XL
No vino nunca el viento a peinar
tu Cabellera de Berenice,
el fulgor del hambre,
la reseca tierra,
esa música imperceptible
que viste de luz los filos de los cuchillos,
las aristas de la mesas.
Canto hoy por los tiempos idos,
por el mundo antiguo de las sirenas
y los cíclopes,
la voz rota de los misterios,
el incienso que adorna
unos versos tan amargos.
De aceituna y noche,
madera fuerte,
la sombra de la luna
sobre estos tapiales desolados,
un furtivo lamento
por los adobes que destruyó la lluvia.
Ahora te nombro,
incierto sueño,
como la palabra quebrada
que describe estas ciudades
en las que voy recordando
torres y almenaras,
el dibujo de las nubes
en la pupila del día.
No hay retorno
para tantas lágrimas,
ni se encenderán hogueras
para calentar el alma,
perdida ya en estas soledades
de plomo,
en los camposantos del alba.
Fernando Alda
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