Hola a todos los lectores de mi padre. Hoy él me ha cedido una entrada de su blog para compartir con vosotros una pequeña muestra de mi humilde escritura. Antes de proceder con el relato, me gustaría hacer unas aclaraciones sobre éste. Para escribirlo, me inspiré en las hermanas Brontë, unas escritoras que han sido un gran descubrimiento para mi escritura y que me han fascinado con su prosa y sus historias. Este relato comenzó cuando me encontré con un dibujo de Charlotte de su hermana Anne a los 19 años. Después de eso, tuve la idea de escribir esta historia, en la que he procurado introducir referencias a las tres. Espero que disfrutéis de ello y que, a los que no os habéis animado a descubrir a estas increíbles mujeres, os animéis a darles una oportunidad.
Elvira Alda Peñafiel
Un
corazón destrozado puede llegar a ser tan fiero como un mar
embravecido por tormentas. A sus veintitrés años, Carter Sullivan
nunca habría podido vaticinar el día que se unió en matrimonio que
estaba conduciéndose por el sendero de su perdición. La señora
Sullivan había sido una mujer con un encanto sobrenatural y un
talento para rendir a sus pies al más orgulloso de los hombres. Era
un don que no todas las de su sexo manejaban con tanta soltura y
elegancia como ella. Fue por eso que, al final de la temporada en
Londres, el señor Sullivan se había sumado al resto de
pretendientes con su proposición de matrimonio, convirtiéndose en
el más dichoso con su afirmativa respuesta. Quién habría dicho que
en el transcurso de un año se vería siendo apartado de ella por el
espectro de la tuberculosis.
Fueron
días de un profundo desconsuelo los que oscurecieron la luz que
había resplandecido en sus ojos. Carter no hallaba escape a su
tormento, tan cruel y desgarrador que abría heridas en su alma
incapaces de cicatrizar. Trataba de disuadirlo asistiendo a bailes y
festejos, en vano. Alcanzó tal punto la situación que decidió
alejarse de su hogar en Hertfordshire lo más posible, huyendo del
recuerdo de su difunta esposa, hasta llegar a la costa de Cornualles.
Allí adquirió una propiedad a dos millas de la ciudad de Truro,
bautizada con el nombre de Blackthorne. Entre aquellos imponentes
muros hizo inconmesurables esfuerzos por curar su malherido corazón,
pero los fantasmas del pasado lo aprisionaban en aquella agonía
sempiterna, mientras los cuervos de la débil humanidad lo devoraban
lenta y tortuosamente.
Su
vida en Blackthorne se había limitado a vagar por los pasillos y
luchar contra sus anhelos de recuperar a su esposa y contra el
insomnio, todo ello aislado en la más silenciosa soledad. Hubo una
noche en la que creyó morir asfixiado por su propia desazón, por lo
que, impulsado por la sensación de no poder soportar más el peso de
su alma, salió corriendo de aquella lúgubre casa, dirigiéndose
hacia donde sus piernas lo llevaran, sin parase a pensar en la
tempestad que se estaba desatando en el exterior, pues solo ansiaba
respirar aire fresco y sentir que aún seguía vivo.
Su
carrera le encaminó hasta una playa próxima en la que el mar
pugnaba impetuoso contra las paredes de los acantilados. La lluvia
empapaba sus oscuros cabellos y el viento azotaba sus mejillas. Se
acercó a una distancia peligrosa a la poco distinguible orilla y, a
voz en grito, cayó de rodillas al suelo y lamentó dolorosamente la
muerte de su esposa.
-¡Oh,
fatal desventura! ¿Cómo seré capaz de soportarlo? ¡No puedo vivir
sin mi vida, no puedo vivir sin mi alma!
Lo
que él no sabía era que sus clamores llegaban a los oídos de una
misteriosa presencia en aquella playa, la cual acudió a su lado a
interesarse por su angustia. Siendo interrumpido su llanto por una
voz desconocida, el señor Sullivan se giró y observó a la persona
que tenía a su izquierda. Era una joven mujer de facciones
delicadas, oculta bajo una nívea capa y ataviada con un sencillo
vestido del mismo color. Bajo la capucha asomaban unos rizos castaños
y unos azulados ojos con expresión preocupada.
-¿Puedo
ayudaros en algo, señor?
-No
creo que haya nada que podáis hacer para aliviar mi alma, salvo
atraer a las olas para que me arrastren a las profundidades del mar y
acaben de una vez con mi sufrimiento.
-No
se lo aconsejaría; el agua está muy fría y la falta de aire es
poco agradable.
-¿Y
cómo sabe usted eso?
-Es
algo fácil de intuir observando el temporal. ¿Sabe, señor? Se
pueden aprender muchas cosas mediante la observación.
Carter
se incorporó y siguió a la mujer a un lugar más apartado y seguro
de la orilla, refugiados tras unas rocas. Habiéndose serenado
medianamente y acomodado sobre la arena, preguntó a su interlocutora
por su nombre.
-Mi
nombre es Anne Tyson, pero, le ruego por favor que me llame
simplemente Anne.
Él,
asimismo, le concedió que se dirigiera a él de manera informal.
Averiguó que vivía cerca de aquella playa (o eso creía, ya que no
le quedaba más remedio que fiarse de su palabra) y que acudía a
ella para pasear todas las noches. Luego, le llegó el turno de
explicarse y narrarle todos los trágicos acontecimientos que le
habían llevado hasta aquel momento. En ese instante, la serenidad
se evaporó y afloraron los lastimosos sentimientos.
-No
le pido que se compadezca de mi pobre alma, porque no creo que sea
merecedora de un mínimo ápice de afecto. La heridas de mi corazón
sangrarán hasta mi último suspiro, y no tendré capacidad para
sentir agradecidimento por su amabilidad ni por cualquiera que me la
muestre.
-Vamos,
no sea usted tan severo consigo mismo. Comprendo la magnitud de su
tristeza, pues yo también la experimenté cuando mi madre abandonó
este mundo. Y, además, considero que estáis completamente
equivocado en cuanto a su corazón.
Carter
siempre había sido un hombre bastante obstinado, por lo que, cada
vez que alguien lo contradecía, se ofendía terriblemente. Y aquella
ocasión no iba a ser menos.
-¿Cómo
puede pensar que estoy equivocado cuando mis sentimientos son tan
veraces? ¿Acaso puede apreciarlos arraigándose en mi pecho? ¿Acaso
mi piel es un fino cristal y puede verlos retorcerse en mis carnes?
-Un
corazón humano tiene muchas habilidades, entre ellas está la de
engañar a su dueño y engañarse a sí mismo. Sin embargo, también
tiene la habilidad de curarse, pero necesita tiempo. Y, si no se lo
dais, entonces no tendrá medios para restablecerse. Debéis ser
paciente y permitir que sus heridas sanen.
Ante
la sorpresa de Carter ella sonrió amablemente. Después de estas
palabras, los dos permanecieron un rato más conversando, Carter
relatando sus penas y Anne escuchando atentamente. Para pesar suyo,
Anne tuvo que despedirse de Carter y marcharse, pero sin antes
haberle ofrecido la propuesta de que viniera a la playa por la noche
cada vez que quisiera o necesitara hablar con ella, o ambas.
Carter
se fue a casa con una placentera sensación de alivio que llevaba
meses persiguiendo. Aquella chica, Anne, había apaciguado los
vientos que agitaban su interior con su calma y docilidad, por lo
menos durante un breve tiempo, porque estaba convencido de que sus
tormentos regresarían.
A
la mañana siguiente de los acontecimientos, Carter se cruzó por los
pasillos de Blackthorne con su ama de llaves, la señora Hemsley,
quién estaba al borde de un ataque de nervios por la repentina
escapada de su señor a altas horas de la noche, y le hizo saber su
intranquilidad con sus quejas y su descontento. Al joven señor
Sullivan no le importunaron tales reclamaciones, pero, dejando de
lado su aventura, preguntó a la señora Hemsley por una tal señorita
Tyson, por si la conocía de Truro o de los alrededores de la zona,
incluyendo una detallada descripción de sus rasgos y vestimenta.
-Lo
siento, señor, pero no conozco a la dama de la que me estáis
hablando.
De
la misma manera o de alguna parecida sucedió con el resto de
criados; nadie en todo Blackthorne sabía quién era la mujer de la
playa. Esto no causó desilusión alguna en Carter, pues tenía
planeado volver a verla en cuanto el sol se ocultara tras el
horizonte. Ya averiguaría más sobre ella en adelante.
***
Unas
sencillas palabras pueden resultar bálsamo para las magulladuras,
sobre todo si nacen del más sincero y tierno aprecio y son liberadas
con la sutileza de una voz colmada de gentileza. Carter había
descubierto este hecho en la misteriosa mujer de la playa. Los meses
habían ido transcurriendo con la volatividad de la brisa,
delicadamente placenteros, en compañía de Anne. El dolor que antaño
lo había atormentado había sido apaciguado prácticamente, como
ella había predicho, gracias a su consuelo y atención. Se había
convertido en costumbre visitarla durante las noches en la playa
para, en un principio, que fueran escuchadas y comprendidas sus
tragedias y, posteriormente, por la intriga que le causaba su
enigmática esencia.
Poco
a poco, habían ido explorando los interiores de cada uno, aunque
Carter no tanto como habría deseado. Mientras que él le había
contado todos sus intereses y aventuras, de ella y su pasado no había
averiguado nada. Sin embargo, ella le había expresado muchos de sus
gustos, entre ellos su peculiar admiración por las personas, cosa
que podía parecer extraña al oírla formularse de tan curiosa
manera e incomprensible sin ninguna explicación.
-Me
gusta observar a las personas que vienen a esta playa desde la
lejanía, aprender de sus vidas, sus aficiones, sus anécdotas y las
cosas que más les desagradan, y ver a la maravillosa Felicidad
colmando sus corazones. La alegría de los otros es la mía, y no
necesito nada más. En muchas ocasiones, acuden a la playa infinidad
de almas destrozadas, y siento en mi deber ayudarlos a buscar de
nuevo esa mínima razón de regocijo que a veces se esconde en lo más
profundo de nosotros.
“Algunos
piensan que es imposible hallar de nuevo ese gozo, pues el temor de
adentrarse entre las sombras internas les incita a rendirse. Pero no
debes olvidar que esa felicidad nunca desaparece, sigue ahí, entre
la oscura tristeza, y debes tener valor para volver a encontrarla. Y
ese valor es más fácil de sacar a la luz si tienes un hombro amigo
en el que apoyarte, y considero que el mío fue perfectamente
moldeado para ello. Además, ¿ que hay más hermoso en este mundo
que entregar tu vida al bien de los demás?
A
Carter no le podían fascinar más su pureza y bondad. Jamás habría
llegado a imaginar que conocería a una persona así. Y tampoco
habría podido prever que todas estas cualidades lo cautivarían
hasta el extremo de rozar la insania. Los meses anteriores los había
pasado entre suspiros y anhelos, para incomprensión de sus
sirvientes, rogándole al sol que cediera su paso a la noche para
reunirse con el motivo de su nueva felicidad y deleitarse con el
encanto de su voz o el embeleso de su sonrisa. Y así, aquella noche
que parecía ser igual que las anteriores, sucedió lo siguiente.
Después
de un largo paseo por la orilla y una animada charla, Carter giró
sobre sí mismo hasta quedar su mirada en contacto con la de Anne.
Puso toda la fuerza de su ser en expresarle con el brillo de sus
pupilas el fuego que lo consumía por dentro.
-¿Sucede
algo?- preguntó Anne, con cierta inquietud en el tono.
-Oh,
Anne, he callado ya por demasiado tiempo. Ha sido una batalla perdida
y he acabado subyugándome a mi más dulce enemigo. Permíteme la
insolente osadía de declararte cúan ardiente es mi amor por ti.
La
joven quedó petrificada ante la confesión, a pesar de que ya
llevaba tiempo intuyendo que sucedería de manera inminente, debido a
la cercanía que profesaba su amigo en los últimas semanas. Carter
hizo el ademán de aproximarse a ella, recibiendo su rechazo y
manteniendo una distancia prudente.
-Esto
ha sido culpa mía; no debí hacer esto. Carter, no puedo
corresponder a tus sentimientos; te arrastraría de nuevo a la
tristeza y lamentarías tan grave error.
Anne
le dio la espalda, dándole la espalda a un anonadado Carter, que no
alcanzaba a entender su respuesta.
-No
pasará nada de eso. Por favor, atiende mi súplica y concédeme el
honor de garantizar tu dicha por el resto de tu vida.
-No,
no puedo hacerlo...
-Medité
sobre tu idea de entregarse a los demás, y estoy íntegramente
dispuesto a entregarme a ti para ello. Mi corazón, mi cuerpo y todo
mi ser te pertenecen. Son completa y absolutamente tuyos.
Súbitamente,
amargas lágrimas comenzaron a deslizarse por las mejillas de Anne.
Carter no supo cómo reaccionar, limitándose a contemplarla mientras
llevaba a cabo una resistencia interna para que su fortaleza no se
derrumbara. Finalmente, ella se secó las lágrimas y dijo que, por
su bien, aquella sería la última vez que se encontrarían en la
playa, que no volvería a verla nunca más, lo que entristeció
enormemente a Carter. Le hizo saber que siempre permanecería a su
lado, dejándolo aún más confuso de lo que ya estaba. La insistente
negativa de Carter no bastó para detenerla. En un mínimo instante
en el que Carter cerró los ojos para reprimir el llanto y volvió a
abrirlos para buscar en su rostro un ínfimo atisbo de esperanza,
Anne desapareció inexplicablemente de la playa y, asimismo, de su
vida. Los sucesos posteriores fueron como una reminiscencia,
degradándose precipitadamente en la desolación.
Perdida
la causa de su felicidad, terminó por aislarse dentro de su
dormitorio, sin comer, sin beber, balanceándose en el borde del
abismo de la locura. Nunca un dolor fue tan cruel, ni un rechazo tan
despiadado. Fue la espada que traspasó su corazón, las fauces de la
bestia que lo despedazaron, su más hiriente anhelo. Y jamás, jamás
un ser humano en este mundo clamó, suplicó, exclamó e imploró
por su igual más amado. La señora Hemsley y los demás sirvientes
estaban desconcertados ante el desasosiego de su señor, sin hallar
medios eficaces que lo levantaran de nuevo. No hubo habitante en
Truro que no comentara el lamentable estado del desventurado
Sullivan, extendiéndose el cotilleo por toda la costa de Cornualles.
Optando
Carter por dejarse arrastrar por la demencia, otra noche más que
acarreaba fatalidades, expulsó a los criados de la casa con furiosas
amenazas y, despreciando todo cuanto lo rodeaba, arrojó su candil a
las cortinas del salón, de este modo prendiéndolas y provocando un
fuego que se propagaba de manera vertiginosa. A duras penas logró
salir de la propiedad y huir desesperado, dejando atrás a los
majestuosos muros siendo calcinados por las llamas. Su espíritu,
ahora perturbado, lo guió hasta la misma playa donde conoció a
Anne. Se paró en uno de los múltiples acantilados y, jadeante,
observó el mar a su frente, totalmente calmado, contrariamente a él.
Y,
alzando la vista hacia el cielo, con la luna como testigo y la mirada
compasiva de miles de estrellas vigilándolo, bramó al viento todas
sus penas:
-¡Oh,
desgracia de mi alma! ¡No puedo resistir más este suplicio! ¿Por
qué tuviste que abandonarme? Ahora deambulo como muerto en vida, sin
más ambición que la de tus ojos. ¡Oh, Anne, espejo de aflicción,
no dejes que se corrompan mis entrañas! Me desangro en millones de
lágrimas, mis venas se pudren, mi piel es arrancada a pedazos, mi
espíritu se marchita. Acude a mi llanto y vuelve a arroparme con tu
aliento. ¿Cómo podré hallar la felicidad si mi estrella no me
ilumina en la penumbra? ¡Amada mía, etérea pasión, vuelve a mis
brazos y no me condenes para el resto de mi existencia!
Su
discurso fue interrumpido por varios de sus criados que, alertados
por el incendio, habían ido a rescatarlo, encontrándolo en tan mal
estado por el camino. Por mucho que forcejeó, Carter no consiguió
zafarse de los sirvientes, deshaciéndose en gritos y lamentos.
Finalmente, a causa de tantos esfuerzos y tensiones, se rindió y
dejó que lo llevaran a Truro, donde el médico lo acogió en su
casa, y allí se quedó dormido. Cuando despertó por la mañana, el
médico lo estuvo interrogando por la razón de sus males para
realizar un diagnóstico, a lo que Carter, abatido, respondió:
-Mi
único pesar tiene nombre, señor, y es Anne Tyson.
-¿La
señorita Tyson?-dijo el médico, y Carter se sorprendió al ver que
alguien al fin sabía de quién se trataba- Debe estar usted
equivocado. Es imposible que sea ella.
-Le
aseguro que era ella- y se la describió minuciosamente.
-Le
repito que es imposible que sea ella; su padre era un gran amigo mío,
pero se marchó de aquí después de la tragedia.
-¿Qué
tragedia?
-La
señorita Tyson, su única hija, murió hace más de diez años,
arrastrada por una enorme ola en una noche de tormenta.
En
aquel breve instante, el cielo se oscureció. Se avecinaba una nueva
tormenta. La tormenta interior de Carter, que acabaría por enterrar
el último rastro de esperanza. El último rastro de Anne.
Gracias Elvira, por compartir tu relato. Me ha gustado mucho, Transpira ambiente Brönte por todos lados.
ResponderEliminarA mí las hermanas Brönte también me han subyugado con sus historias, sus ambientes y su estilo.
Sigue así... y sobre todo disfruta de tu escritura. Un beso.
Fernando, que gusto tener una heredera del arte de escribir.
Un beso enorme 😘
Hola, Mayte. Es cierto que es un gusto tener una heredera en el arte de escribir. Me alegra mucho saber que el relato de Elvira te ha gustado. Un besazo
EliminarFantástico Elvira!!!!! Me ha encantado! Tienes un talento y una sensibilidad inmensas. Eres una escritora en ciernes! Sigue escribiendo mucho!
ResponderEliminarMuchísimas gracias en nombre de Elvira. Abrazos
EliminarEsta niña se nos hace mayor. La forma de escribir desprende esa madurez intelectual que esta alcanzando. Enhorabuena a ambos, a Elvira por mejorar, madurar y seguir aprendiendo cada día y al orgulloso padre por ser ejemplo. Me ha encantado. Sigue así preciosa. Mil besos
ResponderEliminarClaro que sí, Ana. Estoy muy orgulloso de Elvira,que llegará lejos. Para eso se prepara. Mil besos
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