Buscar este blog

miércoles, 16 de diciembre de 2020

"Evocaciones y presencias" con José Jiménez Lozano

 


          Tengo sobre el escritorio, después de haberlo leído, el libro póstumo que nos regaló Don José Jiménez Lozano a sus lectores, que habíamos quedado un poco huérfanos, aunque no del todo,  tras su muerte, acaecida hace ya unos meses en este fatídico año 2020 que ya está a punto de terminar. Son sus últimos diarios, entre el 2018 y los primeros días de este año que me resisto a nombrar más por todo el dolor que nos está dejando. Diarios publicados bajo el título de "Evocaciones y presencias" bajo el sello de la editorial Confluencias (2020, 254 páginas)

       Es como un tesoro que el escritor nos ha dejado nada más irse, tras haber cumplido 89 lúcidos años, para que le sigamos reconociendo en su escritura, para que se sigan avivando los rescoldos que su pensamiento y su obra ha dejado en nuestro corazón, que es el vivir, la hoguera en la que arde todo cuanto somos.

      Hoy solo escribo desde el sentimiento y me siento acompañado, como tantas y tantas veces lo he estado, por su voz, por su ironía, por su fineza, por sus palabras sabias y llenas de sentido, que nos advierten contra todos los totalitarismos, contra todas las manipulaciones, a la luz de la Fe y de la cultura antigua, frente a los desvaríos del mundo, que han dado en llamar post moderno, y que tantas atrocidades nos está regalando cada día, sin que, tal vez, nos estemos dando cuenta de ello.

     En este Adviento, en esta Navidad para la que faltan tan pocos días, me quedo con la Luz que viene, y con el cuco o la urraca con los que hablaba, con tanta frecuencia, Don José, con los almendros florecidos que salió a buscar una tarde del Domingo de Resurrección, esperando encontrárselos despiertos, sabiendo que para hallar la Verdad, para ver el Don que Dios nos entrega, que no es otro que la Salvación, tengo que ser como ellos, como un niño, como un humilde pastor. No hay otra forma de estar en el mundo, pues el poder lo corrompe todo, hasta lo más noble, con tal de perpetuarse.

     Por eso, desde mi libertad, elijo a Cristo, elijo a los más humildes, a los más pobres, a los más maltratados por la historia y por el mundo, sabiendo que en ellos, solo en ellos, está la Vida, el sentido de la vida, pues solo ellos tienen ojos para comprender, desde la más absoluta inocencia, sin los ropajes de la dominación, lo que es el retablo en el que, como en el de Maese Pedro, se representa nuestra existencia. Así lo veía Don José y yo ahora con él.

     Una gozosa lectura ésta de las "Evocaciones y presencias" en las que "no se ha perdido su voz. El maestro de Alcazarén escribía como hablaba, por eso leer las páginas de su último cuaderno (...) es como volver a escucharlo en risueña charleta", escribe en el prólogo Guadalupe Arbona, y uno siente que es así, y le vienen a la memoria esas conversaciones que tuve con él en el "Petit Port-Royal" que era su casa, como la conocíamos sus amigos.

    Y en esas conversaciones, todo el horror del mundo, pero también la libertad del que se siente libre de pensar y de decir, de creer, de afirmar, de señalar y de advertir los males que aquejan a los hombres en este sueño de progreso del que no saben despertarse, tan anestesiados y dormidos como están.

    A José Jiménez Lozano solo se le puede descubrir leyendo, leyendo sus novelas, sus ensayos, sus diarios, en un ejercicio de lucidez que llena el alma de plenitud, de certezas, de compañía, pues tan pobres somos que necesitamos estar acompañados, tener encendida una pequeña candela, una velita, para decirle a Dios que aquí estamos y que no se olvide de nosotros.

     Fernando Alda Sánchez


2 comentarios: