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martes, 8 de diciembre de 2020

Ínsulas en llamas, 39

 


XXXIX


Fulge perenne la muerte

en las estancias de los hombres,
corona votiva de dolor,
el humo último, tan acre,
que dejan nuestras cenizas.
En campo abierto,
sin abrigo,
está el temblor de los párpados,
la raíz seca del agua,
el sueño quimérico de las estrellas
en estos senderos de soledad
y de gloria que recorren
nuestros pasos yertos,
ateridos de tanta escacha
como se ha quedado
prendida en los rosales
imaginados de mayo,
que aún no es.
Atardece y me preguntarán
por el amor, por todas
las ausencias, por los abandonos
ciertos, por la colección
de máscaras entre las que escondí
la valentía o el honor para ser.
Los cielos son hoy el mar
del naufragio,
el tiempo que se acaba
en vanas disputas de polvo,
el tuétano atormentado
que crispa el corazón,
ínsula ardida, y lo reduce,
cautivo,
sin armas, a un exilio
de hielo y amenazas.
Tristes flores, un epitafio triste,
en estos cementerios
de almas, de deseos
sepultados bajo la arena
árida y agreste de la desolación.
El espejo de tu cuarto
se torna el retrato en sepia
de lo que se fue y no habrá
de volver a ser, esa fuente
que perdió su flujo
y ahora no es más
que recuerdo. Como el aire
cuando se va.

Fernando Alda



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