Una luminosa tarde de julio,
entre
las últimas rosas,
encontré tus huesos,
el oro viejo que aún dormía
pegado a ellos,
Almar, como las almas
que llevas y han recorrido el tránsito
entre las penumbras del mundo.
Es tu abrazo un claroscuro,
el tenebrismo en el pincel del Caravaggio,
el trozo de antracita
con el que el niño pinta
una pared recién encalada.
Hacia el oeste, la voluntad,
desde la sierra, buscando los aires
altos y el ondular de los trigales,
bajo el cenit de los cielos.
encontré tus huesos,
el oro viejo que aún dormía
pegado a ellos,
Almar, como las almas
que llevas y han recorrido el tránsito
entre las penumbras del mundo.
Es tu abrazo un claroscuro,
el tenebrismo en el pincel del Caravaggio,
el trozo de antracita
con el que el niño pinta
una pared recién encalada.
Hacia el oeste, la voluntad,
desde la sierra, buscando los aires
altos y el ondular de los trigales,
bajo el cenit de los cielos.
Fernando Alda
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