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sábado, 26 de diciembre de 2020

El verdadero regalo

 


        En ocasiones los regalos de Navidad, ahora que vivimos en una sociedad tan hiperconsumista en la que hemos perdido el sentido de lo que significa celebrar el nacimiento de nuestro Salvador, le llegan a uno de la forma más sorprendente. Suelen ser, como no puede ocurrir de otra forma, regalos espirituales, nada material, pues lo segundo se corrompe pronto o deja de funcionar, tal y como se construyen las cosas ahora.

        Desde hace semanas nos venían advirtiendo de que las Navidades iban a ser diferentes, por la pandemia de covid, por aquello de que no nos podríamos juntar mucha gente en casa para celebrarlo, por las miles de víctimas que ya no están con nosotros y por aquellos que padecen las consecuencias de la enfermedad o la pobreza, y hay que reconocer  que así ha sido, aunque confieso que veo el asunto de una manera diferente. Rezo por todos ellos. Discúlpeme el lector este atrevimiento, quizá poco en consonancia con lo políticamente correcto. Por desgracia perdí a mi madre un día de Navidad de hace ya 17 años. La llevo en mi memoria, a mi padre también, que falleció años después, como si fuese ayer el día que nos había abandonado, pero quizá esta cuestión que mueve a tristeza me ha servido para entender todo de otra forma.

     Para un cristiano lo que se celebra en Navidad es la llegada de nuestro Salvador, que Dios, hecho Niño, se ha convertido en uno de nosotros para salvarnos, para vencer a la muerte y al pecado y darnos la vida eterna. Y eso me produce tanta alegría como el saber, además, que Él lo hace porque me ama, nos ama a todos, hasta el extremo, que ya no debe importarnos estar solos o acompañados, ser ricos o pobres, estar enfermos o no estarlo, pues tenemos esperanza, un año tras otro, una esperanza que se culmina en la Pasión de Cristo y en su Resurrección.

     Ese es el regalo al que me refería al principio. Todo es Gracia, todo es un don que Dios nos ofrece sin pedirnos nada a cambio, y nos lo da desde nuestra libertad, para que lo tomemos o lo rechacemos, allá cada cual con su fe. Pues bien, este año recibí el regalo, además, en forma de misa de vísperas, en Nochebuena, en la Iglesia Parroquial de Riofrío, un pueblecito de Ávila, como así lo denominaba Azorín, junto a la pequeña comunidad parroquial que hay en el mismo y junto a un sacerdote amigo y su hermano. Por supuesto, con mi mujer y mis tres hijos. A la vuelta, parecía, en medio de la noche, que estábamos abandonando Belén, en mitad de la sierra, con las pequeñas luces del alumbrado público, y de alguna ventana, que señalaban el lugar. Desde luego, volvimos a casa cantando villancicos, de pura alegría.

     Solo puedo describir la celebración hablando de la paz inmensa que sentí en el frío que reinaba en la gran iglesia de piedra que tiene Riofrío, y que cada vez que la visito me asombra. Me sentí acompañado, me sentí como uno de los pastores a los que acababa de despertar el ángel, como uno de esos pastores que se acercaron hasta el Portal de Belén a contemplar a Dios, con los ojos aún velados por el sueño y el asombro. Solo así, con esta pobreza, con esta humildad, con esta pequeñez, como un pastor o un niño, puede uno acercarse y descubrir el misterio de Dios, que es ternura. Solo desde los humillados, desde los olvidados de la historia, puede uno entender el amor de Dios, que ha venido a los hombres, a pisar el barro de la tierra, para hacerlo todo nuevo.

      Lo demás, es vanidad de vanidades, como dice Qohelet, puro artificio, incluidas las luces, los árboles, los regalos y las comilonas. Por desgracia, la luz vino a la tiniebla y la tiniebla no la acogió, por desgracia los hombres seguimos empeñados en nuestros efímeros asuntos, y necesitamos de luces artificiales pues no somos capaces de ver la Luz que viene de lo Alto a buscarnos. ¡Qué lástima! Como les dijo Nuestro Señor a los discípulos de Emaús, qué necios y torpes somos para entender no ya las escrituras, sino lo que ocurre a nuestro alrededor. Y pasará la Navidad y para muchos todo se habrá reducido a un festejo, a unos cuantos quilos de más en el talle, o a la resaca consumista que no nos habrá liberado de nuestros desasosiegos y angustias. Y todo seguirá igual.

     Hoy el día, como ayer, está frío, muy frío. Ni siquiera, como dicen aquí, el grajo vuela bajo... pues tal vez esté aguantando marea en su nido. Apenas luce el sol, oculto entre unas nubes tristísimas. En unos días regresará la nieve, ya no a los altos, sino que la tendremos en los pies, para recordarnos, de forma sabia, que estamos hechos de muy poco, con escasa consistencia, y que los rigores de enero nos devuelven con toda crudeza a lo que somos, a la necesidad real que tenemos de trascender, de amar, de alzarnos sobre el dolor y de ser Hijos de Dios, pues con la llegada de Jesús lo somos, y eso lo ha cambiado todo para la humanidad.

    Hoy no es melancolía de lo que hablo, sino una alegría que arde como el fuego más puro y más intenso que prenderse pudiera dentro de mi corazón, brasa viva, rescoldo ígneo, y tiene la sonrisa de un Niño, que me llama por mi nombre.

¡Feliz Navidad!


Fernando Alda Sánchez


Nota.- La foto, como no podía ser de otra manera, la ha realizado el que esto suscribe y corresponde al Misterio de la Parroquia de Riofrío, Diócesis de Ávila.



    

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