de sueño que esconde estas calles,
la libertad de tocar el cielo
con la punta de los dedos,
respirando despacio,
tal vez Lisboa, allí donde el Tajo
enamorado besa el mar
y se hace grande,
cuando un fado muy triste
suena en la voz de una mujer
vestida de soledad y aurora,
y en el pecho me arde,
tal un lirio de fuego,
un dolor antiguo.
Puede que no regrese,
que no vuelva jamás,
con estas aguas que ahora
se llevan las derrotas de mi vida,
pero estaré allí siempre,
con un poema en los labios,
y un cálamo de niebla o un clavel
para escribir estas ausencias
entre las lágrimas.
Fernando Alda
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