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jueves, 2 de enero de 2020

Desasosiegos invernales



           La tinta se ha secado en la estilográfica y la escritura parece imposible en este comienzo de un año redondo y bisiesto que, como todos, nos promete El Dorado. El tiempo dirá, y tal vez nosotros mismos, en qué queda todo, quizá en penumbra, como casi siempre, en la frontera de lo posible y de lo soñado, esa especie de duermevela que nos mantiene vivos y con esperanza, pues la realidad en ocasiones resulta tan acre que no es posible digerirla. El reloj ya va corriendo, aunque tengamos la sensación de que camina.

         Sin embargo, todo se mueve, aplastando nuestra finitud. No es aquello tan socorrido en los velatorios de "no somos nada", pero tiene sus semejanzas. Tras el desbordado jolgorio de despedir al año viejo y dar la bienvenida al nuevo, el corazón sigue de resaca espiritual, pues nos falta empeño, y en estos primeros días nos apetece aún contemplar la vida en pijama y zapatillas, el pelo despeinado o sencillamente revuelto, con ojeras, como ayer, muy probablemente atónitos pues no pensábamos que tras la farra los problemas seguirían siendo los mismos. Eso sí, en unos días vienen las rebajas y lo tenemos todo de saldo, hasta las ilusiones y los buenos propósitos que, en el entusiasmo de lo que nos parecía un cambio de agujas, entre las doce campanadas y las felicitaciones, nos estábamos haciendo.

      Pero no importa. Siempre ha sido así. Y sin duda remontaremos la cuesta de este enero que ahora arranca tan tímidamente como el propio invierno, perdido junto a Bóreas en las soledades árticas. Allí también, acaso, nuestros deseos, esperando mejores bonanzas, pues ahora hay que aletargarse un tanto para conciliar estos rigores que vienen crecidos, en avalacha.

       Fuera el sol luce espléndido, y los grados del termómetro en estas alturas abulenses, tan alejadas del nivel del mar,  indican que el día será agradable. Luego la noche será, por sorpresa, como un espejo asesino, llena de ojos o de estrellas, de una belleza fría como la muerte que te abraza con un helor inconmensurable. Es entonces cuando se te encoje el corazón, cuando miras el helado firmamento, y sientes la intención de encender una velita para ver entre tanto negror y también para calentarte un tanto las manos, que tiemblan ante la inmensidad. Pronto a casa, a buscar cobijo y conversación, un poco de humanidad, la oración que has ido retrasando todo el día. Cristo está contigo, sois amigos.

      Ante estas congojas invernales nos queda pensar en la primavera y en las flores que vendrán a dar color y luz a estos desasosiegos a los que no acabamos de habituarnos, por más que nos los traguemos con arrope y con buena disposición o voluntad, pues siempre queda un regusto a acíbar, muy persistente y obstinado. Aunque, todo hay que decirlo, nuestra determinación, finalmente, es más poderosa.

      Y así las horas, desmadejadas, como rotas, en añicos, esperando las alas de Ícaro para abandonar el laberinto y salir a campo abierto, al horizonte y los caminos y, tal vez, respirar más fuerte y más hondo, que es lo que pide el alma.

Fernando Alda Sánchez

(La foto, que la ha realizado quien esto suscribe, corresponde al manzano existente en la Casa Natal de San Juan de la Cruz, en Fontiveros, Ávila)


     

         

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