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domingo, 19 de enero de 2020

Anne

   
   

      Hola a todos los lectores de mi padre. Hoy él me ha cedido una entrada de su blog para compartir con vosotros una pequeña muestra de mi humilde escritura. Antes de proceder con el relato, me gustaría hacer unas aclaraciones sobre éste. Para escribirlo, me inspiré en las hermanas Brontë, unas escritoras que han sido un gran descubrimiento para mi escritura y que me han fascinado con su prosa y sus historias. Este relato comenzó cuando me encontré con un dibujo de Charlotte de su hermana Anne a los 19 años. Después de eso, tuve la idea de escribir esta historia, en la que he procurado introducir referencias a las tres. Espero que disfrutéis de ello y que, a los que no os habéis animado a descubrir a estas increíbles mujeres, os animéis a darles una oportunidad.

Elvira Alda Peñafiel


Un corazón destrozado puede llegar a ser tan fiero como un mar embravecido por tormentas. A sus veintitrés años, Carter Sullivan nunca habría podido vaticinar el día que se unió en matrimonio que estaba conduciéndose por el sendero de su perdición. La señora Sullivan había sido una mujer con un encanto sobrenatural y un talento para rendir a sus pies al más orgulloso de los hombres. Era un don que no todas las de su sexo manejaban con tanta soltura y elegancia como ella. Fue por eso que, al final de la temporada en Londres, el señor Sullivan se había sumado al resto de pretendientes con su proposición de matrimonio, convirtiéndose en el más dichoso con su afirmativa respuesta. Quién habría dicho que en el transcurso de un año se vería siendo apartado de ella por el espectro de la tuberculosis.

Fueron días de un profundo desconsuelo los que oscurecieron la luz que había resplandecido en sus ojos. Carter no hallaba escape a su tormento, tan cruel y desgarrador que abría heridas en su alma incapaces de cicatrizar. Trataba de disuadirlo asistiendo a bailes y festejos, en vano. Alcanzó tal punto la situación que decidió alejarse de su hogar en Hertfordshire lo más posible, huyendo del recuerdo de su difunta esposa, hasta llegar a la costa de Cornualles. Allí adquirió una propiedad a dos millas de la ciudad de Truro, bautizada con el nombre de Blackthorne. Entre aquellos imponentes muros hizo inconmesurables esfuerzos por curar su malherido corazón, pero los fantasmas del pasado lo aprisionaban en aquella agonía sempiterna, mientras los cuervos de la débil humanidad lo devoraban lenta y tortuosamente.

Su vida en Blackthorne se había limitado a vagar por los pasillos y luchar contra sus anhelos de recuperar a su esposa y contra el insomnio, todo ello aislado en la más silenciosa soledad. Hubo una noche en la que creyó morir asfixiado por su propia desazón, por lo que, impulsado por la sensación de no poder soportar más el peso de su alma, salió corriendo de aquella lúgubre casa, dirigiéndose hacia donde sus piernas lo llevaran, sin parase a pensar en la tempestad que se estaba desatando en el exterior, pues solo ansiaba respirar aire fresco y sentir que aún seguía vivo.

Su carrera le encaminó hasta una playa próxima en la que el mar pugnaba impetuoso contra las paredes de los acantilados. La lluvia empapaba sus oscuros cabellos y el viento azotaba sus mejillas. Se acercó a una distancia peligrosa a la poco distinguible orilla y, a voz en grito, cayó de rodillas al suelo y lamentó dolorosamente la muerte de su esposa.

-¡Oh, fatal desventura! ¿Cómo seré capaz de soportarlo? ¡No puedo vivir sin mi vida, no puedo vivir sin mi alma!

Lo que él no sabía era que sus clamores llegaban a los oídos de una misteriosa presencia en aquella playa, la cual acudió a su lado a interesarse por su angustia. Siendo interrumpido su llanto por una voz desconocida, el señor Sullivan se giró y observó a la persona que tenía a su izquierda. Era una joven mujer de facciones delicadas, oculta bajo una nívea capa y ataviada con un sencillo vestido del mismo color. Bajo la capucha asomaban unos rizos castaños y unos azulados ojos con expresión preocupada.

-¿Puedo ayudaros en algo, señor?

-No creo que haya nada que podáis hacer para aliviar mi alma, salvo atraer a las olas para que me arrastren a las profundidades del mar y acaben de una vez con mi sufrimiento.

-No se lo aconsejaría; el agua está muy fría y la falta de aire es poco agradable.

-¿Y cómo sabe usted eso?

-Es algo fácil de intuir observando el temporal. ¿Sabe, señor? Se pueden aprender muchas cosas mediante la observación.

Carter se incorporó y siguió a la mujer a un lugar más apartado y seguro de la orilla, refugiados tras unas rocas. Habiéndose serenado medianamente y acomodado sobre la arena, preguntó a su interlocutora por su nombre.

-Mi nombre es Anne Tyson, pero, le ruego por favor que me llame simplemente Anne.

Él, asimismo, le concedió que se dirigiera a él de manera informal. Averiguó que vivía cerca de aquella playa (o eso creía, ya que no le quedaba más remedio que fiarse de su palabra) y que acudía a ella para pasear todas las noches. Luego, le llegó el turno de explicarse y narrarle todos los trágicos acontecimientos que le habían llevado hasta aquel momento. En ese instante, la serenidad se evaporó y afloraron los lastimosos sentimientos.

-No le pido que se compadezca de mi pobre alma, porque no creo que sea merecedora de un mínimo ápice de afecto. La heridas de mi corazón sangrarán hasta mi último suspiro, y no tendré capacidad para sentir agradecidimento por su amabilidad ni por cualquiera que me la muestre.

-Vamos, no sea usted tan severo consigo mismo. Comprendo la magnitud de su tristeza, pues yo también la experimenté cuando mi madre abandonó este mundo. Y, además, considero que estáis completamente equivocado en cuanto a su corazón.

Carter siempre había sido un hombre bastante obstinado, por lo que, cada vez que alguien lo contradecía, se ofendía terriblemente. Y aquella ocasión no iba a ser menos.

-¿Cómo puede pensar que estoy equivocado cuando mis sentimientos son tan veraces? ¿Acaso puede apreciarlos arraigándose en mi pecho? ¿Acaso mi piel es un fino cristal y puede verlos retorcerse en mis carnes?

-Un corazón humano tiene muchas habilidades, entre ellas está la de engañar a su dueño y engañarse a sí mismo. Sin embargo, también tiene la habilidad de curarse, pero necesita tiempo. Y, si no se lo dais, entonces no tendrá medios para restablecerse. Debéis ser paciente y permitir que sus heridas sanen.

Ante la sorpresa de Carter ella sonrió amablemente. Después de estas palabras, los dos permanecieron un rato más conversando, Carter relatando sus penas y Anne escuchando atentamente. Para pesar suyo, Anne tuvo que despedirse de Carter y marcharse, pero sin antes haberle ofrecido la propuesta de que viniera a la playa por la noche cada vez que quisiera o necesitara hablar con ella, o ambas.

Carter se fue a casa con una placentera sensación de alivio que llevaba meses persiguiendo. Aquella chica, Anne, había apaciguado los vientos que agitaban su interior con su calma y docilidad, por lo menos durante un breve tiempo, porque estaba convencido de que sus tormentos regresarían.

A la mañana siguiente de los acontecimientos, Carter se cruzó por los pasillos de Blackthorne con su ama de llaves, la señora Hemsley, quién estaba al borde de un ataque de nervios por la repentina escapada de su señor a altas horas de la noche, y le hizo saber su intranquilidad con sus quejas y su descontento. Al joven señor Sullivan no le importunaron tales reclamaciones, pero, dejando de lado su aventura, preguntó a la señora Hemsley por una tal señorita Tyson, por si la conocía de Truro o de los alrededores de la zona, incluyendo una detallada descripción de sus rasgos y vestimenta.

-Lo siento, señor, pero no conozco a la dama de la que me estáis hablando.

De la misma manera o de alguna parecida sucedió con el resto de criados; nadie en todo Blackthorne sabía quién era la mujer de la playa. Esto no causó desilusión alguna en Carter, pues tenía planeado volver a verla en cuanto el sol se ocultara tras el horizonte. Ya averiguaría más sobre ella en adelante.

***

Unas sencillas palabras pueden resultar bálsamo para las magulladuras, sobre todo si nacen del más sincero y tierno aprecio y son liberadas con la sutileza de una voz colmada de gentileza. Carter había descubierto este hecho en la misteriosa mujer de la playa. Los meses habían ido transcurriendo con la volatividad de la brisa, delicadamente placenteros, en compañía de Anne. El dolor que antaño lo había atormentado había sido apaciguado prácticamente, como ella había predicho, gracias a su consuelo y atención. Se había convertido en costumbre visitarla durante las noches en la playa para, en un principio, que fueran escuchadas y comprendidas sus tragedias y, posteriormente, por la intriga que le causaba su enigmática esencia.

Poco a poco, habían ido explorando los interiores de cada uno, aunque Carter no tanto como habría deseado. Mientras que él le había contado todos sus intereses y aventuras, de ella y su pasado no había averiguado nada. Sin embargo, ella le había expresado muchos de sus gustos, entre ellos su peculiar admiración por las personas, cosa que podía parecer extraña al oírla formularse de tan curiosa manera e incomprensible sin ninguna explicación.

-Me gusta observar a las personas que vienen a esta playa desde la lejanía, aprender de sus vidas, sus aficiones, sus anécdotas y las cosas que más les desagradan, y ver a la maravillosa Felicidad colmando sus corazones. La alegría de los otros es la mía, y no necesito nada más. En muchas ocasiones, acuden a la playa infinidad de almas destrozadas, y siento en mi deber ayudarlos a buscar de nuevo esa mínima razón de regocijo que a veces se esconde en lo más profundo de nosotros.

Algunos piensan que es imposible hallar de nuevo ese gozo, pues el temor de adentrarse entre las sombras internas les incita a rendirse. Pero no debes olvidar que esa felicidad nunca desaparece, sigue ahí, entre la oscura tristeza, y debes tener valor para volver a encontrarla. Y ese valor es más fácil de sacar a la luz si tienes un hombro amigo en el que apoyarte, y considero que el mío fue perfectamente moldeado para ello. Además, ¿ que hay más hermoso en este mundo que entregar tu vida al bien de los demás?

A Carter no le podían fascinar más su pureza y bondad. Jamás habría llegado a imaginar que conocería a una persona así. Y tampoco habría podido prever que todas estas cualidades lo cautivarían hasta el extremo de rozar la insania. Los meses anteriores los había pasado entre suspiros y anhelos, para incomprensión de sus sirvientes, rogándole al sol que cediera su paso a la noche para reunirse con el motivo de su nueva felicidad y deleitarse con el encanto de su voz o el embeleso de su sonrisa. Y así, aquella noche que parecía ser igual que las anteriores, sucedió lo siguiente.

Después de un largo paseo por la orilla y una animada charla, Carter giró sobre sí mismo hasta quedar su mirada en contacto con la de Anne. Puso toda la fuerza de su ser en expresarle con el brillo de sus pupilas el fuego que lo consumía por dentro.

-¿Sucede algo?- preguntó Anne, con cierta inquietud en el tono.

-Oh, Anne, he callado ya por demasiado tiempo. Ha sido una batalla perdida y he acabado subyugándome a mi más dulce enemigo. Permíteme la insolente osadía de declararte cúan ardiente es mi amor por ti.

La joven quedó petrificada ante la confesión, a pesar de que ya llevaba tiempo intuyendo que sucedería de manera inminente, debido a la cercanía que profesaba su amigo en los últimas semanas. Carter hizo el ademán de aproximarse a ella, recibiendo su rechazo y manteniendo una distancia prudente.

-Esto ha sido culpa mía; no debí hacer esto. Carter, no puedo corresponder a tus sentimientos; te arrastraría de nuevo a la tristeza y lamentarías tan grave error.

Anne le dio la espalda, dándole la espalda a un anonadado Carter, que no alcanzaba a entender su respuesta.

-No pasará nada de eso. Por favor, atiende mi súplica y concédeme el honor de garantizar tu dicha por el resto de tu vida.

-No, no puedo hacerlo...

-Medité sobre tu idea de entregarse a los demás, y estoy íntegramente dispuesto a entregarme a ti para ello. Mi corazón, mi cuerpo y todo mi ser te pertenecen. Son completa y absolutamente tuyos.

Súbitamente, amargas lágrimas comenzaron a deslizarse por las mejillas de Anne. Carter no supo cómo reaccionar, limitándose a contemplarla mientras llevaba a cabo una resistencia interna para que su fortaleza no se derrumbara. Finalmente, ella se secó las lágrimas y dijo que, por su bien, aquella sería la última vez que se encontrarían en la playa, que no volvería a verla nunca más, lo que entristeció enormemente a Carter. Le hizo saber que siempre permanecería a su lado, dejándolo aún más confuso de lo que ya estaba. La insistente negativa de Carter no bastó para detenerla. En un mínimo instante en el que Carter cerró los ojos para reprimir el llanto y volvió a abrirlos para buscar en su rostro un ínfimo atisbo de esperanza, Anne desapareció inexplicablemente de la playa y, asimismo, de su vida. Los sucesos posteriores fueron como una reminiscencia, degradándose precipitadamente en la desolación.

Perdida la causa de su felicidad, terminó por aislarse dentro de su dormitorio, sin comer, sin beber, balanceándose en el borde del abismo de la locura. Nunca un dolor fue tan cruel, ni un rechazo tan despiadado. Fue la espada que traspasó su corazón, las fauces de la bestia que lo despedazaron, su más hiriente anhelo. Y jamás, jamás un ser humano en este mundo clamó, suplicó, exclamó e imploró por su igual más amado. La señora Hemsley y los demás sirvientes estaban desconcertados ante el desasosiego de su señor, sin hallar medios eficaces que lo levantaran de nuevo. No hubo habitante en Truro que no comentara el lamentable estado del desventurado Sullivan, extendiéndose el cotilleo por toda la costa de Cornualles.

Optando Carter por dejarse arrastrar por la demencia, otra noche más que acarreaba fatalidades, expulsó a los criados de la casa con furiosas amenazas y, despreciando todo cuanto lo rodeaba, arrojó su candil a las cortinas del salón, de este modo prendiéndolas y provocando un fuego que se propagaba de manera vertiginosa. A duras penas logró salir de la propiedad y huir desesperado, dejando atrás a los majestuosos muros siendo calcinados por las llamas. Su espíritu, ahora perturbado, lo guió hasta la misma playa donde conoció a Anne. Se paró en uno de los múltiples acantilados y, jadeante, observó el mar a su frente, totalmente calmado, contrariamente a él.

Y, alzando la vista hacia el cielo, con la luna como testigo y la mirada compasiva de miles de estrellas vigilándolo, bramó al viento todas sus penas:

-¡Oh, desgracia de mi alma! ¡No puedo resistir más este suplicio! ¿Por qué tuviste que abandonarme? Ahora deambulo como muerto en vida, sin más ambición que la de tus ojos. ¡Oh, Anne, espejo de aflicción, no dejes que se corrompan mis entrañas! Me desangro en millones de lágrimas, mis venas se pudren, mi piel es arrancada a pedazos, mi espíritu se marchita. Acude a mi llanto y vuelve a arroparme con tu aliento. ¿Cómo podré hallar la felicidad si mi estrella no me ilumina en la penumbra? ¡Amada mía, etérea pasión, vuelve a mis brazos y no me condenes para el resto de mi existencia!

Su discurso fue interrumpido por varios de sus criados que, alertados por el incendio, habían ido a rescatarlo, encontrándolo en tan mal estado por el camino. Por mucho que forcejeó, Carter no consiguió zafarse de los sirvientes, deshaciéndose en gritos y lamentos. Finalmente, a causa de tantos esfuerzos y tensiones, se rindió y dejó que lo llevaran a Truro, donde el médico lo acogió en su casa, y allí se quedó dormido. Cuando despertó por la mañana, el médico lo estuvo interrogando por la razón de sus males para realizar un diagnóstico, a lo que Carter, abatido, respondió:

-Mi único pesar tiene nombre, señor, y es Anne Tyson.

-¿La señorita Tyson?-dijo el médico, y Carter se sorprendió al ver que alguien al fin sabía de quién se trataba- Debe estar usted equivocado. Es imposible que sea ella.

-Le aseguro que era ella- y se la describió minuciosamente.

-Le repito que es imposible que sea ella; su padre era un gran amigo mío, pero se marchó de aquí después de la tragedia.

-¿Qué tragedia?

-La señorita Tyson, su única hija, murió hace más de diez años, arrastrada por una enorme ola en una noche de tormenta.


En aquel breve instante, el cielo se oscureció. Se avecinaba una nueva tormenta. La tormenta interior de Carter, que acabaría por enterrar el último rastro de esperanza. El último rastro de Anne. 

6 comentarios:

  1. Gracias Elvira, por compartir tu relato. Me ha gustado mucho, Transpira ambiente Brönte por todos lados.
    A mí las hermanas Brönte también me han subyugado con sus historias, sus ambientes y su estilo.
    Sigue así... y sobre todo disfruta de tu escritura. Un beso.
    Fernando, que gusto tener una heredera del arte de escribir.
    Un beso enorme 😘

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    1. Hola, Mayte. Es cierto que es un gusto tener una heredera en el arte de escribir. Me alegra mucho saber que el relato de Elvira te ha gustado. Un besazo

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  2. Fantástico Elvira!!!!! Me ha encantado! Tienes un talento y una sensibilidad inmensas. Eres una escritora en ciernes! Sigue escribiendo mucho!

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  3. Esta niña se nos hace mayor. La forma de escribir desprende esa madurez intelectual que esta alcanzando. Enhorabuena a ambos, a Elvira por mejorar, madurar y seguir aprendiendo cada día y al orgulloso padre por ser ejemplo. Me ha encantado. Sigue así preciosa. Mil besos

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    1. Claro que sí, Ana. Estoy muy orgulloso de Elvira,que llegará lejos. Para eso se prepara. Mil besos

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