Adelfas para adornar los atrios
en los que se congrega la luz recién
creada, la materia prima de la que se hacen
los abrazos, la longitud de las madejas,
la resonancia de las ánforas
vacías, la profundidad de los búcaros
sin agua, un universo
hechizado en el que bucearás
sin oxígeno, levantando la topografía
imaginaria de los fondos de los armarios,
delineando el alzado de las sensaciones,
la extensión de las mareas en el plenilunio.
Todo ello te pertenece, es una patria
compulsiva que va pronunciando
tu nombre entre labios de cobre,
una patria sin bandera
a la que regresan los emigrados,
como el sacrificio que los oráculos
no aceptaron o la adivinación
de un viaje por culturas y religiones
nunca aprendidas. Solo
respirarás el aire de las hogueras
sin llamas, prendidas en la húmeda
leña de lo que nunca ha tenido
hogar, la ininteligible letanía
de los nombres de lo que está
insepulto y jamás
volverá a la vida.
Fernando Alda Sánchez
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