Nos ardía el corazón
tras
el encuentro, en el camino
y en la atardecida, en Emaús,
eternamente, cuando en la noche
la memoria esparcía sus ascuas
ante nuestros ojos y era el alma
un cañaveral en llamas,
y mirábamos más allá
de las estrellas y del fuego.
Quisiéramos ahora volver al sendero,
ya siempre Él con nosotros,
vivos en el viento,
como si siempre fuese la primera
aurora. Ahora lo entendimos,
pese a la amenaza de la muerte
y de lo oscuro. Nunca más el gusano
del desasosiego,
abierta la ventana
desde la que esperar la lluvia y la luz,
y la esperanza.
y en la atardecida, en Emaús,
eternamente, cuando en la noche
la memoria esparcía sus ascuas
ante nuestros ojos y era el alma
un cañaveral en llamas,
y mirábamos más allá
de las estrellas y del fuego.
Quisiéramos ahora volver al sendero,
ya siempre Él con nosotros,
vivos en el viento,
como si siempre fuese la primera
aurora. Ahora lo entendimos,
pese a la amenaza de la muerte
y de lo oscuro. Nunca más el gusano
del desasosiego,
abierta la ventana
desde la que esperar la lluvia y la luz,
y la esperanza.
Fernando Alda
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