Son lágrimas de mercurio
las que por tus ojos
brotan impasibles,
traspasado por una tristeza
metálica que va sajando
honduras, sentimientos
abocados al abismo,
como si te hubiesen robado
la vida de golpe y ya solo esperas
infortunio en los años
futuros. ¿Qué poesía
puede consolar tamaña
pena? ¿Qué música
dulcificar semejante
congoja? No hay arte
ni artificio posibles:
el cáliz has de beberlo tú solo,
en este Getsemaní en el que también
habitan los prófugos, los desahuciados,
los moribundos, los solitarios,
los triturados y aplastados,
todos aquellos desterrados del mundo
y de los hombres: en los patios crecen
racimos generosos de una melancolía
determinante como una orden
de fusilamiento, como un juicio
sumarísimo, como una ejecución
inapelable: es la vida,
que te vacía sin misericordia
a trallazos, y cuando
desnudo y entregado caminas
hacia el exilio interior de ti mismo,
exhausto, sin oasis, sin reposo,
aún te aguardan penalidades
sin cuento, extranjero siempre
en tierra de nadie, en esa franja
imprecisa en la que habitan
los sueños indeseables.
Allí reinarás, con un centro
amargo de muerte y extinción.
Fernando Alda Sánchez
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