XXXVIII
Corona el tiempo un albor de siglos,
como la primera vez que la luz
nació de las manos de Dios,
y es el día espacio, viento
ardiente, un sueño de deseos
que se hicieron añicos
en las alamedas del olvido,
allí donde aguarda
lo que amas en su mayor secreto,
en ese lugar al que vuelves
siempre con la obsesión del agua,
del desierto, con la persistencia
de las palmeras por dar la sombra
posible, el descanso del viaje.
Y nada espera a que tu mano
lo despierte, como si no quisiera
que apenas tus dedos lo rozasen,
pues sabe de otros labios,
de otras promesas, que vendrán
con la lluvia, en primavera.
Fernando Alda
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