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martes, 12 de abril de 2022

Las alas de Ícaro, 17

 


XVII




Has dejado la chaqueta sobre 

el respaldo de una silla,
sabiendo que hay un momento
en el que las lágrimas ya no crecen
en los ojos, sino en los tuétanos.
Es como si el dolor ya no fuese dolor,
solo una tristeza muy antigua
que te habita por dentro y que duerme
intranquila en las alcobas del alma,
con un sueño de libélulas en llamas,
de cínifes ahogados en un vaso
con agua que te dan a beber
cuando tienes sed.
Te has sentado en la silla y has abierto
la ventana. El día no se decide.
Enfrente, alguien tiende la ropa
en una cuerda, esperando el sol que habrá
de venir a este patio de luces
ciegas, de párpados sin esperanza,
de gas mortal.
No hay flores en el alféizar
que contemplas, solo una melancolía
de árbol seco, que se derrama
por los muros desconchados,
como si lloviese.
Han llamado despacio a la puerta
de este cuarto en el que sobrevives
al desaliento. Preguntan por tí.


Fernando Alda

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