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viernes, 11 de diciembre de 2020

Ínsulas en llamas, 42

 



XLII


Ha ardido la luz

en las últimas fuentes
que nos quedan,
en las fosas de azufre
de los cementerios perdidos,
en el ocaso que enmarcan
unas glicinas ajadas,
el terciopelo recién estrenado
de los atardeceres inconclusos.
No hay ventanas para asomarse
a la libertad y al mundo,
pero tenemos los marcos
muertos que muerden el vacío,
los marcos de los cuadros
que fueron robados
por la mano del tiempo,
la helada mano de la vida
que acaba y no regresa,
un sutil alumbramiento de selvas
azules, en el firmamento
que dejamos olvidado
tras haber amanecido
en una ciudad devastada,
el vulnerado músculo
que fenece en cada ocaso
que estamos imaginando
ahora mismo, mientras
nos extinguimos como pavesas
frías en la hoguera del dolor.

Fernando Alda


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