XL
El aire se ha detenido, es ausencia,
y sueña el fuego con labios
de agua, con el musgo
perpetuo que habita la umbría
y la piedra, la frontera de los abrazos,
una camisa al sol,
tan blanca y alicorta, tendida en un alambre,
esperando que un pincel encontrase
el color necesario para terminarla.
Herramientas, palancas para mover
el mundo, como supuso Arquímedes,
solo nuestro deseo, lo oculto,
lo que nosotros sabemos y dejamos
sepultado en las cenizas de la tarde,
que muere entre sombras y ascuas,
sin querer marcharse
hacia su casa, el oeste,
allí donde las mareas retornan
con la lluvia, con la melancolía
de los espejos muertos y de las caracolas sin voz,
el océano que todo iguala,
la inmensidad que parece arena o trigo,
como un cañaveral en llamas
justo antes de prenderse.
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