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sábado, 18 de enero de 2020

"¡Corred, insensatos!"


          "¡Corred, insensatos!" Me viene a la mente la frase que Gandalf les dice a los integrantes de la Compañía del Anillo instantes antes de hundirse en las tinieblas atrapado por el Balrog, en Moria. Y de repente se abren ante mi todos los senderos, todas las memorias, la inmensidad magnífica de "El Señor de los Anillos", de Tolkien, y se abre la puerta de los sueños, el círculo onírico que aún arde en nuestro interior.

           Esas dos palabras que se han movido entre el magma de los sentimientos son como la clave mágica que libera el paso a todas las cuevas de Sésamo que se nos aparecen en lo que es el vivir, como un aviso de lo que se nos viene encima en cada jornada, y nos tocase apresurar el paso, correr, danzar, acaso, como los malditos, antes de adentrarnos en los desfiladeros del tiempo y el abandono.

        Una fría lluvia de enero ha caído esta mañana sobre la ciudad, sobre esta Ávila que ahora dibujo en papeles de piedra, rosa del aire, habitándola por completo. Una fría lluvia, madre de toda desolación, impide el paso a la huida, no la de Sam Peckinpah, sino esa otra más vulgar que nos lleva a renunciar a afrontar los naufragios y las derrotas.

       Hoy las plazas están más abiertas y del corazón nace un canto antiguo, que habla de gestas y de hazañas, Publio Cornelio Escipión Emiliano ante Cartago, quizá Aníbal cruzando los Alpes, a las puertas de Roma, y de cosechas y epigramas, del vino ardiendo en las copas de cristal de Murano, de todo aquello que fuimos y ahora renace en unos versos muy largos y sonoros, como tratando de apuntalar la ruina de la noche en la que la luna se desangra.

      Las horas no tienen piedad, no conocen misericordia, pero pese a todo, su guadaña no termina de segar el esplendor de la hierba que crece en el alma, pues estamos hechos de juncos sagrados, de misterios, del aliento de Dios. Y eso mantiene lúcidamente viva la esperanza en que es posible otro tiempo, otra vida, más allá de la muerte y de las estrellas.

      He dejado de mirar el reloj y sus devanaderas, que hilan y deshilan, que tejen y destejen, tal Penélope, allá en una Ítaca que no figura en los mapas, en el confín de los siglos y del recuerdo, como las hespérides en su jardín de nostalgias y ensueños. La niebla sigue jugando a esconder y desdibujar los contornos, en un retablo de figuras inertes y mudas, heladas por el silencio y la indiferencia en la que vivimos, rodeados de hedonismo y abandono.

      Así el mundo, y sus destrozos, como un aullido. Acaso hemos de correr, para no ser los insensatos que se despeñan atrapados por el monstruo, atraídos por el dominio y el poder, por la devastación de todo lo humano, pues como le ocurría a Terencio, nada de ello nos es ajeno.

Fernando Alda Sánchez


(La foto la realizó quien esto suscribe una fría mañana de enero, mientras llovía, en la Plaza de Santa Teresa, en Ávila, y así deja memoria de ello)


         

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