XXXVI
Es de la luz el nombre que bendices
en estos campos yermos,
Aravieja, tal vez, acaso Castilla,
cuando oteas el vuelo del alcaraván
o del milano, perdido en el humo
de la nostalgia. Muros de adobe
caídos, vigas de madera carcomida,
pilastras que nada sostienen
salvo los recuerdos, que nadie guarda,
de lo que fuimos. Decirte
bastaría para reavivar esos rescoldos
tan fríos que atesoras en el almario,
como cobre viejo, puede que cinabrio,
restos de la fundición apresurada
de lo que nos iba quedando mientras
se desangraba la memoria de todos,
lacerada, aquella que era nuestra
y ya no nos pertenece.
Fernando Alda
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