XVIII
Como cada mañana,
te vistes lentamente,
esperando una sorpresa
que sabes de sobra no habrá.
Dejas en el espejo las trazas
desleídas en tu rostro
que ya no muestra asombro,
una mirada de lluvia,
las canas entre las que se ve el cartón
de la piel, el poso de la resignación.
En el madroño del jardín
han comenzado a cuajarse los primeros
frutos y la lagerstroemia
hace tiempo que no sabe lo que son sus flores.
Sales a la calle, a la intemperie,
sin afán determinado,
en esa rutina que mueve el corazón,
tan gris, tan esperable,
como el heno de los altos prados
de la montaña que sabe será segado,
almacenado en los almiares.
Te subes el cuello de la chaqueta,
como si tuvieses frío,
pero es soledad lo que sientes,
calados los huesos de un abandono
sin memoria,
como sabiendo que no vas a reaccionar,
acaso para ir, desnudo como viniste
al mundo, al matadero
en el que muere siempre la inocencia
en silencio.
Fernando Alda
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