosas habrá de venir mayo, con algo más de calor en esta Ávila mía que se resiste a dejar de ser invierno. Pese a todo cuanto ocurre, tenemos que vivir y resistir y, ciertamente, solemos ser resistentes a la adversidad, tal la primavera.

        Pasaré el resto del día regresando, como Antonio Colinas, por supuesto, de su brazo, a Petavonium, Leyendo en las piedras, pues parece que el recuerdo es la única vía de escape que nos va quedando ante tanta desgracia  y tanta fealdad como nos oprime el alma en medio de este paisaje industrial, tan deshumanizado y frío, que tratamos de ocultar con trampantojos.

        Que sigas siendo muy feliz. Tuyo

Fernando Alda



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